Mi destino era amarte

Capítulo 1: Alessandro

Dana

Yo había sido una chica con suerte desde el inicio. A mis padres les había costado mucho tenerme y me atesoraban como si fuera una princesita. Mi padre, Adam, es un pianista famoso, yo lo admiraba y él me amaba con tanta ternura que me hacía sonreír. Mi madre, Lorraine, era mi modelo a seguir, una mujer despampanante y maravillosa. 

Tenía dos amigas maravillosas, Annie y Lori, que eran las hijas de las mejores amigas de mi mamá. Habíamos sido criados juntas, y eran como mis hermanas. Annie era recatada y seria y muy inteligente; mientras Lori era un personaje divertido y hablador.

Pero además de todo eso en mi vida, también estaba él.

Creo que estuvo desde el comienzo, desde que tengo uso de razón. Alessandro Maledetti, para mí era sinónimo de amistad, siempre a mi lado, cerca, apoyándome, sonriendo, mirándome como si yo fuese el sol y la luna. 

Alessandro de pequeño me llevaba de la mano, y creo que así aprendí a caminar. Me guardaba frambuesas que sacaba de la cocina a escondidas, me trajo un gato de color rojizo cuando le dije que ansiaba tener uno, me contaba historias, me conseguía mariposas del jardín, me protegía en el colegio… como si fuera mi guardián. Y para mí, eso era lo más normal del mundo. 

Los Maledetti era una familia millonaria, no es que mi familia haya sido pobre ni la de mis amigas, pero ellos estaban a otro nivel. Sus padres eran maravillosos, sus abuelos, y francamente todo el mundo era particularmente atractivo ahí.

Lori Maledetti, su hermana, se robaba las miradas de todos y era la más consentida de la familia, en cambio, Alessandro era serio y brillante. 

Él me había colocado mi primer sobrenombre, me decía Dani o Didi, y yo podía recordar la sonrisa que él colocaba solamente cuando me veía y me llamaba por esos diminutivos. Yo, en cambio, le decía Alex o Alessio, y él lo adoraba.

Todos en nuestra familia trataban eso con la mayor normalidad, como si fuera lo más común del mundo, que dos niños se sintieran tan cercanos desde que... nacieron prácticamente. Él era mayor que yo, y fuimos creciendo, juntos de la mano. Mi mundo era él, mis amigas y mi gran familia. Y yo no podía ser más feliz. Sin embargo, si algo he aprendido a mi corta edad, es que… nada se mantiene sin cambios.   

Cuando Alessandro se hizo mayor, el niño, de cabello oscuro y ojos castaños, se transformó en un adolescente alto y fuerte. ¿Saben esa etapa en la pubertad donde casi todo el mundo es feo y desproporcionado? Bueno, Alex jamás pasó por esa etapa. Era, simplemente… magnífico. 

Todas las chicas estaban completamente enamoradas de él, él no importa la edad que tuvieran. Creo que hasta las profesoras se desvían por el chico Maledetti, él era excelente alumno, buen deportista, dueño de un look maravilloso, casi siempre de blanco y negro, cabello ligeramente largo y azabache, y una mirada que enloquecería a cualquiera. Yo lo conocía de toda la vida, y con todo y eso… no fui inmune a su hechizo.

Annie y Lori entraron a la pubertad con buen pie. Annie era de una belleza exótica, cabello oscuro, piel bronceada y ojos claros como su padre francés. Lori... era bueno, Lori Maledetti, como todas las mujeres en su familia, divertida y que enloquecía a todos. Y yo... pues, digamos que esperaba salir un poco a mi madre, una pelirroja que parecía una modelo, pero no fue el caso. 

Me sentía extraña, me solía colocar ropa grande para esconder mi cuerpo, suéteres, cuello de tortuga, pantalones anchos. Y mi cabello rojizo, que siempre había sido motivo de admiración, era la burla en el colegio, sin mencionar mis pecas y mis lentes. Yo me sentía el patito feo, la niña extraña que para remate… estaba enamorada de lejos, del chico imposible. 

Y llegado yo a esa etapa de mi vida… Alessandro se había alejado, en cuanto básicamente cumplí catorce años. Ya no era el chico que me llevaba de la mano, ni el que participaba de mis improvisadas obras de teatro, que era mi pasión, en donde mi padre componía la música, mi madre hacía el vestuario, y mis amigas eran las actrices. 

Tampoco era el niño que separaba todos los caramelos y me dejaba solo los de fresa porque eran los que me gustaba. Tampoco el que lloraba cuando nos separábamos. Y yo lo veía de lejos, él era... tan perfecto. Y yo tan... Dana. 

Alex no venía a hablarme, casi no salía ya con nosotras. No me preguntaba por mis obras de teatro ni me regalaba libros. Era como una persona… diferente. Como si yo tuviera una repentina enfermedad muy contagiosa. Yo me sentía… como si me hubiesen quitado una parte de mí, la más importante. Y no tenía la menor idea de que era lo que había hecho mal. 

Yo solo podía pensar que tenía vergüenza de mí, de que yo había dejado de ser aquella niña de rizos pelirrojos, de sonrisa un poco chueca, a la que él le había regalado un pequeño anillo de plástico cuando eran niños y le había dicho, que era su futura esposa y que él era mio y yo de él. 

Por supuesto que yo jamás confesé a nadie estos sentimientos, mi personalidad siempre habría sido bastante discreta, y cuando mencionaba a mis amigas que Alessandro se había distanciado un poco simplemente mencionaban que él estaba ya en otras cosas, cosas de chicos grandes. 

Yo veía como las chicas más populares, inclusive de grados mayores, lo perseguían. Hacían fiestas solo para que él fuera, y ellas tuvieran la oportunidad de hablar con él. 

Yo me imaginaba, puesto que uno siempre piensan los peores escenarios y fantasea sufriendo con ellos... que él estaría besándose con esas chicas, las populares, flacas pero con grandes curvas. Yo ni siquiera era invitada, supongo que era muy pequeña y prácticamente un renacuajo como para poder asistir. 

Así que me concentraba en vivir mi terrible adolescencia, compartida con mis amigas. Nos encantaba reunirnos y hablar de música, de qué haríamos cuando fuera más grande, de los lindos chicos de moda. Aunque para mí, como una tonta, no había un hombre como él, muy dentro de mí lo sabía, como si una voz me susurraba ... nunca habría nadie como él. 




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