Cuando vuelvo a la celda, después del patio, me encuentro con el chico sentado en el váter haciendo sus necesidades. Me doy la vuelta muy avergonzada y le doy la espalda.
—Joder, ya ni cagar tranquilo se puede. —se queja, molesto por mi presencia.
¿Es que el director, antes de cambiarlo, no pensó esto antes?
Es algo normal porque todos los hacemos, pero no es para nada cómodo, pese que estamos aquí y todas nos vemos como nuestras madres nos trajo al mundo. Y obviamente, no es lo mismo entre chica y chico. ¡¿En qué demonios estaban pensando?! Es más, yo he sido bastante cuidadosa con ese tema, cuando él duerme y no puedo aguantarme , hago mis necesidades, u otras veces, espero a que él salga.
Cuando escucho la cadena, me entran ganas de hacer pis, maldita sea. Espero unos segundos para que se suba el mono y me doy la vuelta, encontrándome con un cambio: hay una mesa pequeña de color caoba muy desgastada y deteriorada, encima de ésta, hay un par de libros de pasta gruesa en color negro.
—¿Y esto?—le pregunto, señalando hacia la mesa.
—¿Los libros? —sonríe de lado, provocándome algo extraño en el estómago. —. Son para hacerte hablar—se burla.
Arrastrando la mesa hasta el borde de su cama, se sienta en ésta y me echa a un lado sin cuidado alguno. Gruño. Con él mis instintos asesinos que no sabía que tenía, salen a flote. Quiero estrangularlo con mis propias manos.
Me tiene harta, y lo que más me cabrea es que disfruta haciéndolo, de modo que yo también voy a molestarlo, no puedo intimidarlo, pero sí puedo sacarlo de sus casillas como él hace conmigo.
Sonrío mirándolo de forma traviesa, él alza una ceja divertido. Me siento a su lado y, a pesar de que su mirada me está quemando la mejilla, hago como que me intereso en los libros. Paso página por página sin ni si quiera ver lo que pone, pero sé que a él le está molestando, y mucho.
Por dentro me choco las cinco.
¡Chúpate esa!
La tensión aumenta, pero me mantengo en mi postura, pese a que estoy comenzando a arrepentirme de esto.
—Mueve tu culo de aquí. —sisea, entre dientes.
Hago caso omiso y vuelvo a la primera página para saber qué es lo que estoy mirando y comento:
—Hmm... Empresariales... Me gusta. —asiento con la cabeza y levanto la mirada para mirarlo, con un ápice de miedo por lo que me pueda encontrar. Me está matando con esos ojos hostiles que me provocan escalofríos. Trago saliva, observando como una vena del cuello se le infla. Está comenzando a respirar con fuerza.
Esto me va a pasar factura...
—He dicho... —lo interrumpo, haciendo un desdén con mi mano. Estoy siendo muy atrevida e irritante para él, pero quiero que sepa cómo me hace sentir a mí.
Me gano un gruñido y aunque esté un poco asustada por lo que pueda hacerme en estos momentos, en los que sé que quiere atacarme, como el salvaje que es, soy más insolente que nunca: —¿Cómo te llamas?
Él abre los ojos, sorprendido, como si lo hubiese cogido de improvisto y su cara cambia de repente, poniéndose muy serio con los dientes apretados, marcando más su mandíbula cincelada. Y, a una velocidad increíble, sin esperármelo, abarca toda mi cara con su considerable y vigorosa mano y me reclina hacia atrás, en la cama. Me aprieta la cara hundiéndome la cabeza en el extra fino colchón, haciendo que me dificulte un poco la respiración y me provoque un horroroso dolor en la nariz. Me remuevo atemorizada por mi vida, lo que causa que él presione más. Quiero gritar con todas mis fuerzas pero su mano me lo impide, ya que ahora su presión en mi boca y nariz ha aumentado, por lo tanto, mis pulmones piden oxígeno con urgencia. Johanna tenía razón, es un chico muy peligroso y está queriendo asfixiarme, tal como yo esperaba.
Todo el cuerpo me tiembla, el corazón me late desbocado, las lágrimas brotan de mis ojos y, comienzo a notar que se me están mojando los pantalones. Oh no, espero que no sea lo que estoy imaginando... Me pongo colorada, inmediatamente, como un tomate y no es porque me falte el aire.
El chico cambia la cara a una expresión que no logro descifrar y murmura:
—¿Por qué coño lloras ahora? —retira la mano y se sienta, no sin antes darse cuenta de lo que he hecho o, más bien, de lo que me ha pasado.
Se levanta como si de su vida tratase y exclama, asqueado: —¡Serás guarra! ¡Tienes un puto váter ahí! —me señala el inodoro. Me tapo la cara con las manos y sollozo más fuerte. Esto es lo más vergonzoso y patético que me ha pasado nunca.
—¿Qué pasa aquí? —oigo a un guardia.
Mierda y más mierda.
—Se acaba de mear. —me señala con el dedo, mientras se pasa una mano por la cara, frustrado.
No quiero destapar mi cara, estoy demasiado avergonzada para ello. Seré el hazmerreír de toda la maldita prisión. ¿Es que no se podía quedar callado, o simplemente ser más silencioso?
—Apáñatelas como puedas, porque hasta mañana no te darán un traje limpio ni podrás ducharte. —se dirige a mí, a pesar de que no le miro. Se oyen risas, mofas, y me siento peor de lo que ya estaba sintiéndome.