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En los últimas semanas no he pasado ni una palabra con Dylan, lo he visto en varias oportunidades, pero él no me ha hablado y yo tampoco pienso hacerlo, después de descubrir sus mentiras me sentí traicionada, me afecto más de lo que pensaba, pero soy una persona que ha tenido que vivir cosas que solo me han hecho ser más fuerte.
Los señores ya han vuelto a la casa, así que mi estresante trabajo ha vuelto a hacer el mismo, aunque la verdad eso me encanta, de verdad que no me gusta estar sin hacer nada, no lo soporto.
Carmen y yo estamos terminando de preparar el desayuno de la familia. Hoy es fin de semana, por lo tanto todas las personas que actualmente viven en la mansión se encuentran en la casa. Cada una está metida por completo en el desayuno que está preparando.
—He terminado —anuncia ella —. Voy a subirle el desayuno a la habitación al señor Dylan y vengo a ayudarte a terminar con lo demás.
—Está bien —respondo sin aportar mi vista de sándwich que le estoy preparando a la señora.
Carme cumple con sus palabras y llega a mi par para ayudarme con los desayunos, ella le sube el desayuno de Diego a su habitación y yo me dispongo a llevar el desayuno de la señora y el señor al jardín ya que han decidido desayunar allí. Cuando llego a la pequeña mesa donde están sentados ambos sonrió.
—Buenos días, señores —los saludo, dejando en la mesa sus respectivos desayunos.
La señora responde a mi sonrisa.
—Buenos días, Anais —responde, su cabello por encima de sus hombros se ve impecable al igual que su atuendo que la verdad se ve bastante cómodo.
El señor levanta la mirada de su teléfono y la posa en mí —buenos días.
Termino de colocar sus desayunos, servilletas y jugos naturales en la mesa.
—Bueno, espero que disfruten sus desayunos —añado antes de irme.
Pero la vos de la señora me detiene.
—Dylan nos ha informado que saldrás con él por unos horas —toma una servilleta —y nos parece muy bien.
Frunzo mi cejo tanto que siento que una arruga se está marcando en mi frente.
— ¿Salir con Dy…el señor Dylan? —pregunto torpemente. Siento un hormigueo en mi estómago al imaginarme a Dylan y yo saliendo a un hermosa parque, viendo como las personas caminan a nuestros lados mientras reímos de cualquier como. Muevo mi cabeza para alejar esas imágenes de mi cabeza.
El señor le da un sorbo a su jugo de pera.
—Sí, ¿No lo sabias?
Niego con mi cabeza —no, seguramente está equivocado —comento —, seguramente es otra Anais.
El señor mira a su esposa extrañado.
Aclaro mi garganta —espero que les guste sus desayunos —hablo luego de unos segundos.
Pongo en marcha mis pasos para salir del jardín que solo me hace recordar a Dylan.
No puedo dejar de pensar en lo que ha dicho la señora ¿Dylan porque les dijo que saldría conmigo? ¿Será que otras de sus mentiras? No entiendo porque diríamos que saldríamos cuando en realidad ni siquiera hemos hablando.
Este chico en verdad está loco.
— ¿En qué piensas? —me pregunta Carmen.
Muevo mi cabeza —en nada importante —respondo.
Ella me muestra dos envases que tiene entre sus manos —aquí está el almuerzo del señor Dylan —mueve el envase que tiene en su mano derecha —y aquí la cena —mueve el envase de su mano izquierda y guarda los envase en el refrigerador. —Debo irme, si el señor Dylan te pregunta por su comida ya sabes donde puedes conseguirla.
Asiento con mi cabeza, dándole un corto abrazo —adiós, cuídate mucho.
—Adiós, niña Anais —responde sonriéndome ampliamente. Carmen desaparece de la cocina, dejándome sola. Me dispongo a preparar la cena de los señores y la de Diego cuando escucho como alguien aclara su garganta, al escuchar eso me giro al instante. Veo a Dylan de pie frente al mesón de la cocina, esta vestido con una camisa ceñida a su cuerpo color blanca, una chaqueta de cuero negra, unos pantalones a la moda del mismo color de la chaqueta, Nike blancos y un sencillo reloj se deja ver en su muñeca izquierda. Veo que en su mano derecha lleva una carpeta.
Vuelvo a girar mi rostro para seguir haciendo lo que me disponía a hacer.
Escucho como sus pasos comienzas a acercarse a mí.
—Hola —me saluda, puedo sentirlo detrás de mí.
No quiero responder a su saludo, pero eso sería de mal educación.
—Hola —respondo con indiferencia.
—Quiero invitarte a salir —anuncia.
Mi cuerpo comienza a llenarse de rabia al escucharlo decir eso. Me giro de golpe para confrontarlo.
—De verdad que eres un auténtico imbécil —niego levemente con mi cabeza —. Tienes novia y quieres invitarme…
Él toma mis manos, haciendo que me quede en silencio, trato de soltarme pero el agarre que tiene sobre mis manos es muy fuerte.