Dana
Ese día salí corriendo, dije que me sentía mal y no lo vi. Me quedaba en casa y casi no quería ni ir a clases. Igual no era de ayuda mi cuarto, todo lo que veía me recordaba a él. Alessandro estaba en todas mis fotos, en todos mis recuerdos.
Entre mis cosas más preciadas estaban lo que él me había regalado, lo que su madre me había comprado, los pequeños recuerdos de Italia que me había enviado, postales, mensajes en cuadernos, todo de él lo guardaba.
Inclusive tenía en una pequeña cadenita debajo de mi ropa, colgando de mi cuello, ese anillo de plástico que él me había dado, hace ya tantos años. Todavía me quedaba en algún dedo. Y me sentía melancólica y tonta.
—¿Crees acaso que él guardaría todas estas tonterías? Por supuesto que no— me decía a mí misma.
Él debe haber olvidado las palabras que me dijo de niño. Seguramente yo seguía siendo de él, pues ¿A quién engañamos? Alex estaba en mi corazón sin posibilidad de sacarlo. En cambio, él nunca había sido mío.
Los días siguientes en el colegio me sentía derrotada, tenía pánico de que él apareciera. Y por supuesto lo hizo, en todo su esplendor, como un pequeño dios del olimpo. Les juro que casi lo vi en cámara lenta
Él estaba en su look usual, completamente vestido de negro. El cabello le caían en ondas, los mechones en la cara, y le colgaba de la camisa unos lentes oscuros que parecía de modelo. Otra vez volvió a revolucionar el colegio, había llegado el gran Alex Maledetti.
Las chicas se desvivían, los chicos querían ser sus amigos, los profesores se deshacían en alabanzas. Y yo lo veía ahí en el pasillo apretando mis libros contra mi pecho, arrepintiéndome de haber elegido mi peor conjunto de todo mi guardarropa. Debí haber seguido los consejos de moda de mi madre, ella siempre lucía fabulosa.
No esperé ni que a él y me viera y corrí directamente el baño como una tonta. Era una cobarde, no se los voy a negar. Me quedé en uno de los cubículos sentada respirando ajetreadamente. Yo era una chica lógica… si si, me gustaba el teatro, los libros, el romance. Pero estaba completamente consciente de que esto no era normal.
Me veía en el espejo, mi cabello lucía fatal, mis lentes que no creo que me favorecían, mis pecas… mi suéter horrible. Que los dioses me ayuden, como dice mi madre.
Yo ni siquiera miraba a otros chicos, sentía que podía esperarlo a él de por vida, aun cuando estaba 100% segura de que él no correspondía a mis sentimientos. Salí con los ojos enrojecidos y cuando me dirigí a uno de mis salones, escuché una voz fantástica que me llamaba.
—Dani... tanto tiempo sin verte— decía él y cuando yo volteaba y lo veía tan cerca que se me caían mis libros. ¡Qué torpe!
Él no se reía de mí, sino que se agachaba conmigo a recogerlos. Era imponente, incluso así, en el suelo, sus manos blancas con anillos de plata, su cabello brillante, sus zapatos deportivos. Incluso sonreía cuando veía los libros de Shakespeare que habían caído desordenados. Su sonrisa era fantástica, ¿cómo alguien podía ser así de hermoso?
—Sigues con tu amor con el señor William...— me decía y su sonrisa deslumbraba.
—¿William?— le respondía yo mientras me acomodaba los lentes, ahí en el suelo con él.
—Sí... William Shakespeare... tu ídolo, inglés, hace obras de teatro, tú sabes…—decía dándome el libro. Me sentía más tonta de lo que seguramente luzco.
—Ahhh... si si... todavía me gusta... je je— respondía. ¿Podrías ser más imbécil Dana Turner? Cuando nos levantamos puedo ver que su camisa oscura le queda perfecta, y que todo en él es… fabuloso.
— Y… ¿Qué has estado haciendo?— me pregunta con su voz maravillosa.
—Eh... no mucho. Leí algunos libros y nada más...— él me sigue mirando con insistencia.
Él parece realmente interesado en lo que pueda decirle y yo con las respuestas más nerd y aburridas del mundo. Podía haber dicho algo más interesante, ¿no? Que sé yo… fui a un parque de diversiones, tuve citas… claro que no hago nada de esas cosas.
—¿Y las obras de teatro? ¿Sigues con ellas? Todavía recuerdo esa de los animales, en donde cada uno hacía uno… ¿El libro de la selva era?— decía y me hacía sonreír.
—Ohhh ¿lo recuerdas?—
—Claro... tu padre hizo una canción fantástica y yo era una pantera, así que me encantaba...— me respondía y yo veía que cada vez que yo sonreía más, él parecía complacido. Se quedaba observándome, viendo mi cara, mi cuello, mis manos. Yo volvía a tomar mis libros, presionándolos contra mí, como si fueran mi salvavidas.
—¿Vas a ir a la fiesta de Verónica? Tengo entendido que nuestros padres le han dado permiso a todas— me preguntaba, yo de repente recordaba la escena en su casa.
Yo bajaba la mirada y pensaba en qué responder. Verónica… después de que se había anunciado la fecha del fastuoso evento… yo había escuchado rumores. Esa chica se había propuesto perseguir a Alessandro como si él fuera su caza. Inclusive se jactaba de decir que ya se habían besado y su objetivo era llevárselo a la cama, así de simple.
Y yo inocentemente guardando anillos de plástico de él, cuanta estupidez. Realmente yo era una niña con delirios románticos. Estábamos en otra liga diferente. Jamás podría contra ella. Era mayor, alta y supermaquillada, usaba blusas sumamente apretadas con escotes mortales e iba con tacones al colegio ¿Cómo podía andar así? Jamás lo entenderé.
—Yo... aún no me decido— le decía y la expresión de él se caía. Ahora que lo pensaba, demonios… no quería verlo a él besuqueándose con Verónica. Si solo de escuchar el nombre de ella en su boca me hacía sentir mal. No, no… era mejor no ir.
—No... ¿quieres ir? Pensaba que ustedes estaban emocionadas. Tú sabes que no necesitas ir con pareja…— me dice y yo siento que me enrojezco solo de pensar que evidentemente... ningún chico me ha invitado a ir, ni creo que lo haga, éramos aún muy jóvenes, al menos esa era mi excusa. Mis amigas y yo habíamos decidido que íbamos a ir las tres juntas, solas.