Cuando pisé el altar con ese vestido largo, lleno de perlas y precioso no fue lo que me hizo llorar.
Me hizo llorar aquel hombre que usaba ese traje negro sin corbata porque él odiaba usarlas, lloré por la manera en que me observaba caminar a dónde estaba parado, no existía nadie más que él allí en ese altar.
Lloré cuando me puso el anillo y me susurró un Te amo, lloré cuando brindó conmigo no prometiendo una vida tranquila, si no que prometió defenderme a muerte y matar a todo aquel que me pusiera un dedo encima... Lloré cuando me sujetó con firmeza y bailó mirándome a los ojos.
Y sí, lloré. Lloré porque no imaginé esta vida, no imaginé casarme con un hombre lleno de problemas y soluciones. Ante todo eso, él fue quien secó mis lágrimas a cada rato y sonriéndome sabiendo perfectamente que eso me calmaba.
Y justo ahora tenía una lágrima en mi mejilla viendo la foto de nuestra boda, en todas salía serio, pero había una que era mi favorita.
Estaba en sus piernas observando a la cámara pero él solo me observaba solo a mi con un pequeña sonrisa de lado.
Mi favorita. Un golpe a la puerta me hizo asustar, dejé el álbum en la cama y sequé mi lágrima.
—¿Quién?
—Disculpeme pero la señorita Gabriela llegó.
Elevé una ceja y me acerqué a abrir la puerta y salí dejándolo atrás, bajé las escaleras y apreté mis labios cuando la ví con ese vestido ridículo de puta barata.
—¡Que agradable sorpresa!
Exclamé con una sonrisa, me miró de pies a cabeza y rodó los ojos.
—Estoy buscando a Alex. ¿Dónde está?
—Bueno, Alex no está.—me crucé de brazos y ella solo chasqueo la lengua.
—Entonces voy a esperarlo.
Se sentó en el sillón y se cruzó de piernas, tenía un tatuaje de un dragón en su muslo, aclaro, el vestido era muy corto... Y ella una necesitada.
—¿Para qué necesitas de mi Alex?
Pregunté algo calmada. Odiaba que se sentaran en los sillones sin mi maldito permiso, cómo dijo mi esposo; "Es tu casa, haz con ella lo que te plazca"
—Tenemos un asunto que atender.—me sonrió con burla y se la devolví.
—Disculpa, mi esposo no tiene asuntos con prostitutas como tú, a demás él está en otro asunto. No tiene tiempo para ti.
Me miró molesta de repente.
—Es mejor que mantengas esa boca sujeta al respeto Stella, no soy una cualquiera.
Se quejó rabiosa y me encogí de hombros. Simplemente me senté en reposabrazos del sillón.
—Prefiero que te mantengas en tu lugar, soy la esposa de Alex y por lo tanto estás en mi puta casa.
—¡Esta casa le pertenece a Alex, tu no tienes una mierda aquí!—me gritó y dos de los sujetos que estaban en la sala la miraron sujetando sus armas... Sonreí cuando ella quedó con mirada seria y un poco de miedo.
—Cuando me casé con Alex...— comencé a hablar y me levanté caminando por la sala grande.—Él me dió el poder de dirigir y dominar esta casa. Elegir el color de las paredes, la alfombra, el sillón donde apoyas tu trasero apestoso y también...
—No lo digas maldita perra.
—Dominarlo en la cama.
Sonreí en grande y la observé.
—Tengo el poder de muchas cosas cuando él puso este anillo en mi dedo —señale la alianza dorada con la perla roja...—Y simplemente él solo me aseguró que el color rojo define a la mujer de su vida, a la mujer que tiene carácter y a ti no te dió un mísero besito en la mejilla Gabi. Porque eres débil.
Su rostro estaba rojo, se acercó a mi pero frenó de golpe cuando Sebastián se puso detrás mío con mirada fría y asesina.
—De un paso más cerca de la señora y no me contendre a sacarla a la fuerza de la casa, señorita Gabriela.
Su voz me erizó la piel, ahora sabía uno de los motivos por el cual mi hombre dejaba a este sujeto cuidando la casa y de mi.
Era calculador, frío y enojón. Tal vez si lo acariciabas con una pluma ya te daría un tiro en medio de la frente.
Eso era Sebastián, un adonis muy bonito y peligroso.
Pero Alex era otra cosa, una persona que pensaba y recapacitaba con algunos temas comunes, pero si era algo que no le gustaba lo desechaba.
Y si buscaban guerra, él les daría la guerra pero no perdonaría a nadie por una traición, lo mataría sin dudar o lo torturaria hasta que esa persona se desangre sola.
—Gabi, mi esposo estaría muy molesto si sabe que le hablaron mal a su esposa bonita.
—No tienes nada de bonita. Eres horrenda y una mujer asquerosa. Seguro hasta te tiras a este imbécil.
Señaló a Sebastián, lo observé.
—Sebastián es tan lindo pero no es mi tipo. Además mi esposo es muy celoso.
Hice puchero.
—Ya me voy. Contigo no se puede ni hablar y dile a Alex que pronto vendré, y que si va a terminar algo que lo haga y no me deje caliente.
Sonriéndome se retiró y apreté mis manos en puño.
—Hija de..¡Ahg!
Gruñí enojada y miré a Sebastián que se había alejado y al otro chico también, ambos observandome.
—¡Dejen de mirarme!
Grité furiosa... Alex iba a pagar cuando llegara a la casa.
¿Cómo es eso que la dejó caliente?
Caliente iba a dejarle la maldita cara cuando le de unas buenas palmadas con fuerza.
Pasé un buen rato así esperando pero no llegó. Me puse mi pijama y subí a la cama aún molesta.
Poco rato me quedé dormida, estaba cansada y el dolor de cabeza me había dejado peor.
Sentí unos brazos rodearme y pegar a su cuerpo, gruñó y su nariz hizo un recorrido de mi mejilla hasta mi cuello y me apretó sintiendo como estaba duro y algo tomado.
—Se que estás despierta mi amor.
—No son horas de llegar a casa y más apestando a alcohol.
—Encontré el cargamento y festejé con los muchachos.
—Se nota.
Dije queriendo apartarlo. Pero me sujetó mejor a él y me quejé.
—Sueltame Alex.
—Quiero saber que te pasa.
—No me pasa nada.
Me removí y me apretó más.
Sujetó mi rostro y me hizo mirarlo, su aliento pegaba en mi cara, estaba muy cerca que su nariz rodaba la mía...