Entro a la celda mordiéndome las uñas por los nervios y desconcertada. Le doy un vistazo rápido a Blake que está tumbado en su cama, dándome la espalda. Suspiro, lo que ha pasado en el patio me ha dejado sin palabras.
Me paseo inquieta por la celda, necesito algo para calmar estos nervios tontos. Ni si quiera sé porqué estoy de esa manera, no debería de comerme la cabeza. Sin embargo, lo hago de una manera impresionante.
Levanto el colchón en el que duermo y cojo el paquete de tabaco; llevo años sin fumar, pero creo que un poco de nicotina, me podrá ayudar. Me doy cuenta de que faltan dos cigarros más, el muy capullo ha seguido quitándome el tabaco. Le toco la espalda a Blake, éste se tensa y no me hace caso. Le digo que me dé un mechero, pues debe de tener ya que ha estado fumando.
No sé de dónde lo saca y me lo lanza sin darse la vuelta. Lo cojo al vuelo y voy a la ventana mientras le doy una calada. El humo me rasca la garganta, pero la calada ha sido placentera.
Los días pasan así, hago la rutina diaria, y estoy todos los ratos libres con Yoa. Blake no me habla y tampoco me mira, se ha dedicado a estar con esos libros y cuando se tumbaba, me daba la espalda para no tener que verme la cara. Muy bonito ¿Verdad?
Alguna vez he pensado en hablar con él, pero con su actitud me es imposible. Quizá el haya dejado pasar ese momento, no obstante, yo sigo aún con el tema dándome vueltas por la cabeza. Soy tonta, lo sé.
También me enteré por Dylan, que Blake no fue el que me tendió la trampa y provocó que me metiesen en el agujero negro, fue esa tipa que tanto me odia. Y como no tengo el suficiente valor como para enfrentarla, me quedé callada como la idiota y miedosa que soy.
Un funcionario viene y me llama: tengo una visita. Me levanto de la cama y espero a que me abra la puerta, cuando lo hace, me esposa y camino a su lado hasta llegar a la sala de visitas.
Me alegro de ver a mis amigos esperándome con impaciencia. Se levantan en cuanto me ven y nos abrazamos. Después de besuqueos, nos sentamos en las sillas, quedando enfrente de ellos.
—¿Qué tal estáis? —les pregunto, sonriente.
—Muy bien —dicen al unísono. Sonrío, me alegro por ellos —. ¡Me han ascendido!—exclama Andrea, feliz. Ella trabaja en un aeropuerto en una empresa de limpieza, no es gran cosa, pero le va bien.
—¿En serio? Enhorabuena.
—¿Y tú qué tal? Por cierto te hemos traído más ropa y tabaco —Añade Max, con una sonrisa pícara. Parece que considera algo picante la idea de traerme tabaco a la cárcel. No entiendo el porqué. Max saca todo de una bolsa y lo deja a un lado para dármelo cuando me tenga que ir.
Río: —Bueno, no me va mal —respondo a su pregunta —. Y gracias chicos, de verdad os agradezco que me traigáis cosas.
Mis amigos sonríen y niegan con la cabeza, quitándole importancia.
—Cuéntanos como es esto, Annie, nunca nos hablas de este lugar —Andrea y su curiosidad. Ruedo los ojos.
—Pues no hay mucho que contar. Esto es una cárcel, Hall —me encojo de hombros —. Me ducho a las ocho de la mañana, desayuno, salgo al patio, vuelvo a la celda y aguanto a mi compañero. Siempre es lo mismo
Los ojos de mis amigos se abren como platos. Están sorprendidos. Los miro con el ceño fruncido ¿Qué mosca les ha picado a estos dos?
—¡Dios mio, Annie! ¡Estás con un chico en una celda! ¿Pero cómo...? —exclama Max.
—¿Está bueno? ¿O es el típico viejo con la barba gris, tatuajes por todos lados y que parece un camionero? —río por lo que dice Andrea. Ambos me miran curiosos, así que hablo:
—Es un chico joven y a insoportable no le gana nadie —digo, secamente. No quiero seguir hablando de él, de modo que doy gracias a que ellos se dan cuenta y cambian de tema.
El tiempo restante, la pasamos hablando de cómo va todo por ahí fuera. Andrea me cuenta, entre risas, anécdotas sobre la fiesta que hicieron en su casa el sábado de la semana pasada. Max, me cuenta que ha conocido a un chico bastante interesante, aunque eso lo dice con todos, luego acaba dándoles puerta.
Me despido de ellos y me colocan la ropa y el tabaco en los brazos. Nos damos muchos besos y luego, el guardia me lleva de nuevo a la celda.
Coloco la ropa en una esquina de encima de la mesa, junto con el resto.
Como me he adueñado del mechero de Blake, saco el último cigarro del anterior paquete y voy a la ventana.
Está anocheciendo ya, unas nubes negras como un tizón posan en el cielo. De seguro habrá tormenta por la noche, y no me apetece pasar frío.
—¿Me das uno? —miro en su dirección, está sentado en la cama y ni si quiera me ha mirado. Suspiro, ¿tan fea soy que no quiere espantarse?
Tengo que hablar con él, me da igual que no me mire. No puedo seguir con el quebradero de cabeza que tengo.
Entonces, caigo en la cuenta de que si le doy el cigarro, quizá me escuche.
—Cógelo.