Quién diría que un error sería el inicio de algo tan singular.
Te hablé por confusión, creyendo que eras otra persona,
y sin embargo, fue en ese pequeño desliz donde la vida quiso revelarme algo:
que los encuentros más importantes no siempre vienen con advertencias,
ni con lógica, ni con señales claras.
A veces solo llegan… y permanecen.
No sabía quién eras.
Solo conocía tu nombre,
pero incluso los nombres pueden ser máscaras del alma.
Te pregunté tu edad, y me respondiste:
—Es un misterio.
Y con eso lo dijiste todo.
Porque tú eras eso: un misterio.
No un enigma que necesita solución,
sino una presencia que simplemente debía ser sentida.
A tu lado, el tiempo se volvía ligero.
Y aunque nunca logré descifrarte del todo,
me di cuenta de que no todas las personas están hechas para ser comprendidas;
algunas están hechas para ser acompañadas,
como se acompaña a un atardecer que desaparece sin decir una palabra,
pero deja su huella en el alma.
Yo, en cambio, era más compleja.
No por quererlo, sino por serlo.
Era contradicción, ternura, caos, preguntas sin respuesta.
Una simpatía que buscaba abrigo,
un cariño que a veces dolía de tan profundo.
Tal vez por eso nos encontramos.
Porque en medio del desorden,
había algo de ti que me traía paz.
Y algo de mí que quizás te desafiaba a sentir.
Y así comenzó nuestra historia.
No como una gran explosión de certezas,
sino como un leve murmullo que todavía no sé cómo interpretar.
Tal vez nunca quise amor.
O tal vez lo quise tanto, que me asustó pedirlo.
Nací entre ausencias disfrazadas de rutina.
Un padre invisible. Una madre que amaba trabajando.
Y yo…
una niña intentando existir entre los huecos de las responsabilidades ajenas.
Fui la hija que pensaron fuerte, solo porque no lloraba en voz alta.
Aprendí que los números sobre un papel valían más que un “¿cómo estás?”.
Aprendí a gritar con sobresalientes, a mendigar cariño con méritos.
Y los aplausos llegaron, sí.
Pero no abrazaban.
Los abuelos me dieron ese amor viejo, cálido y sabio.
Pero el alma también necesitaba algo más…
algo que no sabía nombrar.
Y como no sabía nombrarlo, nadie me lo dio.
Me volví tímida, callada, observadora.
Como si la vida fuera una película y yo, una extra sin guion.
¿Querían que fuera perfecta?
Yo solo quería que alguien se quedara aunque no lo fuera.
Mi gran acto de rebeldía fue desear amigos.
No trofeos.
No diplomas.
Solo alguien con quien no tener que fingir que todo estaba bien.
Y ahora lo entiendo:
no era falta de amor,
era exceso de silencio.
Un silencio tan grande que parecía normal.
Pero esta es mi locura filosófica:
Quizás los que más brillan son los que más desean desaparecer.
Y los que más aman, a veces, se olvidan de amarse a sí mismos.
Yo no quería ser especial.
Quería ser amada sin esfuerzo.
Y eso, en este mundo, parece la mayor rareza.
Te confundí con otra persona.
Y no fue un error… fue una esperanza.
Pensé que eras el destino disfrazado,
un guardián silencioso que no venía a quedarse,
sino a sostenerme justo antes de que me rompiera del todo.
No estabas para siempre,
solo lo suficiente para que no me perdiera en mí misma.
Callabas.
Pero tus ojos —en mi imaginación o en mi memoria—
decían que yo era perfecta.
No por falta de errores,
sino porque en ellos veías algo que nadie más había querido ver:
mi rareza sagrada.
Fui creyente por un momento,
no de dioses…
sino de la posibilidad de que alguien llegara para salvarme
sin hacerme sentir débil por necesitar ser salvada.
Yo no era introspectiva.
Solo callaba porque sentía que si hablaba, se me notaría el vacío.
Y quería algo tan simple y tan complejo:
no quería que fueras un personaje más en mi historia.
Quería ser la protagonista de la tuya.
Pero no supe cómo acercarme.
Mi boca se volvió torpe.
El mundo real me parecía demasiado crudo, demasiado directo.
Y por eso solo pude contarlo todo detrás de una pantalla.
Donde mis pensamientos no temblaban.
Donde era fuerte sin que me miraras temblar.
¿Y si el error no fue haberte confundido?
¿Y si el verdadero error fue creer que merecía tan poco,
que cualquier chispa me parecía fuego eterno?
Porque al final,
tal vez no eras tú…
tal vez solo eras la forma que tomó el amor que yo aún no sabía darme.