Decidí recuperarte.
No por capricho.
Sino porque aún me dolías en el pecho como si el amor se hubiera quedado atrapado en pausa.
Sentí demasiado.
Demasiado para simplemente dejarte ir.
No quería perderte.
No quería que lo nuestro se convirtiera solo en un recuerdo bonito con final triste.
Así que actué.
Hice lo que mi corazón pedía a gritos:
te busqué.
Y volvimos.
Sí, volvimos.
Pero algo en mí… no volvió del todo.
Había una parte de mí que se preguntaba en silencio:
¿Estoy forzando al destino?
¿Estoy empujando lo que ya debía descansar?
Era como si el amor estuviera ahí,
pero con costuras visibles.
Como si antes fuéramos una melodía,
y ahora solo una canción repetida con una nota rota.
Quería que funcionara.
Con todo mi ser.
Pero también entendía, aunque no quería aceptarlo,
que a veces lo que se rompe no siempre se reconstruye igual.
A veces se queda diferente.
Y lo diferente no siempre es suficiente.
Volvimos.
Pero yo ya no era la misma.
Y tú tampoco.
No fue un error.
Fue una elección.
Una última oportunidad.
Una última vez de creer en lo imposible.
Y aunque tal vez forzamos al destino…
también aprendimos que a veces el amor no es eterno,
pero sí lo que deja.