Mi compañero de celda.

Capítulo 3.

Hoy salgo al patio, ya que me apetece que me dé un poco el aire, ya he estado encerrada durante tres días, solo yendo a comer y a ducharme.

Me siento en el suelo con la espalda pegada a la valla y observo a todos los presos: Hombres y mujeres sólo se juntan en el patio, a excepción del chico que comparte conmigo celda.

Hombres fornidos y con cara de enfadados, juegan al ajedrez en un trozo de tela que suplanta al tablero normal. Algunas mujeres juegan al fútbol contra otros hombres, y parecen pasárselo bien. Otros, están en grupo hablando y riendo. Luego, mi mirada se clava en dos chicos, uno de ellos es mi compañero que está sentado en el suelo con la misma postura que la mía y el otro está de pie, con uno de ellos apoyado en la valla. Éste es rubio, bastante alto, delgado y tiene un toque de elegancia en su postura, al igual que su amigo o eso supongo que es.

Ambos están hablando, con expresiones serias. Retiro la mirada de inmediato, pues ya tengo bastante con verlo todos los días, y me dedico a mirar el partido de fútbol, reclinando mi cabeza en la valla.

Hoy el día está soleado para las fechas en las que estamos, el cielo está bastante despejado y se escucha cantar a los pajarillos. Eso me da tranquilidad, de modo que me arremango las mangas del uniforme, pongo los brazos encima de las rodillas y me relajo.

—Hola.—oigo una voz femenina a mi lado, miro y me encuentro con una mujer pelirroja de unos cincuenta años sonriéndome. No la he visto por aquí en el tiempo que llevo, aunque claro, tampoco he salido mucho de la celda y menos fijarme en las demás mujeres.

—Hola, —respondo, con cautela.

—¿Puedo sentarme contigo, cariño?. —su tono de voz es muy maternal, algo que hace sentir... bien. Por muy extraño que parezca, porque no la conozco absolutamente de nada.

Sonrío y asiento. —Soy nueva aquí. —comenta, sin borrar esa sonrisa que tenía desde el principio.

—Yo también, ¿cuándo llegaste? —pregunto.

—Ayer por la tarde-noche, ¿y tú?.

—Hace un mes y medio —suspiro. Ella me acaricia el brazo para reconfortarme y sonrío nostálgica para mis adentros. Mi madre solía hacer eso cuando tenía un mal día —. Me llamo Annie, Annie Jaklyn. —me presento.

— Johanna Lilian, cielo —dice, y me da un pequeño abrazo, cogiéndome desprevenida. No me esperaba eso en absoluto. —. Pero llámame sólo Johanna. ¿Por qué entraste aquí?, eres muy joven...—me mira con tristeza.

—Bueno... No estoy muy segura de hablar de eso —murmuro —...Y tengo veinte años. —le respondo.

—Esa misma edad tiene mi hija —la miro y veo que las lágrimas se le amontonan en los ojos, por lo que doy por sentado que tocar ese tema, le duele —. Ella es tan bonita, tan buena... Que no se merece que le hayan destrozado la vida como lo han hecho —la voz se le desgarra y sus lágrimas caen. Me siento muy mal por ella. ¿Qué hago para tranquilizarla? . Ella vuelve a abrir la boca para hablar, entonces, entiendo que ella quiere expulsar todo su dolor, así que me quedo callada y la escucho —. ¿Tú qué harías si dañaran a tu hija? —me pregunta.

—Los quemo vivo. —respondo, sin saber de lo que hablo. Quizá sea un poco cruel, pero si fuese madre y lastimaran a algún hijo mío, creo que haría algo como eso.

—Eso mismo hice yo —asiente y chasquea la lengua. Abro los ojos sorprendida —. Ese maldito hijo de puta, violó a mi hija y denunciamos como es lógico, estuvimos meses de juicios hasta que lo sentenciaron de por vida por su registro, porque no solo había tocado a mi hija. Y como a mí no me bastaba con que fuese a la cárcel, tomé el asunto con mis propias manos —cojo su mano y le doy un apretón, es una historia horrible —. Por mis hijos hago cualquier cosa. —finaliza.

Ya lo creo que hace cualquier cosa...

Después un pequeño rato hablando y conociéndonos un poco, la alarma suena. Se me ha pasado el tiempo volando. Ambas nos levantamos y caminamos hacia dentro del edificio.

—¿En qué celda estás?.—le pregunto mientras entramos.

—En la... —se queda pensando un rato y después habla de nuevo: — 83, ¿y tú?.

—En la 101. —ella me mira un poco sorprendida y en lo que subimos las escaleras, se acerca un poco más a mí como queriendo contarme un secreto y susurra:

—Mi compañera me comentó que en esa celda está el chico más peligroso de la prisión.

Ruedo los ojos. Y también el más imbécil.

—Es un estúpido, aún no sé qué hace conmigo ahí dentro. —resoplo. Es que no me lo explico... ¿Qué demonios ha hecho para entrar en esta zona?

—Por eso mismo... porque con los demás presos es muy conflictivo. Por lo visto ya se ha cargado a tres de aquí. —cuchichea.

Siento que el color se me va de la cara cuando me dice eso. Sabía que era un grano en el culo, pero pensaba que quizá intentaba intimidarme solo para mantener una reputación, sin embargo, si esto que me dice es verdad, tengo que exigir de inmediato un cambio de celda.




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