Parpadeo sintiendo mis ojos hinchados y bostezo. No quiero levantarme.
Blake está sentado al pie de la cama mirando hacia el suelo seriamente y jugueteando con sus manos. Quiero decirle un “Buenos días” para ser amable, pero está claro que decir eso, en este lugar, es una estupidez como un castillo de grande.
Me quedo callada, pues es lo más inteligente que puedo hacer. Me doy cuenta de que huelo fatal ya que el traje está muy sucio y ni si quiera me lo quité para dormir. Pobre Blake. No tengo ni idea cuánto tiempo se quedaría a mi lado en la noche, pero de seguro que lo tuvo que pasar mal por mi horroroso olor.
La alarma suena y se abren las puertas. Ambos salimos y voy directa a por la toalla y la pastilla de jabón; de paso, preguntaré si pueden darme un traje limpio.
Por suerte, me dan el traje y entro a las duchas donde me reúno con Yoa. Le sonrío levemente y esperamos a nuestro turno. La mujer que me molesta siempre, me mira con una sonrisa maléfica, tiemblo y miro hacia el suelo, ya que me intimida demasiado.
—Creo que nunca he amado tanto una ducha —le digo a Yoa, mientras me froto con efusividad el cuerpo. Saber que no volveré a oler mal me alivia muchísimo.
—Te entiendo —dice sonriendo, y echa la cabeza hacia atrás para enjuagarse el cabello.
Luego de frotar mi cuerpo, lo hago con el pelo. Cuando me aclaro, me envuelvo en la toalla y salimos para dejar que las demás reclusas también se aseen.
Nos vestimos en un pispas, y con la toalla quito algo de humedad del pelo, porque no tenemos mucho tiempo para ir a desayunar. Dejamos las toallas en el gran cesto y salimos de las duchas.
—Estoy esperando, señorita —me dice, con impaciencia. La miro confusa ¿De qué habla?
—¿A qué?
—Todas vimos el numerito que montaste ¿Qué pasó?
Suspiro, no quiero hablar de ello en estos momentos, quizá cuando estemos en el patio se lo cuente, sé que puedo confiar en ella pero no quiero que las demás sepan lo ocurrido.
—Luego te cuento —Yoa, asiente y entramos al comedor. Cogemos nuestras bandejas y hacemos cola, como siempre.
Me quedo anonadada cuando veo que nos han puesto leche en vasos de plástico y dos galletas de la marca María.
¡Genial!.
Sonrío inconscientemente y miro a Yoa, que también parece sorprendida.
Juntas vamos a nuestra mesa y nos sentamos. Hablamos de varias cosas mientras disfrutamos de nuestro maravilloso desayuno. Parece que hoy el día va a ser bueno, dentro de lo que cabe, pues la ducha y este desayuno me han subido un poco la moral.
Recogemos las bandejas y las dejamos a un lado. Reparo en las demás mujeres, hoy no han dejado absolutamente nada, claro que, cuando hay algo bueno, todas lo aprovechamos como es obvio.
Salimos al patio y nos sentamos en nuestro habitual sitio. Al igual que nosotras, los reclusos tienen sus mismos hábitos, no cambian lo que hacen diariamente.
—Venga, cuéntame —Yoa, me da un codazo. Me recuesto en la valla, suspiro y hablo:
—Vinieron a visitarme los padres de mi novio, o bueno mi ex novio, no sé que es realmente.
—Suegros... —ríe. Frunzo el ceño, pues yo no le veo la gracia por ningún lado —. Solemos ser muy pesados... Yo con el novio de mi hija, era muy pesada también. Pobrecito.
—No son mis suegros. Ya no… —le digo, con la mandíbula apretada.
—¿Te dejó por entrar a la cárcel?
—No, estoy aquí por lo que le hice a él —jugueteo con mis manos, nerviosa.
—¿Qué hiciste, Annie? —me dice, preocupada. El tiempo que llevamos siendo amigas, no me había llamado por mi nombre y eso me lo tomo como que esta vez, se ha dejado las bromas en su celda y está seriamente dispuesta a escucharme.
—Lo maté —susurro, dolida. Escucho un jadeo de su parte, para nada se esperaba eso. Estoy segura que pensaba que yo estaba aquí por cosas de drogas.
—Cariño, si es porque lo pillaste con otra chica... —la interrumpo, negando varias veces con la cabeza. Eso es una gran tontería, si fuese en ese caso, yo le había dado unos guantazos, pero no llegaría a ese extremo.
—Estaba enfermo —un nudo en la garganta, no me deja respirar. Cierro los ojos y echo la cabeza hacia atrás, para calmarme y tomar el asunto con tranquilidad —. Y prácticamente sus padres vinieron a recordármelo, eso es todo. Ahora si no te importa, no quiero seguir hablando de ello —añado, mirándola a los ojos. Éstos expresan tristeza, lo que me hunde un poco más. No debería de haber vuelto a hablar del tema, pero si me lo callo, quizá nunca pueda dejar ir a mis demonios.
—Está bien —asiente, y me da un beso en la frente. Le sonrío cálidamente, eso me reconforta y me hace sentir arropada, como si ella fuese mi madre.
El ambiente, se ha puesto un poco incómodo, ninguna hablamos y solo se escuchan a los demás hablar, reír...
—Me molesta que silben—dice, molesta, mirando hacia todos lados. La miro confundida, frunciendo el ceño ¿A qué viene eso? —. Me está haciendo daño en los oídos ¿Sabes?