Mi Diablo favorito

Capítulo XI

Dos días pasaron luego de que Alex hablara con Raquel; además, no me contó nada. Me acomodé la blusa negra y lo miré. Su cabello rojizo era muy llamativo, sus ojos verdes y su sonrisa de niño feliz. Nunca me imaginé estar en una situación así: me aceleraba el corazón y mis manos sudaban de emoción.

—Me gusta tu cabello —dijo Yaroslav con una voz cariñosa, y reí.

—Aún no me peiné, cariño.

Llamarlo así hizo que una sonrisa se pintara en su rostro. Dejó su taza en la mesa y tomó una galleta.

—Igual a papá pareces gustarle mucho.

Sonreí, cortando la lechuga para la ensalada. Alex siendo llamado papá era la gloria. Lo miré de reojo; estaba haciendo una sopa de letras que Bastian se encargó de traerle...

La presencia de Diana me asustó un poco.

—Buenos días, primita. Buenos días, niño zanahoria.

—Buenos días, Diana —saludé, y el niño solo le dio una pequeña sonrisa.

Me lavé las manos y le presté atención cuando se acercó.

—¿Qué pasa? —quise saber, mirando sus ojos.

—Hay una mujer afuera. Busca que el dueño de casa la atienda.

Fruncí el ceño.

—Quédate con Yaro, iré a ver qué pasa.

Salí de la cocina y miré a Ryan. Este me siguió en silencio. Al salir de la casa, observé a la mujer que estaba apoyada en el auto. Vestía de blanco con bordes negros que llegaban hasta arriba de sus rodillas, y también tenía unos zapatos divinos. Literalmente no debía verla de ese modo, pero la belleza que desprendía me dejó un poco mareada.

—¿Necesita algo? Soy la mujer del dueño.

Ella me miró de pies a cabeza y sonrió.

—Soy Sara... He venido a dejar una invitación de mi boda, que es este fin de semana.

Su voz era suave pero firme; irradiaba poder y orden. Sus ojos azules mostraban inocencia... Me sonrió con dulzura, tendiéndome la tarjeta dorada.

—Felicidades, Sara —sonreí—. ¿Quieres pasar?

—Gracias, pero tengo cosas que hacer con mi prometido. Es muy impaciente a veces.

Sonrió despidiéndose. Observé la tarjeta luego de que se marchara: el nombre de ella y su prometido estaban anotados con letras doradas.

—Huele bien —llevé la tarjeta a mi nariz, y Ryan solo suspiró.

—Ahí viene su esposo. Volvamos adentro, señora.

—Deja de tenerle miedo, Ryan. Es como un algodón de azúcar: suave y muy dulce —hablé, viendo cómo Alex bajaba del auto acomodando su saco.

Al verme con Ryan, frunció el ceño y se acercó rápido.

—¿Qué pasó? ¿Por qué estás afuera, Scarlet?

—Una tal Sara vino a dejar una invitación a su boda... Está muy bonita.

Le mostré la tarjeta, y sus ojos solo la miraron. Luego pasó su mano por la nuca, miró a Ryan y le hizo una seña para que se retire.

—No vamos a ir.

—¿Por qué no? Ella fue muy amable en venir hasta aquí para darnos la carta.

Me acerqué y pasé mis manos por su pecho y abdomen.

—¿Viste a esa perra de nuevo?

—Sí la vi. Aclaramos algunos asuntos y las necesidades de su estúpido padre.

—Yo te dije que involucrarte con ella no era buena idea, pero nunca me escuchas.

Me miró mal cuando aparté mis manos de su cuerpo.

—Sí te escucho. Además, tienes que estar aquí y ocuparte del niño —declaró algo molesto.

—No siempre voy a estar aplastando el trasero en un sillón como si me importara poco lo que suceda afuera. Y te guste o no, yo sí voy a ir a esa boda.

Se rió. Sus ojos estaban más oscuros que antes, y eso solo hizo que mi furia —que no tenía— aumentara. No me gustaba este Alex que salía y volvía ausente y molesto. Sabía su trabajo, pero eso no era excusa para prohibirme salidas o hacer algo.

—Dudo que salgas. Estaré el sábado en casa, y si sales por esa puerta, considérate...

—¿Qué cosa, Alex? Por favor..

—Luego no digas que no te lo advertí.

Me miró de pies a cabeza y gruñó, acercándose a mí.

—Yo nunca digo nada. Y no te acerques a mí cuando estoy enojada contigo.

Le pegué en la mano que sujetó mi cintura, y bufó, mirando a todos lados.

—¿Planeas dejarme en vergüenza de nuevo?

—No planeo nada. Te esperé como buena esposa que soy. Tú eres el que llegó con un humor de perros, queriendo cancelar una boda a la cual nos invitaron. Sé que Sara es muy buena.

—¿Buena? —se rió de lo que dije.

Levanté el mentón. Tal vez estábamos dando un espectáculo de una discusión ridícula, pero ya me estaba enfadando de más.

—Debes saber, nena, que nada de lo que venga de ella y su prometido es bueno. Los mafiosos se consideran gente con dinero y minas de oro.

—Como tú.

—Como yo. Además, si haces un contrato, debes pasar porcentaje y adquirir las mismas costumbres que ellos al hacer un pedido, amor. No quiero que te involucres con ellos.

Suspiré pesado. Él seguro decía todo esto para que cambie de opinión y no vaya, pero eso no se lo dejaría fácil. Mordí mi labio cuando rodeó mi cintura y habló en mi oído.

—No quiero que otros te miren. Eres solo mía.

Besó mi mejilla y tomó mi mano para volver a entrar. Lo posesivo que llegaba a ser Alex me gustaba... y me asustaba a la vez.

Nadie tenía conocimiento de lo que los celos podían causar. Pero, proviniendo de Alex, nada me aseguraba que estaría limpio. Se ensuciaría mucho, y luego yo cobraría unas buenas nalgadas... y una buena follada que me dejaría adolorida.

Pero tampoco quería exponerlo. Alex era más conocido por hacer clubes donde las prostitutas iban a buscar con quién coger y ganar dinero. También, en una de sus clases, preparaba los cargamentos para exportarlos en cajones sin que los policías de la ciudad se dieran cuenta.

Los clubes de San Andrés eran lugares donde gente con demasiado dinero se juntaba a hacer apuestas, beber, drogarse y revolcarse con prostitutas. Y todo liderado por un hombre cuyo nombre nunca supe. Mi esposo tenía demasiados secretos sobre aquellos clubes. Frecuentaba los sábados por la noche o bien se disponía a ir a su despacho a hablar con su "amigo".




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.