Mi Diablo favorito

Capítulo VII

Cuando salí del baño tomé lo necesario, mi esposa estaba acostada en la cama con una de mis camisas, me daban ganas de mandar todo a la mierda y quedarme con ella entre las sábanas disfrutando de sus caricias.

—¿Harán tratos cómo siempre?—preguntó con esa voz sensual y cansada.

Era obvio, después de follarmela en el baño y darle unas buenas nalgadas la dejaría exhausta.

Me acerqué y me senté acariciando su cabello húmedo.

—Es lo conveniente, trataré de llegar antes del amanecer, mientras Oscar quedará abajo en vigilancia. Sebastián viene conmigo.

Ella asintió y acarició mi muslo con sus uñas de color azul oscuro, sabía que se sentía sola pero no podía estar de brazos cruzados y exponerla al peligro.

Tan solo de pensar en que alguien le pusiera la mano encima me ponía como loco, era mi mujer, cuando me casé con ella le prometí la protección, un combo completo de amor y fidelidad solo para ella.

—¿Viste a Luke?

—No, pero Oscar me informó que está mejorando con su herida, mientras tanto Sara ya se fue a su casa. ¿Eso te deja tranquila?

Sonrió, su sonrisa era tan preciosa que me hacía latir demasiado rápido el corazón. Me incliné besando al costado de su cabeza y aspire su aroma.

—Cuidate por favor.

—Nena.

—Se que eres fuerte, pero yo no lo soy tanto, si te pasa algo me rompería por completo y no aguantaría esta vida sin tu compañía.

Apreté mis labios y sobe su brazo. Tampoco me imaginaria una vida sin ella, después de todo sabía que ella era mi motor para andar y seguir con esta vida de mierda que no podía dejar.

—Solo es una charla amistosa.

—Ni tu te la crees, Alex.

—El caso es que voy a volver. Y te quiero dormida.

Me levanté y tomé el arma acomodandolo en mi cinturón, me incliné a ella y besé sus labios suaves y cálidos.

Sus manos acariciaron mi nuca y mejilla, permitiendo que haga el beso profundo devorando su boca a mi gusto. Me separé y la llené de besos.

—Ya me voy, estaré atento a tus llamadas por si ocurre algo.

Asintió y tomé mi saco para salir cerrando la puerta con cuidado. La casa estaba llena de cámaras y era obvio que revisaría las cintas al otro día. Sebastián ya estaba esperando en la puerta, Bastian estaba sentado en los sillones mirando televisión y la otra mujer no estaba aquí y era lo mejor.

—Ya me voy, cuida de mi mujer.

—No soy su niñero, es más, no vengas tarde.

—Bastian, no jodas. Ya me voy, no consumas tus porquerías.

No dijo nada y aproveché para irme, confiaba en mi hermano y confiaba en cuidaría a Stella y daría aviso ante cualquier cosa que sucediera.

Soriano era un viejo con barba, corpulento y algo imbécil para dejarlo más claro. Cuando entré al comedor de su casa me recibió con una asquerosa sonrisa mientras una de sus putas estaba en sus piernas acariciando su pecho.

—Pero Alex, que bueno verte aquí.

—Se directo con la reunión.

Decreté algo molesto, y sí, lo estaba. Me jodía que me arruinaran los malditos planes.

—Como le dije a Sebastián, tengo al ruso de nueve años, te lo obsequio, es un buen chico.

—Tu odias a los niños.

—Si, por esa razón. Te lo regalo, llévatelo si quieres porque si se queda aquí voy a matarlo.

Dijo sin pizca de pena, bufó cuando un rubio empujó al niño haciéndolo caer de rodillas al suelo y este solo lloriqueo.

—¿Hace cuánto lo tienes? —me servi un poco de licor caro y lo miré, sentí unas manos acariciar mi pecho desde atrás y tensé mi mandíbula.

—Dos meses. —respondió acariciando la pierna de la mujer joven.

—¿Qué quieres entonces?—evalué su expresión y este sonrió de lado.

—Supe que tienes una mujer tan sexy.. La quiero.

Reí y negué rotundamente apartando la mano de la mujer que estaba detrás mío.

Tomé todo el licor y lo miré apoyando mis codos en la mesa.

—Mira Soriano, aquí las cosas no se arreglan entregando a una mujer y mucho menos la mía porque eso nunca va a suceder.

Me miró elevando una ceja.

—Mi mujer no se toca y tú no vas a tenerla por una jodida noche porque te corto el maldito pene. ¿Oíste?

Este bufó y quitó a la mujer de encima, me miró con seriedad, buscando algo en su bolsillo.

—Sabes cómo soy Alex...

—Eres un jodido grano en el culo y déjame decirte que a mi esposa no vas a tenerla, Soriano... Porque si le pones la mano encima voy a cortarte en pedacitos.

Soltó el aire que al parecer contenía y luego rió.

—Ay Alex, todos mis socios me han dado a sus mujeres para cogerlas por un poco de dinero, ¿Por qué tu, no?

—Porque a mi mujer me la cojo solo yo y porque el dinero solo es una basura con el cual te compras material. Soriano, no soy imbécil, ni ambicioso. No quieras verme la cara de idiota o no voy a darte la puta mercancía que pediste.

Sebastián dejó el maletín en la mesa y lo abrí, veinte kilos de cocaína y diez kilos de hierba.

El lo tomó y probó, hizo una mueca de satisfacción y asintió.

—Bien, me lo quedo. El dinero rubio —habló al chico y miré al niño de reojo que nos observaba algo temido.

—Ahí tienes el dinero, ¿Te llevas al mocoso o debo matarlo?

Miré a Sebastián y este asintió para acercarse al niño y cargarlo, tomando también el bolso con el dinero.

—Me lo llevo, y si ya terminaste me retiró.

—Con gusto, espero para la próxima me des una probadita de tu mujer, no seas mezquino.

Saqué mi arma y tomé del cuello de su camisa, el arma apuntando a su entrepierna y apreté haciendo que se queje.

—La única probadita que tendrás hijo de mil puta es un disparo en tus pelotas.

Lo solté y salí de allí. Subimos a las camionetas y miré al pelirrojo, tomé su rostro inspeccionando si tenía alguna herida, estaba sucio, lágrimas secas bañaban su mejilla y algunos hematomas estaban en su cuello y mandíbula.

Le di mi saco por el momento para que no pase frío, iba a ocuparme de este niño y solo esperaba que Stella lo aceptara. Llegar a casa fue un alivio, cargué al chico y lo llevé conmigo, el silencio que había en casa me puso algo en alerta y más el ruido en la cocina. Saqué el arma luego de dejar al niño en el suelo, me acerqué con cuidado y la prima de mi mujer estaba ahí.




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