Este capítulo va dedicado especialmente a:
Vanessa Soria
Me apresuro, pasando como un rayo veloz por toda la mansión hasta que por fin llego a la cocina. Mis ojos se encuentran con los de Carmen, por su expresión intuyo que algo no anda bien.
—Hola, Carmen —la saludo, encaminándome hacia ella.
Exhala —Buenos días, niña Anais —responde a mi saludo y al escuchar el tono de sus voz estoy convencida de que algo anda mal.
¿Stefany estará bien?, esa es la pregunta que me hago para mis adentros.
Le doy un corto a brazo — ¿Todo está bien? —cuestiono, tomándola por sus dos brazos, mirándola directo a los ojos.
Niega con su cabeza —el señor Dylan se ha mudado —baja su mirada y se queda en silencio.
Las palabras de Dylan llegan a hacer ruido en mi cabeza «Necesito poner en orden mi vida y aquí no lo estoy logrando»
A eso se refería, se mudaría.
Mentiría se dijera que no me duele saber esto, me duele tanto que tengo que bajar mi mirada.
— ¿Cuándo se fue? —pregunto, mordiendo levemente mi labio inferior.
—Ayer —replica Carmen y sé que a ella también le duele saber que Dylan se ha mudado.
Asiento con mi cabeza y levanto mi mirada.
Tengo que seguir siendo fuerte.
—Aquí él no se sentía bien. Fue lo mejor —trato de sonreír.
Veo como Carmen traga saliva y sus ojos se cristalizan.
¡Ay! No, no.
La rodeo con mis brazos y me aferro a ella.
—Necesito el trabajo, Anais —un sollozo escapa de sus labios y en mi interior me derrumbo. Odio ver llorar a las personas, siento que al llorar han llegado a su límite de tristeza.
Entiendo que este trabajo es lo único que tiene Carmen para vivir y ahora que Dylan se ha mudado todo para ella ha terminado, pero yo no dejare que eso ocurra.
—Yo…yo hablaré con los señores —le aseguro sin dejar de abrazarla.
Ella se despega de mi cuerpo, limpiando las lágrimas que han escapado de sus ojos.
—No puedo dejar que hagas eso…no quiero moles…
—No es ninguna molestia, Carmen —le sonrió —. Los señores son personas muy buenas y sé que entenderán tu situación.
Al escuchar mis palabras Carmen toma mis manos y las aprieta.
—Graci…gracias, niña Anais —sus ojos se vuelve a llenar de lágrimas, pero esta vez su semblante se ve tan radiante que hace que una amplia sonrisa se dibuje en mis labios.
—No tienes nada que agradecer. Además, tú cocinas mucho mejor que yo —bromeo. Llevo mis manos hasta su rostro y con mis pulgares aparto las lágrimas de sus mejillas —. Ahora debemos preparar algunos desayunos —la ánimo.
Las dos ponemos manos a la obra para comenzar con la preparación de los desayunos, ella prepara el de Diego y el señor, mientras que yo preparo el de la señora.
—Ya está listo el desayuno del joven Diego —anuncia, colocando su plato con panqueques a un lado.
Me giro a ella — ¿El de Dylan ya está…? —me quedo en completo silencio, recordando que Dylan ya no está. Siento un gran vuelco en mi estómago de repente y vuelvo mi mirada a lo que estoy haciendo, pero no me muevo solo me quedo ahí parada como si hubiese recibido una amarga noticia.
Siento la presencia de Carmen a mi lado.
—Sientes algo por el señor Dylan ¿Verdad? —inquiere con voz suave.
¡Claro que noo!, me grita mi mente, pero el dolor en mi pecho dice algo muy diferente.
Levanto mi cabeza, girándola a un lado para mirar los bonitos ojos de Carmen.
—No lo sé —respondo.
Una risilla escapa de sus labios.
—Sientes algo por él —afirma con seguridad.
Paso una mano por mi rostro —no quiero sentir nada por él —confieso en voz baja.
—Tal vez tu mente obedezcan a tus peticiones, pero el corazón nunca dejará de sentir eso que siente por el señor Dylan —dice suavemente —. Deberías decírselo —me aconseja.
Niego con mi cabeza.
No estoy dispuesta a decirle a nadie lo que realmente siento por Dylan y mucho menos a él.
—No, eso no pasará —vuelvo mi mirada al desayuno de la señora —. Pronto no sentiré nada por él —mis manos tiemblan al solo imaginarme hablando con Dylan sobre lo que siento por él.
Carmen resopla y se aparata de mi cuerpo.
—Le llevaré el desayuno al joven Diego —escucho sus pasos aproximándose al plato y lo toma.
Cuando Carmen desaparece de la cocina exhalo con fuerza.
…
La mañana se ha ido volando, ya la familia ha desayunado. Les hable a los señores sobre el caso de Carmen y ellos aceptaron que se quedara, yo lo sabía, sabía que la apoyarían.
Es inexplicable la felicidad que sentí al ver lo emocionada que se veía cuando se lo dije, me abrazo tan fuerte que todo dentro de mí se sintió bien.