Miré a Yaroslav, que tenía lágrimas en las mejillas. Se abrazaba solo, y yo solo quedé observando por la ventana. De las tres camionetas negras, solo una quedó varada a mitad de entrada. Los vidrios estaban rotos y, al parecer, dos personas quedaron dentro.
—¿Señora, se encuentra bien? —miré a Sebastián, que estaba con un brazo herido.
—Lo estoy, pero tú no… Deja que te cure.
—No pasa nada, estoy bien. Alex me pidió que la acompañe abajo.
Me acerqué a Yaroslav y tomé su mano. Él se aferró a mi brazo como si temiera a lo que fuera a ver abajo.
No fue mucho el ataque; mi esposo supo manejarlo. Y sus hombres también.
Al bajar las escaleras, Alex estaba desordenando su cabello. Se veía alterado y furioso mientras le gritaba a su hermano.
—¡Te dije, maldita sea, que no te mandaras de bocón! ¡Nunca me obedeces, Bastian!
—Traté de ayudar, joder. Quise ver si aceptaban algo más allá que un simple polvo blanco que ofreces.
Miré a ambos y no hablé. El niño solo se ocultó detrás de mi cuerpo, con miedo.
—¿Y qué ibas a darles, eh?
Se burló Alex con enojo. Apreté mis labios y carraspeé. Ambos me observaron. El rostro de Bastian comenzaba a hincharse.
—¿Ya terminaron su drama? Hay un niño presente.
Hablé seria, y Alex solo suspiró para pasar ambas manos por su cabello otra vez. Bastian solo prendió un cigarro y se paró al lado del sillón. Mis suegros ya estaban sentados; el señor Paul tomaba un whisky y María solo tenía un cigarro entre sus dedos.
—¿Qué ocurrió? —pregunté. El silencio me estaba volviendo loca. Miré a Ryan, y este solo observó a otro lado.
—¡Que alguien hable! —grité.
—Fue Lorenzo el que anduvo por aquí. Tu estúpido cuñado se mandó de moco a ofrecer parte de mis tierras a ese hijo de puta.
Dijo, de mal humor, Alex.
—¿Dónde está Ana?
—Ella está herida. Andaba afuera cuando esos idiotas comenzaron a disparar. La están atendiendo ahora.
Se sirvió un poco de whisky y bebió todo de golpe.
—¿Quién es ese niño? —preguntó la mujer rubia.
—Es Yaroslav. Lo adopté, por lo tanto, pertenece a esta familia.
—Estás haciendo mal en involucrar a un mocoso en este oficio.
—Esto no es un puto oficio, madre. Es una guerra que no estoy dispuesto a perder. Es parte de mi familia ahora, y si no te gusta, puedes irte de mi casa.
Habló, dejándome callada, porque la puso en su lugar. Ella no tenía derecho de decidir en esta casa, y Alex odiaba eso.
—Llamé a Raquel. Vendrá a hablar contigo.
—No quiero verla.
—Ella tiene algo para ofrecerte, Alex. Tan solo escucha a Raquel por un momento y, si no te gusta lo que te propone, entonces no insistiremos.
Tensé mi mandíbula. Esa perra no iba a pisar mi casa.
—Eso lo decide mi esposa: si ella puede venir a hablar conmigo.
—¿Ahora ella te domina? —carcajeó su madre, y apreté mi mano en puños—. Dios, hijo, qué bajo caes con esta mujer. Aparte de que acaban de atacar, tienes que buscar el permiso de esta para que venga una mujer a tu casa.
No bajé mi mirada en ningún momento. Solo estaba enfadándome demasiado, y no pensaba aguantar a esta bruja.
—Esta casa es de mi mujer. Yo me hago cargo de lo que sucede en este lugar, y ella no me domina, si es lo que crees. Pero si es algo que tenga que ver con lo anterior, que venga. Será recibida.
—Idiota —susurré para mí misma. Acababa de enojarme. Y demasiado.
—Vamos, Yaroslav. Te prepararé una taza de leche e iremos a descansar. Ver tantas caras de idiotas me estresa.
Lo llevé conmigo a la cocina y preparé lo dicho. Dejé que Sebastián se lo llevara, cuando Alex apareció en la puerta y me miró enojado.
—¿Qué fue eso? —me miró molesto y dejó el vaso de vidrio para acercarse.
—Lo que tenía que ser. Ahora iré con Yaro a descansar.
—¿Tan tranquila estás? Atacaron la casa y tú estabas afuera hablando con Daniel. ¿Por qué?
—¿Por qué qué?
—¿Acaso te interesa ese hijo de puta de Joaquín? ¿Acaso quieres que le corte el cuello?
Lo miré a los ojos y me apoyé en la mesada. Se acercó más hasta tener mi anatomía cubierta por la suya. Sujetó mi cuello al no decirle nada y me gruñó, demasiado enojado.
—No hagas que cometa una estupidez, mujer. Sabes que soy un maldito posesivo cuando se trata de ti.
—Siempre haces estupideces, Alex. No me sorprenderías si matas a tus hombres solo porque estaban protegiéndome. Eres un cínico y un mezquino.
—Tú eres mi mujer, no la de ellos. No me dejes mal parado —susurró, mirando mis ojos y luego mis labios. Estaba cabreado, lo sabía. Sus mejillas estaban un poco coloradas y su agarre en mi piel era firme. Pero no le tenía miedo. No a esto.
—Tú me dejaste mal parada frente a tus padres. Te encanta dejarme en vergüenza frente a ellos. ¿Viste la cara de satisfacción que puso tu mamá?
—Eso no tiene nada que ver.
—Entonces deja que la puta de Raquel venga a esta casa. Déjala, y verás qué tan perra y buena para nada puedo ser, Alex. Voy a poner en su lugar a esa rubia que tienes de madre, y que vea que yo sí soy una mujer con carácter.
Quité su mano de mi cuello de mala gana. Eso había dolido.
—No vas a pelear en esta casa con ella.
—¿Piensas dejar que se quede? ¿Por cuánto? ¿Semanas, meses, o tal vez años? —me carcajeé en su cara. Tensó su mandíbula, y sequé mis lágrimas. Me sentía ridícula—. No me sorprendería tampoco que me pidieras el divorcio y te casaras con ella. Tu madre adora a Raquel. La ve como una mujer digna para ti. Sabía perfectamente que yo buscaba su aprobación, pero comencé a odiarla por esa ingrata y difamadora de tu ex.
—No es mi ex.
—De todo lo que te dije, solo escuchaste eso: que es una ex.
Me di vuelta, mezclando la taza de leche, y sorbí mi nariz.
—Primero fue Raquel, luego Gabriela, que vino a sacarme canas de colores, y ahora volverás a verla. No me importa lo que hagas.