Mi Diablo favorito

Capítulo XV

El arma estaba en mis manos, luciendo pesada y peligrosa sin el seguro. Miré a Sebastián, que cargaba otra más grande. Apreté mis labios cuando el sujeto paró frente a mí.

—Eres la mujer del famoso Diablo, es bueno verte por fin.

Levanté el mentón con orgullo y valentía; no iba a temer de este sujeto desconocido y atractivo. Porque lo era. Su semblante era serio y oscuro, usaba un traje gris con una corbata roja.

—Lo soy. ¿Tú quién eres?

—Soy David. Tenemos en claro que tengo que arreglar un asunto muy importante con el canalla de tu esposo. Sé una buena mujer y dile que se reúna conmigo en el club.

Miré sus ojos oscuros y apreté el arma en mi mano. Sonreí de lado y suspiré.

—¿Seguro que el canalla no eres tú? —me observó con frialdad—. Digo, porque decidiste frenar mi viaje para tus estúpidas palabras. Deberías… o mejor dicho, te faltan pelotas para enfrentar a mi hombre.

Él solo se limitó a reír. Sebastián me miró con precaución, no quería que hablara de más. Pero el problema aquí era que a mí nadie me callaba ni me dejaba con las palabras en la boca. Todo el mundo debería conocer a la mujer de Alex Miller. Por algo me dio su apellido y mitad del mando en este mundo lleno de peligro.

—De acuerdo, solo dile que lo veré en el club. Sé que lo harás.

—No soy tu mensajera.

Él asintió y se subió al auto.

Me di vuelta, caminando al auto, y sentí a Sebastián seguirme y hablar.

—Señora.

—Tengo voz propia, Sebastián. La próxima vez que me mires de esa manera voy a darte de comer a los perros.

Elevó una ceja… Se acercó a mí, retrocedí hasta chocar con la puerta del auto.

—A mí no me hagas esas amenazas, Stella. Sé muy bien que eres una buena mujer al mando de todo, pero a mí no vas a dominarme.

Reí con burla y rabia a la vez.

—Apártate de mí, Sebastián.

—¿Y si no quiero? —me encerró entre sus brazos y se inclinó a mi oído. Me tensé completa otra vez al sentir su aliento.

—Voy a decirle a mi esposo.

—Ajá, y yo le diré que su preciosa mujer ha tenido una charla con David. Sabes cuánto odia que hables con otros hombres... Y yo también.

Un escalofrío me recorrió, y no de placer, sino de ansiedad y desespero por salir de sus brazos. Este Sebastián era tan raro. Encerrándome y teniéndolo tan cerca… no me gustaba para nada.

—Aléjate de mí ahora, Sebastián.

No iba a mostrarme débil, no frente a este idiota. Y si volvía a hacer lo mismo más adelante, no dudaría en decirle esto a mi esposo y que lo quitara del camino.

Lo empujé y, al rato, se sintió el motor de un auto. Miré mal a mi acompañante una vez más y caminé al auto negro que había llegado junto a otros dos. Alex bajó como si nada, se acercó y sujetó mi mejilla, viéndome de pies a cabeza.

—¿Estás herida? —preguntó, apoyando su frente en la mía.

—No lo estoy. Era David.

—Ese hijo de puta…

Mordí mi labio y lo abracé, ocultándome en él. Sentí cómo me apretó y suspiré más calmada.

—Solo vamos a casa, quiero ver a Yaro.

Supliqué y lo llevé al auto. Miró a Sebastián y, aun así, no dijo nada. Me subí y luego él.

—Conduce. ¿Qué pasó con Sebastián? —fue directo, y yo también lo sería.

—Me encerró con sus brazos contra el auto. Me dijo que no hablara de más con David, pero sabes que a mí nadie me deja callada, y mucho menos patanes como ellos.

Lo miré. La vena de su cuello se notaba, tenía la mandíbula tensa y estaba cabreado.

—¿Qué te hizo? —habló ronco y, sobre todo, molesto.

—No me hizo nada, Alex.

Me crucé de brazos y lo vi golpear el asiento del copiloto.

Solo esperaba que todo fuera tranquilo pronto.

---

Al otro día, bostecé cansada. Ni siquiera supe en qué momento llegamos. Sentí una mano más pequeña rodear mi cintura y otra más grande descansar en mi cadera.

—Buenos días —su voz fue baja y ronca… Se pegó más a mí desde atrás y lo miré por sobre mi hombro.

—Buenos días, al parecer tenemos un impostor en la cama...

Reí y sentí su beso en mi mejilla.

Miré a Yaroslav que dormía y acaricié su cabello pelirrojo. El niño se removió y siguió dormido.

—Ryan lo trajo hace dos horas y lo traje aquí. Quería dormir con nosotros.

Sonreí cuando el niño nos dio la espalda y miré a Alex.

—Hablé con Sebastián. Me dijo que provocaste al idiota de David. —Mentiroso, hijo de puta.— Tengo que ir a verlo al club esta noche. Debo arreglar unos asuntos muy importantes… y otro que: a mi mujer nadie la intercepta a mitad de camino.

—Es cierto, me dijo que quería verte en tu club. Fíjate qué quiere arreglar contigo, pero no me lo nombres más porque lo odio. Y que Sebastián se mantenga alejado de mí.

—Como ordenes.

Lo miré y lo abracé. Sobé su espalda y su cabello para luego mirarlo y besarlo, mi mano bajando a su entrepierna, sintiendo su duro miembro.

Me devolvió el beso algo brusco y por poco casi gimo. Recordé a Yaro y me aparté de él un poco.

—Te espero en el baño —susurré, y me levanté de la cama.

Entré a las duchas luego de quitarme la ropa y quedar desnuda. Abrí el grifo y el agua tibia cayó sobre mi cuerpo. Cerré mis ojos y, al rato, sentí unas manos sujetar mi cadera y subir con caricias a mis pechos, sus labios haciendo contacto con la piel de mi cuello y yo dándole acceso completo.

—Cómo te gusta provocarme… Me calientas, nena.

Sonreí.

—Es que eres tan fácil de conquistar… —solté un gemido bajo cuando sus dedos apretaron mis pezones, y me froté contra él sintiendo su miembro erecto y duro.

—A mí solo me gustan tus coqueteos, que eso te quede claro, amor. Además, no me gusta cuando otros sujetos te ven.

—Yaro siempre me ve.

Solté otro gemido por el dolor cuando pellizcó mi cintura.

—Yaro es nuestro hijo. No cuenta... Me refiero a otros hombres, hombres con hormonas alborotadas que quieren una bala en medio de su frente. Déjame decirte que lo haré si otro te llega a llamar bonita frente a mis narices.




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