Alex
Al cumplir quince años mi padre me había puesto reglas que cumplir, cómo comenzar un entrenamiento hasta sentir mis músculos adoloridos o a punto de desgarrarse, empezar una maldita dieta equilibrada para no sentirme pesado y con vagues..
Papá me declaró que la vida de un futuro jefe no siempre sería fácil, vendrían los dramas, las peleas, las guerras y la muerte.
Al cumplir los dieciocho años tuve sexo, si. Frente a mis padres. No me resultó vergonzoso, la verdad estaba jodido hasta las patas porque nunca tendrías algo de intimidad a solas con una persona, habían idiotas que estaban observando en como cogías con una chica y eso me era repugnante.
Recibí castigos que llevaron a dejarme marcas permanentes que odiaba con mi alma, no merecía esos castigos que según mi madre me recordaba que era para ser fuerte y soportar dolores más poderosos que la mierda que me hacía mi padre.
Ambos eran distintos; mi madre era atenta y curaba mis heridas cuando el entrenamiento pasaba, o bien me daba abrazos, pero actuaba como toda una mujer derecha y estricta cuando él estaba presente. Papá en cambio era alguien de cero paciencia, te exigía más esfuerzo, te azotada con un cable y la piel se elevaba donde el golpe había dado con fuerza. No era carismático, ni siquiera amable. Trataba a todos de la mierda pero eso se acabó cuando llegué a los diecinueve...
Cuando llegó Raquel y mamá junto a papá quedaron encantados con ella. Más mi madre porque a papá comenzó a caerle de la mierda cuando la mujer comenzó a decir que era asqueroso tener tantos guardias sucios y sin sentimientos.
Esto era lo que papá hacía, nos convertía en bestias sin restricciones a ser feliz.
Cuando mi hermano era un niño recibió la completa atención de mi padre, lo amaba y siempre estaba con él. Y en silencio agradecía porque escuchaba como le decía que Bastian jamás estaría en guerra, sería él quien tuviera la vida tranquila y llena de equilibrio, la cual nosotros no teníamos.
Llegó el momento donde mamá quiso que me casara con Raquel...
No podía, no amaba a esa mujer, sí, cogía rico pero no más que eso.
La castaña estaba loca si pensaba que pondría un anillo en su dedo.
Vaya pensamiento horrendo porque cuando esa pelinegra de ojos marrones llegaron a mi sin saber quién era, me cautivó. Sus curvas, sus labios moverse mientras preguntaba por una florería cerca, según ella era para comprar semillas.
La acompañé y le mostré el camino. Siendo sincero enamorarse de una persona a primera vista era poco de creer.
Tal vez el atractivo era lo que te llamaba la atención y tu mente solo divagaba que era el amor apareciendo.
Patético.
Enamorarse, coger, hablar, volver a coger y casarse después de dos años fue demasiado lejos para mi, yo que no quería casarme, me entregué a una pelinegra con carácter, que llamó la completa atención de mi padre.
Me dió su aprobación, me dió su bendición y me sentí satisfecho. Pero el problema era que mi madre nunca la quiso. Para María una mujer debía ser bien femenina, vestir con elegancia, ser derecha.
Pero Stella era tan ella que me volvía loco.
La observé caminar por la orilla de la piscina en ese traje de baño de color negro, su cuerpo perfecto algo bronceado y ese trasero redondo que me daban ganas de morder.
Un carraspeo me hizo mirar a un costado.
—¿Qué quieres?
Lo miré, sus ojos me miraron fijos, no tenía miedo.
—Sé que dirá que soy un cobarde por no hacerlo yo, pero por favor ponga en su lugar a la prima de la señora.
—¿Le tienes miedo a las mujeres?
—No, Joana estuvo aquí y mal interpretó todo, pensó que quise meterme con esa niña. No fue así. La señora me dijo que hablaría con ella pero al parecer no lo hizo. No quiero problemas con mi mujer, señor.
Asentí mirando a mi esposa tocar el agua con su pié derecho y eleve una ceja.
—Okey Ryan, ve a tu lugar.
Se retiró en silencio y me levanté para caminar a la mesa donde estabas las bebidas y ella estaba ahí preparándose dos copas grandes...
—Diana.
Me miró y sonrió coqueta mezclando su bebida con su dedo y luego lo chupó, reparé en ese detalle pero no me causó ninguna satisfacción.
—Señor Alex.
Dijo bajo con suavidad.
—Dejemos claro algunas cosas señorita, llegaste aquí solo porque mi mujer te invitó y porque eres parte de su familia.
—Eso es cierto señor... Tiene una agradable casa, mi prima hizo una buena elección en casarse contigo. Le das lo que pide y además de que come muy bien.
Me miró de pies a cabeza mordiendo su labio inferior.
Solté un suspiro, está mujer me caía demasiado mal.
—Mi mujer no es una interesada en el dinero si es a lo que se refiere. Además ambos nos elegimos y eso no va a cambiar.
—Yo podría hacerlo cambiar...
Reí y negué acercándome a ella.
—No le llegas ni a los talones a mi mujer.
—¿Me estás rebajando?—espetó enojada.
—Si, no me gusta lo que veo en ti. Y una advertencia más, no molestes a mis hombres en su trabajo y mucho menos con aquellos que tienen familia.
Gruñi enojado, sus ojos me observaron con enfado y sonreí.
—Yo los molesto si quiero. Ellos me desean.
—Bien, pero no molestes a Ryan. Diana, no querrás que su mujer venga por ti, yo no pienso detenerla y mucho menos dejaré que mi mujer preciosa lo haga.
—Stella va a enterarse de que su estúpido novio me está amenazando.
—Soy su esposo, y dueño de todo este terreno.
Ella miró a su alrededor y luego a mi, tomó su copa y dió un sorbo largo, se acercó y apuntó a mi pecho.
—Me hubiese gustado que fueras mío y no de ella.
—Mala suerte, no me gustan las castañas.
—Voy a decirle todo esto a mi prima. Apenas llego y me tratas mal sin conocerme, eres malo.
Hizo puchero y juro que una mueca de asco cruzó por mi rostro.