Mi destino era amarte

Capítulo 7: Rosas Shakespeare

Alessandro

No sé por qué me sorprendo, pero evidentemente mi hermana tenía la razón. Sentía que todo esto era lo correcto, mi cuerpo se sentía bien y mi cabeza estaba totalmente aclarada, como si pasara un gran viento y se llevara todas las nubes que obstaculizaban mi pensamiento.

La floristería de los Turner era realmente hermosa, el abuelo de Dani y padre de Adam era un señor amable y agradable, que me reconoció de inmediato. 

—Alessandro... ¿Cierto? Me preguntaba si en algún momento ibas a venir… creo que tengo especialmente las que me pediste— dice guiñándome el ojo. 

A estas alturas pareciera que todo el mundo parecía saber de mi interés por Dana. Fue a buscarme las mejores rosas en el fondo de la tienda, y preparo un paquete especial. Luego fui a una de las calles principales de la ciudad y no me detuve hasta encontrar lo que quería, algo que pensaba en ella a cada momento. Cuando llegué al departamento para prepararme ya Lori no estaba. 

Revise todo mi guardarropa, arrepintiéndome de tener exactamente los mismos colores, camisetas blancas y negras y en general todo oscuro. Me fui por lo más sencillo, parecer que esto era simplemente algo normal, una celebración de que Dana, la perfecta Dana… había tenido un éxito. Que obviamente se merece. Me vi al espejo una cantidad de tiempo inútil y finalmente salí, tomé las flores en mi moto y me dirigí a la universidad de ella. 

Al parecer la celebración era en una especie de bar, con mesas afuera y había mucha gente. Yo me sentía un poco tonto con la maceta de rosas en mi mano, debo decir que la gente se me queda viendo de forma sorprendente. 

Supongo que era algo común, había pasado ya desde hace varios años. Mi padre y abuelo lo llamaban "el encanto Maledetti" pero a mí me parecía una maldición. Todo el mundo se me quedaba viendo como si yo fuese un bicho raro, y frecuentemente recibía comentarios, es insinuaciones bastante indecentes de mujeres de todas las edades. 

Pero yo paso entre la gente intentando buscarla, o al menos intentar ver a Annie o a mi hermana. Hasta que sentí ese particular olor y por supuesto, la vi ahí en una esquina, en una mesa, sola, mirando a la gente con nerviosismo, y yo sentía que el corazón se me detenía.

Dani no era de querer llamar la atención todo lo contrario, tenía cara de que prefería estar en casa con sus libros. Y, sin embargo, yo volvía a sentir… todo eso que ella me provocaba.

El alboroto del bar desaparecía, el sonido de las copas y vasos, la risa de los estudiantes, los gritos y demás... mientras yo caminaba hacia ella. Más bien en mi cabeza sonaba alguna canción vieja, italiana, de esas que tarareaba mi padre cuando estaba feliz.

Él solía cocinar, y me contaba que cuando él y mi madre solían ir a Florencia, y hacían pícnics, cerca de las ruinas de un templo romano, y su historia transmitía tanta felicidad que yo... imagine que ese era un lugar feliz. 

Dana pareciera que de repente se hubiese dado cuenta de que yo estaba ahí, aun cuando estaba lejos y podía ver como su expresión cambiaba. Sus ojos brillaban y su boca se quedó abierta, como si escondiera una pequeña sonrisa. En el tiempo que habíamos pasado separados, luego de la obra de teatro y del beso... Dani se había hecho cada vez más hermosa, y yo me di cuenta de que nunca habría nadie más para mí que ella. 

Su cabello rojizo brillaba, sus hombros estrechos estaban enmarcados en una blusa blanca con cuello y un lazo negro. Parecía de otra época, una época más hermosa, donde había romance, poemas, regalos preciosos, sin aplicaciones de citas ni parejas que desaparecieran luego del primer encuentro. 

Yo sentía de nuevo eso en mis costillas que me jalaba a ella, no era casualidad mi elección de cita cuando le dije esa frase. No era ni de terciopelo ni algo suave y hermoso, para mí era como una cadena de oro brillante, irrompible, y que como si además fuera magnética, me llevara irremediablemente a ella. 

Dani parpadeaba como si no pudiera creer lo que veía, no me imaginaba aquí, supongo, y eso me llenaba el corazón de una calidez deliciosa, ahora yo no podía parar de sonreír, mis pies no iban lo suficientemente rápido como quería. Necesitaba estar junto a ella lo antes posible. 

—Dani...— le decía y ella expiraba al verme levantando su cabeza. 

—Alex... ¿Qué haces aquí? Pensé que estabas en Italia…— decía su voz como un suspiro. Yo mentalmente contaba las pecas en su cara, veía sus formas, sus ojos castaños y me alegraba de pensar que sí… era ella. Yo estaba aquí frente a ella luego de que pareciera estar años separados. 

Me había dado cuenta de eso hace un tiempo, cada vez era más difícil separarme de ella. Pero nada era peor cuando ella se alejaba de mí, como en los últimos días en el colegio que me veía y ella tomaba el otro camino. Me despedazaba, y mi objetivo primordial esta noche era no darle razones para que lo volviera a hacer. Tenía que ser inteligente y tomar acción, tal como decía mi hermana. 

—Yo... necesitaba estar aquí, así que... Lori me dijo que habías logrado algo increíble en tus primeros días en la universidad... y vine a felicitarte. Espero que no te moleste— ella sonreía tanto que me hacía delirar. 

—No, por supuesto que no, siempre eres bienvenido... — me decía un poco tartamudeando. De repente aparecía mi hermana y Annie con bebidas y me sonreían como si realmente estuvieran contentas de verme. 

—Annie Lori, ¡miren quién está aquí!— decía Dani feliz. Hablamos todos por un buen momento hasta que yo le acerqué las flores. 

—Te traje esto... para celebrar tu gran éxito— le digo y ella aparece deleitada viéndolas. 

—Son de la tienda del abuelo...mi sueño— dice mirándome de forma adorable. 

—Tu abuelo Vincent busco las mejores rosas Shakespeare que encontró y son particularmente raras— le digo y ella las huele con placer. Son de un color rojo oscuro, casi carmesí y aterciopeladas, sin duda me hace pensar en el cabello y la boca de Dani. Por los dioses…




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