Mi Dolor De Cabeza [dolor #1]

Capítulo XII

Aprieto mis parpados y cuando vuelvo abrir mis ojos, la mano de Dylan no está en mi espalda ni tampoco esta tan cerca de mí rostro como lo sentí hace unos segundos.

Froto mis ojos, entendiendo que la cercanía que sentí fue producto de mi imaginación.

Dylan frunce su cejo — ¿Qué te sucede?

Me quedo admirándolo por un rato, pero ese contacto visual se rompe cuando comienzo a reír sonoramente, al escuchar mi risa su cejo se frunce mucho más, casi parece que está molesto.

—Creo que el sueño que tengo me está haciendo alucinar —hablo, tratando de controlar mi risa.

Cruza sus brazos encima de su pecho sin despegar su mirada de mí.

—No entiendo que te causa tanta risa ¿Te estas burlando de mí? —cuestiona, algunos mechones de su cabello castaño caen en su frente.

Niego con mi cabeza, bajando la intensidad de mi risa.

—Me estoy riendo de mi misma —limpio algunas lágrimas que han salido de mis ojos —. ¿Quieres que te diga cuál fue mi alucinación?

Baja sus brazos —tengo que estudiar —pone en marcha sus pasos.

—Imagine que me querías besar —nuevamente un risita se escapa de mis labios.

Al escuchar eso él detiene sus pasos en seco.

Aprieto mis labios, dándome cuenta que no debí haber dicho eso, es raro que lo dijera, pero es que mi bocota no se puede quedar callada.

Dylan gira para volver a colocarse delante de mí.

—Creo que en serio deberías dormir —cuando termina de decir esto lame sus labios, sus ojos negros permanecen clavado en los míos.

Trago saliva, su expresión es tan fría como la primera vez que hable con él.

—Sí, definitivamente debo dormir —mi voz ya no es tan confiada. Tomo la botella de agua y le doy otro sorbo —. Bueno…debo seguir trabajando, adiós —me despido de él, tratando de no mirar sus oscura mirada. Creo que no le gustan las broma, ni la risa, ni mucho menos las alucinaciones de besos.

El sonido de mi teléfono me despierta de un salto, cuando me incorporo lo busco debajo de mi almohada y sin ver el contacto contesto.

— ¿Hola? —respondo con voz adormilada.

—¡FELIZ CUMPLEAÑOOOS, MEJOR AMIGAAA! —grita Rachel del otro lado del teléfono. —ESTAS SON LAS MAÑAÑITAS QUE CANTANBA EL REY DAVID HOY POR SER EL DIA DE TU CUMPLEAÑOS TE LA CANTAMOS A TI —canta.

Sonrió al escucharla, es típico de Rachel hacer esto el día de mi cumpleaños.

—Gracias, mi bebé —me despojo de la sabana que cubre mi cuerpo, encaminándome al baño para ducharme y lavar mis dientes.

—Te llevare a un sitio en la noche así que debe estar lista a las ocho —me indica.

Me miro en el espejo, mi cabello es un desastre y las ojeras que se dibujan debajo de mis ojos no son para nada sexys.

—Está bien, quiero que me sorprendas, así que no preguntare nada.

—Te sorprenderé, amiga. Voy por ti a la mansión a las ocho —repite.

Asiento con mi cabeza —está bien, nos vemos.

Cuelgo la llamada.

Hoy es mi cumpleaños número veinte, todos mis cumpleaños trato de celebrarlos, humildemente, pero trato de que sea un día en el que más agradezca a Dios por todo lo que me ha dado. Aunque mentiría si digo que no deseara un abrazo de mi madre o de mi padre, ese sería el mejor regalo que recibiría.

Es sábado así que puedo salir con Rachel, puedo ir a divertirme por un par de horas.

Ya estando vestida me dispongo a comenzar con mi rutina de trabajo, ayer cuando volvía de la universidad vi a Dylan en la entrada de la mansión, iba muy bien vestido, pero él solo me miro y sin decir nada salió de la mansión. Es bipolar, eso me quedo claro.

Termino mi trabajo lo más rápido que puedo, quiero ir a pasar un rato con Eduardo y Andrew, los niños que quisiera traer a vivir conmigo.

Al terminar voy al jardín de la casa, donde se encuentra la señora y el señor de la casa.

—Señor y señora —hablo, viajando mi mirada del señor y la señora.

Ambos me sonríen.

— ¿Sí, Anais? —contesta la señora.

Entrelazo mis manos —ya he terminado mi trabajo y me preguntaba si podría salir por unas horas.

El señor se ríe —claro que sí, Anais. Puedes tomarte todo el día de hoy, es tu cumpleaños.

Le sonrió ampliamente —gracias, gracias —contesto.

He comprado una pequeña torta para compartir con los niños, me imagino su sonrisa al verme llegar y es inevitable no sentir emoción.

— ¡Mis bebés! —los llamo antes de entrar a la casa.

A los segundos los dos salen a toda velocidad, sus pequeños brazos rodean mi cintura.

—Hola, Anais —dicen los dos pegados a mí.

Con la mano que tengo libre, acaricio el cabello de ambos.

—Miren lo que traje —digo mostrándole la torta que he comprado.

Sus ojos brilla, brillan como hermosas estrellas —es una torta —cometa, Andrew, el hermano menor, admirando la torta.




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