Mi Doble Primo

Capítulo 11: Otra perspectiva (773)

¿Ustedes que habrían hecho en mi lugar? Mi prima ella fue alguien a quien siempre sentí el impulso de cuidar y proteger. Tan pequeña, parecía indefensa.

Quería cuidarla, quería estar a su lado, y cuándo nos separaron esa parte de mi no había cambiado. Cuándo pude verla de nuevo, ella ya tenía 11 años, no se parecía a como era en mis recuerdos, pero se suponía que era ella.

Quería acercarme, hablarle, pero el recuerdo de como sus padres me alejaron seguía presente, ¿ella me rechazaría de igual manera?

La observé, la observaba en cada recreo, ella no me notaba, o al menos no mostraba señal de hacerlo.

Cuándo se acercaban mis quince años pensé en organizar una fiesta e invitarla, no le dije a mis padres, quería invitarla primero, pero nunca tuve el valor.

Aún así hubo una vez que intervine, ella ya tenía catorce, dos chicos la empezaron a molestar el primer trimestre de ese año. Un día los busque tras salir de la escuela, yo parecía toda una chica y cuándo los invité a acompañarme no se resistieron, las hormonas que tomaba me quitaban fuerza, pero era mayor que ellos y ellos no esperaban lo que haría.

Cuándo despertaron habría anochecido, sus cosas estaban tiradas por el suelo de un parque, sus uñas y labios pintados, llevaban puestos uniformes de chica, incluyendo ropa interior y tampones por si les llegaba su periodo (que había comprado solo para esto) y había una nota pegada a sus mochilas “Vuelven a molestar a una chica y no van a ser solo sus prendas las cambiadas”. No iba en serio, solo los quería asustar. Sus burlas hacia mi prima desaparecieron al instante, unas semanas después aproveché un momento libre para dejarles sus ropas en sus mochilas, tras haber cocido en ellas las palabras “buenas niñas”.

Cuándo me enteré que Emilia haría una fiesta de quince, le arrebate a una de sus amigas, sin que se diera cuenta, su invitación y la fotocopié guiándome en esa fotocopia hice una réplica para poder mostrarla si me la pedían.

Me puse un vestido blanco para pasar desapercibida, pues supe que la mayoría de sus invitadas irían así. Quise pasar a bailar el vals con ella, pero sus padres solo permitieron a chicos bailar con ella, y yo no podía quitarme el disfraz frente a ellos si quería seguir ahí. Por lo cuál en aquella ocasión a penas si tuve la oportunidad de saludarla, aunque ella no supo quien era.

Y así pasaron los años hasta ese día, mientras volvía a casa, me tope con ella y sus amigos, iban hacia la plaza y decidí seguirlos pues tenía tiempo. Emilia llevaba ropa que le quedaba muy bien con su cabello rojizo.

No era la primera vez que la veía de esa manera, la veía más que como mi prima a la que debía proteger, la veía como una linda chica. Bien dicen que la mente no comprende lo falso. Solo mi conciencia propia de quien era me evitaba cometer tremenda estupidez.

Pero ese día no fue como cualquier otro, su amiga me vio, me descubrieron y cuándo me ofreció pasarme el número de Emilia no pude rechazarlo, estoy segura que la incomode.

Salir con ella no me ayudó a aclarar mi mente, aunque le terminé diciendo que mi actitud celosa solo era porque sentía que esas salidas eran mi única oportunidad de hablar con ella, la verdad no era solo eso.

A mis 14, mucho antes de haber empezado a sentirme raro por Emilia, yo me había enamorado y salido con una chica por algunos meses, se llamaba Jessica fue de las pocas compañeras que tenía que conocían mi secreto. El tipo de celos que sentí con Emilia por que hablara con Matías fue idéntico al que sentía cuándo temía que a Jessica le gustara alguien más.

Emilia y yo somos primas, y no primas corrientes, somos dobles primas, es prácticamente como si fuéramos hermanas pues tenemos a nuestros 4 abuelos en común.

Por eso me sentía tan furioso en la mañana, odiaba estar consciente de que realmente había disfrutado del beso que me robó. Descargue mi enojo sobre ella, cuándo con quién estaba enojada era conmigo misma.

Desde mi habitación observé como mi prima si su novio falso se iban, sintiéndome impotente, incapaz de saber que hacer. Cuándo le grité realmente creí que era lo correcto, pero en momentos como este lo correcto era algo que dolía y mucho.

—Aunque nunca puedas saberlo, tu beso fue el mejor regalo de cumpleaños que me pudiste dar, aunque me dolió que cayeras sobre mi—susurré mientras la veía doblar la esquina.




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