Mi Doble Primo

Capítulo 10: Regañada (440)

—¡¿Por qué lo hiciste?! —escuché que me gritaba cuándo finalmente sus amigos se habían ido.

—¿Hacer qué? —pregunté ocultando una sonrisa traviesa detrás de la tasa de café que mi “Tía-suegra” me había dado para hacerme pasar la resaca antes de volver a casa.

Oír su molestia me alegraba, pues me confirmaba que lo que había hecho no había sido solo un sueño.

—¡Tú sabes a que me refiero Emilia! —dijo poniendo sus manos sobre la Mesa observándome de manera retadora.

—No, no lo se, Luis. —le respondí dejando mi tasa en la mesa y pronunciando mi última palabra con la mayor claridad posible.

—Dime más bien tú que hacías durmiendo en una habitación llena de chicas borrachas dormidas, cualquiera pensaría que te metiste para aprovecharte de ellas.

—Estela, Emilia, me llamó Estela. Y yo nunca haría eso. —me gruñó conteniendo.

—Eso dices, pero no dudo que anoche soñaste con tener sexo con al menos tres o cuatro de ellas —sus mejillas se tornaron rosas, le acababa de avergonzar—. Vez eres un pervertido.

—¿Me llamas pervertido? Es mi habitación y fuiste tú la que se lanzó sobre mi durante la noche y… —volteó el rostro molesto, sin duda esta mañana no se parecía en nada a la Estela que yo habría querido besar.

Llevaba una pijama tipo vestido de color celeste, aunque se le notaba un poco los pechos y su cabello dejaba claras varias cosas, la Estela que yo quería no se enojaría por algo tan simple.

—Estaba bajo los efectos del alcohol todavía, no me culpes por no tener buen control la primera vez que tomo.

—Ya dejen de pelearse, parecen unas niñas pequeñas —se quejó Matías—. Emilia si tanto odias a Estela solo es cuestión de que no le vuelvas a hablar no es necesario que armes este alboroto en su casa.

Volteé molesta por alguna razón que no comprendía.

—Él fue quien empezó —reclamé pero ni Matías, ni la madre de Luis parecieron interesados en escucharme.

—Ya te pedí perdón por eso —dijo mi primo sentándose a la mesa—. Pero si es tan fuerte tu resentimiento bien, no te hablaré, no te buscaré más.

—Pero... —intentó hablar mi “tía”.

—Madre, una cosa es querer verla cuándo mis tíos me lo prohíben, si es ella quien no quiere verme, no puedo hacer nada, al menos ya sabe la verdad. Gracias por el desayuno. —se levantó con su tasa de café y salió caminando hacia su cuarto.

—¿En serio nadie me va a apoyar a mi? —pregunté exasperada.

—Emilia por favor, le prometimos a tus padres volver temprano. Solo come y nos vamos. —intervino Matías.




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