Mi Dolor De Cabeza [dolor #1]

Capítulo VII

─ ¡Suéltame! ─grito, pero su mano presiona mi boca para que pare de gritar. Su mano libre comienza a tocar mi cuerpo, cada movimiento que hace me parece más asqueroso, trato de apartar su mano de mi cuerpo pero no lo logro, su fuerza no se puede comparar con la fuerza de una niña de solo doce años de edad, mis gritos continuos son ahogados por su mano. La mano que tiene en mi boca hace mucha más presión, al ver la fuerza que hago para gritar.

─Cállate, perra. Quiero que te calles ─su voz es siniestra. Cuando siento que su mano llega a mis pantalones, mis ojos se cristalizan, tomo su mano para evitar que lo desabroche pero por más que lo intento no lo logro. Mi pecho sube y baja por lo agitada que esta mi respiración y mi rostro ya está empapado por las lágrimas que bajan por mis mejillas.

Lucho, lucho por intentar zafarme de sus mugrientas manos, siento sus dedos tocar mi intimidad y ahí entiendo que luchar no valió de nada.

Abro mis ojos de par en par, con mi respiración agitada y mi cuerpo sudado, me siento en la cama de golpe. Muevo mi cabeza queriendo dejar de pensar en la pesadilla de la que acabo de despertar.

─So...solo ha sido una pesadilla ─me digo, tartamudeando, tratando de convencerme de eso pero es imposible ya que esa pesadilla la viví en la vida real y créanme es mucho más espantosa que una pesadilla. Paso mis manos por mi rostro una y otra vez, finalmente dejo las manos encima de mis ojos, conteniendo las lágrimas ─. No llores ─mi voz se quiebra y las lágrimas que quiero contener se escapan de mis ojos ─hoy no, por favor ─sollozo, apartado mis manos de mis ojos, dejando que las lágrimas comiencen a rodear mi mejillas.

...

Estoy terminado de cambiar las sabanas de la cama del rey de la arrogancia (O sea Dylan). Todo el fin de semana lo paso de fiesta así que no le he visto desde el día del almuerzo.

¿Por qué le gusta que cambien las sabanas de su cama diario? ¿Sera que se orina?

Me rio sonoramente al imaginarme a Dylan orinándose la cama.

─ ¡Ay! Dios, Anais tu mente es muy loca ─me susurro. Antes de salir de la habitación me aseguro de que todo esté limpio e impecable. Ya con la habitación de Dylan limpia solo me queda ir a la cocina y limpiar todo allí, además de preparar la cena para los señores.

Estoy en la cocina, limpiando con espero el mesón cuando la presencia de la señora hace que me incorporé.

─Buenas tardes, señora ─la saludo, arreglando mi uniforme.

─Hola, Anais ─sus ojos azules me miran con suavidad, regalándome una sonrisa. Va vestida con un pantalón de algodón color ciruela muy elegante, una camisa holgada, unas zapatillas cómodas y una hermosa gargantilla decora su garganta. ─Me voy a almorzar con mi esposo ─me informa, su rostro deja ver todo el amor que siente por el señor Adolfo.

Le sonrió ─espero que sea un excelente almuerzo ─comento, tomando un mechón de mi cabello que se ha escapado de mi coleta, torpemente lo coloco detrás de mi oreja.

─Seguro que si ─responde. La señora sale de la cocina y yo sigo con mis tareas, me extraña no ver visto a Carmen hoy, seguramente se ha retrasado unos minutos, ella no es una empleada doméstica como yo, ella solo viene cocina la comida de Dylan y vuelve a su casa.

Saco mi teléfono del bolsillo de mi uniforme, es un teléfono simple pero en él están las mejores músicas que puedas imaginar, le conecto los audífonos que también están en el bolsillo de mi uniforme, colocando la mejor música. Moviendo mis caderas al ritmo de la música sigo con mi trabajo, termino con el mesón y me aproximo a lavar todas las vajillas de la cocina.

─No hay que sufrir, no hay que llorar la vida es una y es un carnaval ─vocifero, cantando la canción que retumba en mis oídos, sigo moviéndome al ritmo de la música, me giro en mis talones para ir a buscar la vajilla que está del otro lado del fregadero, en ese momento mi cuerpo choca con el de otra persona, mis manos caen sobre el pecho de Dylan y con rapidez miro el negro de sus ojos, su cuerpo se tensa al sentir mis manos sobre su pecho así que retrocede dos pasos, cruzando sus brazos sobre su pecho. Desorientada quito los audífonos de mis oídos y trago saliva.

─Señor... ─es lo único que sale de mis labios intentado mantener la calma. El pantalón negro que lleva se le ve precioso al igual que el suéter azul rey con el que cubre la arte de arriba de su cuerpo, su cabello esta algo alborotado y su ceja derecha esta levantada.

¿Qué hace él aquí?, me pregunto.

─Quiero que prepares mi almuerzo hoy.

Baja sus brazos de su pecho, introduciendo sus manos en los bolsillos de su pantalón.

Lamo mis labios ─ ¿Y Carmen? ─inquiero, guardando los audífonos en el bolsillo de mi uniforme.

Sus ojos me miran con intensidad ─ella no puede trabajar hoy ─responde.

No ¿¡Por qué a mí!?

Exhalo no muy contenta por la noticia que me ha dado.

─Está bien ─hablo después de unos segundos ─ ¿Qué quiere comer?

Él lame sus labios, atrapando con sus dientes el inferior, dándole una suave mordida. Ver eso hace que comience a sentir un calor extraño por todo mi cuerpo, tengo que mover mi cabeza para poder dejar de mirarlo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.