A veces no entendemos cómo ocurre lo imposible.
No sabemos cuándo empezó, ni en qué momento el universo hizo clic.
Solo sabemos que algo cambió.
Que alguien —tú— apareció sin anuncio,
y de pronto, todo tenía sentido… sin tener explicación.
La vida te puso en mi camino,
no con lógica, sino con magia torpe.
No con advertencias, sino con señales silenciosas
que yo decidí seguir aunque no las entendiera.
Y ese día, ese día, por fin ocurrió.
Tus palabras cortaron el miedo:
“¿Quieres ser mi novia?”
Tan simple. Tan claro. Tan real.
Sin importar los obstáculos, los miedos, los pasados rotos.
Tú no querías una historia perfecta.
Querías una historia real.
Y aún sabiendo que esta chica —yo—
iba a marcar tu vida con torpezas, rarezas, cicatrices y caos...
me elegiste igual.
Ahí entendí algo que nunca había aprendido en libros:
que el amor verdadero no pregunta si vales la pena,
simplemente te elige.
Con todo.
Con lo roto, con lo brillante, con lo escondido.
Ese día no solo dijiste que me querías.
Ese día dijiste que mi existencia importaba.
Y eso, en este mundo tan ruidoso,
fue la frase más silenciosamente hermosa que alguien me pudo decir.
Tal vez lo bueno ocurre muy pronto.
Tan pronto, que no sabemos cómo sostenerlo sin romperlo.
Yo no quería una historia perfecta.
Solo quería una historia bonita.
Una que el mundo no tocara, una que nadie pudiera destruir.
Y tú fuiste esa historia.
No mi primer novio.
Fuiste el primer amor que dejé que el destino eligiera por mí.
Una relación a distancia, sí,
pero los kilómetros no sabían lo que sentíamos.
Cada día era un hilo más en este puente invisible entre dos almas que nunca se habían tocado,
pero que ya se reconocían.
Me encariñé contigo sin permiso.
Sin manual.
Sin seguro contra daños.
Tú eras complicado.
El tiempo se te escapaba de las manos,
pero yo te esperaba como quien espera una estrella fugaz:
con esperanza absurda.
Yo solo quería que fluyera.
Pero también quería más.
Quería tu presencia, tu risa, tu voz, tus silencios.
No dejaba que te fueras, aunque nunca estabas del todo.
Llamabas.
Y entonces el mundo se calmaba.
Me gustaba escucharte decir esa frase mágica:
"Mi reina, serás el amor de mi vida hasta que el destino nos permita."
Y yo quería que ese “hasta” no existiera.
Quería que “serás” se convirtiera en “eres”, y que el amor no tuviera vencimiento.
Pero no sabía las consecuencias de amar así.
Con tanta entrega.
Con tanta fe.
Porque en el fondo yo era solo una chica que amaba con el alma abierta
y tú, alguien que no siempre tenía las manos libres para sostenerla.
Quizás ese fue el error:
creer que el amor bastaba,
cuando a veces también se necesita tiempo, presencia, calma.
Y sin embargo…
aunque duela, aunque no haya terminado como soñé,
fuiste el amor que me enseñó a sentir sin miedo.
Y eso ya no me lo quita nadie.
Me pusiste en un trono que no sabía que me pertenecía.
Yo, tan pequeña en mi mundo, tan escondida en mis silencios,
de pronto era tu reina.
Y tú… mi rey.
No por títulos ni por cuentos,
sino por la forma en que me mirabas incluso a través de una pantalla.
Era la única en tu vida.
Y eso, para alguien como yo, ya era un milagro.
No pedía mucho.
Solo quería verte.
Abrazarte.
Cerrar los ojos y comprobar que eras real.
No me gustaban las mentiras.
A ti tampoco.
Pero tú sí amabas las bromas.
Y aunque yo no sabía cómo tomarlas,
las tuyas eran distintas.
Tenían ternura, tenían magia.
Me hacías reír cuando mi alma no recordaba cómo.
No sabía que podía reír así.
Contigo, descubrí que también era capaz de ser feliz.
Y eso me asustó.
Porque cuando algo es tan bueno…
el miedo de perderlo se vuelve sombra que lo acompaña.
Te hablé de ese miedo.
Te dije que tenía temor de que esto se acabara.
Y tú solo dijiste:
"No soy quien para decir eso."
Y te respondí que lo sabía.
Pero también sabía otra cosa:
que no todo lo bueno dura…
y sin embargo, a veces, algunas cosas buenas deciden quedarse.
Yo solo quería que tú fueras una de esas cosas.
Que no te volvieras recuerdo,
sino permanencia.
Porque amar no es solo sentir bonito.
Es también aguantar el temblor de imaginar la ausencia.
Y aún así, seguir eligiendo.