Mi Dolor De Cabeza [dolor #1]

Capítulo XXXIV

Narrado por Dylan Peterson:

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Toda esta semana he estado acompañando a Anais para que vaya a visitar a la hija de Carmen al hospital. Ella ha estado recuperándose bien, aunque Carmen decidió que ella necesita la ayuda de un especialista para tratar su problema, por lo que me ha contado Anais un Psicólogo la visitó y concluyó su sesión recetándole un par de pastillas, lo más seguro es que sean algunos antidepresivos.

Las veces que he ido con Anais siempre me quedo afuera mientras ella entra a verla, no creo que sea la persona que está chica le gustaría ver. Diego ha estado completamente distanciado, he intentado hablar con él, pero en todas las oportunidades se ha negado.

Hoy quiero llevar a Anais a la mansión de mis padres ya que ayer fue dada de alta mi Tati y sé que es él mejor momento para que Anais la conozca. Estoy seguro que Nohemí la amará tanto como. lo hago yo. Si, ya me he convencido que amo a Anais, es que lo que siento cuando veo sus ojos verdes no se compara con absolutamente nada que haya experimentado, cuando la veo sonriendo me hace feliz y eso era algo que no conocía, hasta que ella me enseñó a ser feliz a pesar de todo.

—Deja de verme así —Anais me reprocha al darse cuenta que mi mirada se ha perdido en ella.

Una sonrisa se estira en mis labios —soy feliz, verte me hace feliz —respondo.

Un suave rubor aparece en sus mejillas. Me encanta todo de ella.

Esta mañana recibí la respuesta de la universidad a la que apliqué para poder estudiar diseño gráfico, la respuesta ha sido positiva, me han aceptado. Por primera vez en mi vida estoy logrando cosas sin necesidad de la influencia de mis padres y eso me motiva a seguir luchando por lo que de verdad me apasiona. No me le he contado la gran noticia a Anais, quiero contárselo cuando estemos con Nohemí, ambas deben saber tan importante noticias para mí.

Anais coloca delante de mí un plato con un panqueques, por encima tienen miel.

Frunzo mi cejo —sabes que no me gusta la azúcar —le recuerdo.

Una genuina sonrisa aparece en sus labios.

—Deberás comértelos.

Niego con mi cabeza apartando el plato.

—No, Anais, no puedo.

Anais se cruza de brazos.

— ¿Por qué no te gusta la azúcar? —me pregunta.

Los recuerdos de mi infancia me golpean. Recuerdo que mi madre siempre fue muy estricta con nuestra alimentación, nunca nos dejaba comer ningún tipo de dulce y nos obligaba a sólo ingerir frutas en nuestras meriendas. Cuando niño esto me afectó demasiado, pero mientras fui creciendo entendí que el dulce no era necesario para alguien.

Trago saliva antes de poder hablar.

—Mi madre desde que somos niños nos prohibió todo lo que tenía que ver con azúcar —paso una mano por mi cabello —. Por eso no tolero la azúcar —no quiero que mis ojos se nublen por la nostalgia.

Por un segundo la lastima se refleja en los ojos de Anais, seguro se imagina cuantas veces no pude probar un chocolate o como envidiaba a los niños que comían alguna paleta en los recesos del colegio. Y si, fueron cosas que marcaron mi vida hasta el día de hoy.

Ella inclina su cuerpo en el mesón de la cocina, su mano de detiene sobre la mía.

—Lo siento, Dylan —masculla. Sus palabras son reales.

Aprieto mis labios e intento sonreír.

—No pasa nada.

Su mano se presiona más a la mía.

—Nunca está mal experimentar nuevas cosas.

Mis ojos estudian su rostro, cada cosa de ella es perfecta. Sus cabellos negros cayendo por sus hombros, sus largas pestañas dejan ver sus grandes ojos verdes y sus gruesas cejas solo la hacen ver más hermosa de lo que ya es, pero lo que más me encanta de ella es su humildad, su sencillez, sus tan sinceros sentimientos. Nunca conoceré igual a ella.

—Anais...

—Vamos, prueba —toma el plato y lo vuelve a dejar delante de mí. —Si no te gusta lo entenderé —su rostro se ilumina por la esperanza. Ella desea que pueda olvidar todo lo que me ha afectado y poco a poco lo ha logrado.

Miro el plato, definitivamente los panqueques se ven muy bien, pero las palabras que solía decir mi madre resuenan en mi cabeza.

«Todo tipo de dulce es malo para los niños. Solo deben comer frutas y eso será suficiente»

Recuerdo que Diego lloraba constantemente por no poder comer dulce, él era al que más le afectaba.

Al ver que no me muevo ni digo nada Anais toma un pedazo del uno de los panqueques y lo corta con su mano, deslizándola hasta mis labios.

—Abre la boca —exige.

Voy a negarme, pero ella presiona el pedazo de panqueque en mis labios.

Inconsciente entreabro los labios dejando que el panqueque aterrice en mi boca. Con lentitud voy masticando, el sabor dulce de la miel invade mi sistema del gusto, mientras más lo siento más me gusta. Es un sabor tan único que no dejo de saborearlo, cuando termino de tragar lamo mis labios para quitar un poco de miel que ha quedado en ellos.

—¡Te ha encantado! —exclama Anais con emoción, su rostro se ve maravillado —. Tus ojos están brillando como estrellas. Lo que quiere decir que te ha encantado mi panqueque.




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