Sigo memorizando la guía que tengo delante de mí, leyendo cada línea como si de eso dependiera mi vida, bueno, aunque literalmente de esto va a depender mi vida en un futuro. El tema de hacerme cargo de la empresa familiar es algo que no he podido sacar de mi cabeza desde que mi padre me lo informo, en un primer momento pensé que Damián se haría cargo, pero en vista que ya es dueño de su propia empresa mi padre termino cediéndome esa responsabilidad a mí.
Mi mirada se desliza hasta mi teléfono, el cual está a un lado de la guía que tengo en la mesa de mi habitación, miro el número “Derek”, refleja la pantalla.
— ¿Hola? —respondo al descolgar.
—Dylan —la voz de mi amigo de la infancia se escucha a través del audífono de mi teléfono. Derek y yo hemos sido muy buenos amigos, nuestros padres son socios y nuestras vidas son muy parecidas, aunque él es hijo único y yo tengo dos hermanos que no son tan unidos.
— ¿Qué pasa? —me levanto y camino hasta la cama.
—Mi padre me ha informado de la inauguración del bar de Damián. ¿Vas a ir?
Inhalo —no quiero, pero debo ir.
Él se ríe —nuestras vidas se basan en eso, en una jodida obligación —bromea. —Yo también debo ir, pero no pienso quedarme toda la noche en ese lugar.
Sonrió cerradamente —yo tampoco. No tengo planeado escuchar a Damián alardear toda la noche. Lo que tengo planeado es ir y estar allí por máximo una hora y luego nos iremos a una discoteca a la que por cierto asisten muchas chicas sexys.
Derek se ríe sonoramente —creo que esta noche no va hacer tan mala después de todo.
—Muy bien, me debo ir. Nos vemos.
—Adiós.
Finalizo mi llamada con Derek y vuelvo a la guía.
Narrado por Anais Reber:
Mi mirada viaja del vestido celeste a al conjunto de jean y camisa holgada que he elegido para vestirme esta noche.
—Si me voy en vestido puede que me dé mucho frio, pero si me visto con lo jean me voy a ver un poco casual —me digo colocando mi mano de bajo de mi mentón.
Me quedo otro rato admirando las prendas que he elegido. Sin pensarlo más tomo el vestido y entro al baño para darme una ducha y arreglarme un poco. Ya estando completamente vestida, me aplico un poco de maquillaje en mi rostro, lo normal, solo compacto, rubor, rímel y un poco de brillo en mis labios, he decidido dejar mi cabello suelto, pero he intentado hacer algunas ondas en él, aunque no creo que se me vaya dado muy bien. Miro la hora en el reloj que tengo en la mesita de noche que tengo a un lado de mi cama 8:05 marca.
— ¡Ay! Dios, Rachel ya debe estar afuera esperándome —voy a salir de la habitación cuando recuerdo que aún no me he colocado las sandalias —. Anais, estas bien loca —me giro en mis talones para ir por mis sandalias. Son unas sandalias bastante sencillas, nunca aprendí a caminar en tacones y por eso no soy capaz de ponerme unos, pero me encantan como se le ven a otras mujeres, a las mujeres que si saben caminar con ellos.
Vuelvo a caminar al baño, para mirarme por última vez en el espejo. La verdad el color celeste me queda muy bien, este vestido se amolda a las curvas de mi cintura y al final cae en lindas capas. El dinero que pague por él fue muy poco para lo bonito que es.
Asiento con mi cabeza, aprobando este estilo y me aproximo a la puerta de mi habitación para ahora si salir. Apenas salgo de mi habitación escucho la bocina del auto del padre de Rachel.
Pongo mis ojos en blanco y aumento el ritmo de mis pasos.
Cuando voy literalmente corriendo a las puertas de la mansión, me tropiezo con alguien, levanto mi mirada alarmada y miro los bonitos ojos de Diego. Él retrocede y me mira de pies a cabeza.
—Lo siento —le sonrió, su perfume es mucho más suave que el de su hermano. Él sigue mirándome y eso hace que frunza mi cejo —. Bueno…adiós —digo un poco extrañada y salgo a toda prisa de la mansión.
Al salir mi mirada se centra en el auto que me espera, Rachel asoma su cabeza por la ventana del conductor.
—Te ves sexy, mame —me alaba y eso hace que me ría.
Camino hasta el auto y lo rodeo para subirme al asiento del copiloto.
—Hola, mame —la saludo cuando ya estoy dentro del auto.
Ella se balancea hacia mí y me abraza con fuerza — ¡Feliz cumpleaños, Anis! —exclama pegada a mí.
—Ya me habías felicitado —le recuerdo.
Se despega de mi mirándome un poco mal —no es lo mismo por teléfono que en persona.