Estoy más aburrida que una ostra, he leído durante varias horas y ahora, estoy sentada en mi cama, moviendo los pies al ritmo que canto una canción en mi cabeza.
A media mañana, ha venido un guardia para registrar toda la celda, como lo han hecho con todas. Como había dejado todo patas arriba, hemos estado un tanto entretenidos poniendo todo en su sitio, ordenando, algo que me ha venido muy bien para el estresante aburrimiento.
Blake, está pegado a ese libro de empresariales la mayor parte del tiempo, así que doy gracias a que no me haya molestado. Está muy bien calladito.
Me levanto resoplando, me estoy desesperando por no saber qué hacer. Veo la baraja de cartas en la mesa, la cojo pero la vuelvo a dejar cuando veo que la misma señora que nos ha traído el desayuno, está fuera con un guardia, a punto de abrir la puerta.
Nos acercamos y cogemos nuestras bandejas, me siento y Blake se queda parado, de pies, mirándome ¿Qué le pasa?, me pregunto.
La ilusión se apodera de mí cuando veo el pollo, pero está más tieso que un ajo cuando clavo el tenedor en él.
—¿Puedo sentarme? —me pregunta, con un tono de voz que ya había escuchado: tranquilo, sin amenazas en sus palabras. Esta es la segunda vez.
Asiento, aunque sigo sin fiarme de él, pues puede ser que en segundos se le cruce un cable e intente asfixiarme de nuevo. Deja la bandeja en la cama y coge la mesa, la arrastra hasta nosotros y finalmente se sienta, dejando la bandeja encima de la mesa. Hago lo mismo y, en silencio, comenzamos a comer.
Le doy un mordisco al muslo de pollo y lo mastico con dificultad. De reojo observo a Blake, que ya se está terminando la comida. Ni siquiera han pasado diez minutos. Trago la bola que se me ha hecho la carne y lo miro, no es nada feo. Para mi gusto, tiene la nariz muy bonita. Veo un tatuaje en su cuello al igual que los que lleva en los brazos. No me había fijado antes en ellos, ya que estaba demasiado ocupada temiendo por mi vida y odiándolo. Si bien, tampoco es que haya tenido muchas oportunidades de verlos, llevamos manga larga y cuando se cambia no lo miro. Si no fuera por ese humor de mierda, sería un chico digno de conocer.
Me pregunto qué es lo que habrá hecho para estar aquí. Sé que es peligroso pero tengo curiosidad por saber qué hizo y por qué está en esta zona.
—Deja de mirarme, joder —dice, entre dientes. Me pongo un poco roja, me ha pillado. Vuelvo la vista a la carne.
Mastico mientras pienso en las cosas que ha debido de hacer. La curiosidad aumenta.
¿Habrá matado fuera como lo ha hecho dentro, tal y como dijo Yoa?
¡Me la juego! Voy a preguntarle, quiera o no, yo quiero saber qué ha hecho. Me limpio los dedos en el mono y lo miro. Gruñe, dándome a entender que no quiere que vuelva a mirarlo.
—¿Puedo preguntarte una cosa?
—No.
Claramente, esto iba a pasar.
Hago caso omiso e insisto.
—¿Por qué estás aquí? ¿Cuánto llevas?
—Esas son dos preguntas —sisea, molesto —. Y cierra ya la puta boca, no quiero escucharte más.
—Eres tan molesto e irritante... —murmuro con el ceño fruncido.
Cuando termino, dejo la bandeja en la esquina donde habíamos dejado las otras del desayuno. Blake, al ver que he terminado, abre su libro y se pone a estudiar o a lo que sea que haga. Me cruzo de brazos y doy toquecitos con mi pie en el suelo.
—Voy a tumbarme —le digo, a ver si así coge la indirecta.
—Ahora lo apunto en mi diario de cosas que me importan una puta mierda —responde, desinteresado.
Quiero estrangularlo, estampar mi puño en su cara ¡Maldita sea! ¡Me saca de mis casillas!
—Vete de mi cama —exijo, en un tono duro.
Le da igual absolutamente todo lo que le digo, sigue a su bola y me hace sentir como una estúpida que habla con una pared. Como no le voy a dar el gusto de que se salga con la suya, pongo la rodilla encima de la almohada y por fin me quedo tumbada de lado. No pienso subir a su cama.
—¿Qué mierdas estás haciendo? Vete arriba —escupe. No sé si me ve, pero niego con la cabeza.
Ni en sus mejores sueños voy a volver hacer lo que él quiera.
Me destapa y me agarra del hombro con brusquedad. Me gira hacia arriba y su rostro queda muy cerca del mío. Demasiado diría yo. Frunzo el ceño, de nuevo.
—Aléjate.
—Fuera —repite.
—¿No tienes repertorio o qué? No voy hacer lo que tú me digas. Esta es mi cama —me burlo, lo cual no parece gustarle nada. Sé que por la cabeza se le pasa hacerme algo para asustarme, puedo verlo en sus ojos que, ahora mismo, son como un libro abierto —. No voy a ceder —le aclaro, porque ya lo veo venir.
Sus dedos se clavan en mi piel, me hace daño, pero voy aguantar, todo sea para que no se salga con la suya.
Doy un grito cuando me empuja y me deja boca abajo.
Otra vez no...
Siento su mano en mi espalda baja e hinca un dedo, justo dónde la tipa esa me clavó una navaja. Duele a rabiar.
—Maldito seas —me doy la vuelta, bruscamente, sacando fuerzas de algún lugar escondido de mi ser y lo miro, echando humo por las orejas.