Mi compañero de celda.

Capítulo 7

Para comer, nos ponen lo que se supone que son lentejas, pero éstas ni si quiera se ven, solo hay un caldo marrón que no tiene muy buena pinta. Yoa y yo nos sentamos en la mesa y empezamos a comer, aunque la comida no se vea muy apetitosa.

En el patio ya nos hemos puesto al día, le he preguntado por su ausencia de ayer en la noche y me ha estado explicando que, por lo visto, vino un guardia nuevo y ella le dijo que tenía que darle su pastilla para la hipertensión y el funcionario, joven, no le creyó. Entonces estuvo la pobre muy mala.

Luego, me ha preguntado por mi ojo, que ahora, está bastante morado e hinchado.

Terminamos, nos levantamos, dejamos las bandejas y hacemos la rutina de siempre. Nos despedimos hasta la cena y entro a mi celda. Blake está fumando, echa el humo por la pequeña ventana y así, sucesivamente.

Frunzo el ceño, pues no creo haberle visto fumar antes, ¿de dónde habrá sacado el tabaco?

Caigo en la cuenta de inmediato y miro debajo de mi colchón. Como sospechaba... Blake lo ha cogido, ya que no tiene el envoltorio de plástico, y en cuanto lo abro, faltan cinco cigarros.

Enfadada, lo guardo en el mismo sitio y me pongo detrás de él.

—¿Te está sentando bien? —pregunto, cruzándome de brazos.

—De puta madre —responde con desdén, y da otra calada.

—¿Por qué has tocado mis cosas?

—Yo hago lo que me salga de los huevos, así que déjame tranquilo y vete a tomar por el culo con tus gilipolleces.

¡¿Por qué tiene que ser tan odioso, por qué?!

Aun así, me da igual lo que me diga, él no tiene porque fisgonear en mis cosas.

—A mi me da igual lo que a ti te salga de los huevos, no vuelvas a tocar mis cosas, imbécil —escupo las palabras.

Me doy media vuelta y me tumbo en la cama poniendo las manos detrás de mi cabeza, observándolo. ¿Se puede odiar a alguien de la manera en que lo hago con este chico?

Tira el cigarro por la ventana con una tranquilidad muy sospechosa, se dirige hacia a mí y se sienta en la cama. Alarmada, me pongo en guardia, dispuesta a defenderme. No obstante, él es mucho más rápido que yo y me coge el brazo, sacándomelo de debajo de la cabeza para luego después agarrar mi mano.

¿Qué hace?

Frunzo el ceño y trato de retirar la mano, pero aprieta fuerte y coge mi dedo meñique. Empieza a retorcerlo, al principio no duele pero cada vez que retuerce más, el dolor aumenta.

—Estoy hasta los cojones de que me insultes, asquerosa —sisea, mientras sigue retorciéndome el dedo.

Reprimo las ganas de soltar un sonido de dolor y me incorporo para quedar sentada. Con la otra mano cojo mi otra muñeca y tiro. Obviamente, no consigo nada; él es muchísimo más fuerte que yo.

—Suéltame —exijo —. Me vas a romper el dedo.

—¿No me digas? —entrecierro los ojos —. Eso trato de hacer —sonríe, de lado. Sigue con su tortura, ya no soporto más el dolor, estoy segura de que me va a romper el hueso en cuestión de segundos. Me suelto la muñeca y sin pensarlo dos veces, le pego con el puño en su fuerte y trabajado brazo, reiteradas veces.

—¡Suéltame, maldita sea! —chillo, a punto de llorar, mientras sigo golpeándole.

Su cara se pone roja mientras me mira fijamente, diciéndome con la mirada que me he metido en problemas. Y muy serios. Soy consciente de ello, pero tendré que defenderme, ¿no?

Por fin, me suelta y de inmediato me llevo al dedo adolorido. Sin embargo, ni siquiera me da tiempo a reaccionar cuando lo veo que va atacar, de nuevo. Me engancha del cuello con agilidad, muy furioso, apretando su fuerte y vigorosa mano alrededor de mi cuello.

—Déjame —digo, con la voz entrecortada y los ojos abiertos como platos, llevando a su mismo tiempo las dos manos a la suya para que me desenganche.

No dice nada, sólo se escucha su fuerte respiración y mis ruegos, en susurros, para que me libere. Sigue con su mirada clavada en la mía, con una expresión de furia, como si fuese un animal, un monstruo. Tiemblo. Los pulmones me arden. Abro la boca boqueando como un pececillo, forcejeando con él al mismo tiempo y las lágrimas comienzan a salir de mis ojos.

Esta vez, no lo cuento.

—Por favor —lloriqueo, aunque no estoy segura de si se me ha entendido.

De repente, como si él hubiese sido poseído y hubiese vuelto a su ser, se levanta rápidamente, muy nervioso. Comienza a tirar de los extremos de su pelo al mismo tiempo que murmura cosas inentendibles. Toso, la garganta me pica, me arde al igual que la piel, la siento irritada. El corazón me late con fuerza, parece que quiere salírseme del pecho, incluso lo escucho retumbar en mis oídos.

Acabo de estar al borde de la muerte.

Me siento, llevo la mano al pecho e intento calmarme. Lo veo pasear de lado a lado, frotándose la cara con desesperación, puedo ver que está luchando contra sí mismo, contra su cabeza. Repentinamente, se queda quieto y me mira con detenimiento, y con otra expresión que no logro descifrar. Da un paso hacia a mí y, temerosa, me retiro echándome hacia atrás. Ya no me fío de él.




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