Ese día llegué al instituto con el mismo ánimo de siempre. Amaba ver a mi amiga desde la otra esquina del patio. Ella corría hacia mí para abrazarme; las vacaciones habían sido muy aburridas sin poder verla.
—¡Lazy, te extrañé tanto! —dijo, rodeándome con un fuerte abrazo.
—Y yo a ti —respondí, devolviéndole el abrazo con la misma intensidad.
Caminamos juntas hasta el aula, abrazadas como las grandes amigas que éramos. Al entrar, noté que Pol se había sentado en uno de los últimos puestos. Me sorprendió. Él solía ubicarse al frente, siempre atento, siempre dispuesto a responder. Era un chico callado, algo extraño quizá, pero muy aplicado.
Vi que me miraba fijamente, así que levanté la mano para saludarlo. Nunca habíamos hablado, pero me parecía un buen chico. Muchos lo molestaban por su timidez, pero yo no le daba importancia a eso.
La primera clase después de las vacaciones fue una maravilla. El profesor organizó dinámicas, charlas, juegos… Todo estaba genial. Sin embargo, había algo que me hacía sentir rara. Una incomodidad, un cosquilleo en la espalda, como si me observaran.
Me giré, y efectivamente, allí estaba la mirada de Pol, clavada en mí como si intentara descifrar un enigma. Volví la vista hacia mi amiga y le hice unas señas para que lo notara. Ella lo miró rápidamente y soltó una risita.
—Te ama —dijo con picardía, formándome un corazón con las manos.
—Estás loca —me reí de la tontería que acababa de decir. *******
No creía que fuera cierto lo que decía mi amiga, pero durante el resto de las clases no pude estar tranquila. Él no dejaba de mirarme, como si quisiera decirme algo. Yo trataba de sonreírle, de responderle con amabilidad, pero él no se inmutaba. En la hora del descanso pasó por mi lado como si no hubiese pasado todo el rato observándome.
—Es un chico extremadamente raro —dijo mi amiga, viéndolo salir del aula.
—Si no me lo dices, ni me doy cuenta —respondí con fastidio—. En clase no me quita la mirada, y al pasar es como si yo no existiera.
—¡Te enamoraste! —gritó emocionada, casi saltando.
—De verdad dices cada tontería... —repliqué mientras la empujaba para que saliéramos del salón.
En la cafetería, como siempre, ni se apareció. Nunca iba por allí.
Ese día transcurrió sin problemas. Al siguiente, siguió con su manía de mirarme fijamente. Yo lo dejaba hacer, mientras no se acercara, no había problema. Así pasó todo el mes: miradas constantes, sin una sola palabra más... hasta que un día, sin dudarlo más, se me acercó y me habló.
—Lazy, me pareces muy hermosa —dijo con una voz tímida y temblorosa.
—Gracias —respondí, sin saber qué más decir.
Él sonrió levemente y volvió a su asiento como si nada. Mi amiga, que había presenciado toda la escena desde el otro lado del aula, no estaba para nada contenta. Me advirtió:
—Ahora no te lo vas a poder quitar de encima.
Y tenía razón. Desde ese día, todos los días venía con la misma frase: “Lazy, me pareces muy hermosa”. No voy a mentir, muchas veces quise mandarlo al carajo, pero no parecía lo correcto. Era un cumplido bonito, repetido, sí, pero lleno de sinceridad.
Hasta que un día, en el que no estaba de buen humor, hice lo que mi amiga había querido desde el principio…******
—¡Vete al carajo, me fastidias! —le grité a Pol sin pensarlo dos veces—. Para mí, eres invisible.
Al parecer, aquellas palabras le dolieron. Pude verlo en su rostro. Me sentí terrible después de decir eso. Nunca debí hacerlo, al menos no de esa manera. Él era raro, sí, pero mi reacción fue cruel. Decidí disculparme, pero mi amiga me lo impidió.
—Mejor dale una oportunidad —dijo con una expresión maliciosa que solo podía significar una cosa: se le había ocurrido una gran idea.
—¿Pero qué dices? —le hice una mueca, confundida.
—Sí, ofrécele una oportunidad —insistió, conteniendo la risa.
—¡No! —le grité, histérica.
—Te reto —dijo de pronto, en tono serio.
—¿De qué hablas?
—Si eres capaz de andar con Pol durante una semana, te juro que te pago las entradas para el concierto de ese cantante tuyo que tanto te gusta.
—No puede ser —respondí, sorprendida.
—Sí. ¿Apuestas o no?
—¿Y si no?
—No pasa nada —respondió con tranquilidad—. Pero uff… qué bueno sería que fueras a ese concierto.
Sus palabras me convencieron. Lo que no esperaba era que me dijera que tenía que durar por lo menos una semana con él.
—¿Hablas en serio? —pregunté, preocupada.
—Muy en serio —respondió, con una risita burlona.
Así lo hice. Iba tras ese concierto gratis hasta el fin del mundo si era necesario. Enredar al pobre chico fue demasiado fácil. Estaba tan colgado por mí que bastaron unas cuantas frases cursis para mantenerlo contento.
Recurrí a frases que todas las chicas usan: “Eres el chico más lindo del mundo”, “Eres lo mejor que me ha pasado”. Cada día le entregaba una tarjetita con palabras distintas. Una vez le di una que decía: “Mi corazón es tuyo”, acompañada de un corazón hecho en foami que compré en una tienda de manualidades.
Mi amiga no podía creerlo. Estaba sorprendida. Me preguntó si, por casualidad, me estaba enamorando de Pol… Pero claramente, solo lo hacía por ganarle la apuesta.
Ya estaba por terminar la semana. El viernes era el concierto. Mi amiga cumplió su promesa… y la apuesta se acabó.******
El lunes me desperté con una ansiedad tremenda. Sabía que debía enfrentar a Pol y decirle que todo había terminado.
—Lo siento, Pol —le dije apenas lo vi en la entrada del instituto—. No podemos seguir juntos.
—Creí que lo que decían las tarjetas era verdad —fue lo único que respondió, y luego se marchó, dejándome sola con el nudo en la garganta.
Pensé que sería mucho más difícil, pero al parecer se lo tomó con calma. Aunque... no del todo.
En los días que siguieron, seguía mirándome, pero su mirada ya no era la misma. Era fría, vacía... como si no quedara nada detrás de esos ojos. Notaba cómo las ojeras se hacían más profundas, cómo su piel palidecía. Estaba claro que le había hecho daño. “Ya se le pasará”, pensé. Pero la culpa no dejaba de pesarme.
Editado: 28.05.2025