Mi dulce de melocotón

— 01 —

GIOVANNA

Tome en mi mano una cantidad razonable de harina y con una sonrisa en mi cara llene a Abdel de harina, sus ojos verdes me miraron al instante, estaba serio sin una sonrisa y la mía desapareció. ¿Se enojó?, di un paso hacia atrás, alejándome lento y seguro de él. Mire como dejo a un lado la bandeja de galletas y siguiente a eso, camino hacia mí, negué mirándolo y él dio un pequeño asentimiento.

— No, Abdel. Por favor, no fue mi intención, solo era una broma —. Murmure.

— ¿Una broma? —. Pregunto deteniéndose.

Mis ojos fueron a cada sitio de mi departamento buscando una salida, algo que me escondiera de su venganza, suspiro provocando que una hilera de harina se moviera en el aire y reí con fuerza. Sus manos tomaron mis brazos tan rápido que apenas me di cuenta.

— ¡No! —.

Era cobarde.

—¿No? Debes de pagar por esto, Gio —.

— No, no debo —.

— No podrás distraerme, ni tu aroma, ni tus feromonas me distraerán de esto. Si te llevas debes de aguantarte —.

— ¿Qué me harás? —. Pregunte con miedo.

— Eso es clasificado —.

Hice un puchero intentando convencerlo de que no era necesario, no quería recibir un regaño o una broma peor a la que yo hice. Solté mi aire cuando eso no lo convenció y procedí a lo siguiente.

— ¿Escuchas eso? —.

Abdel giro su rostro mirando a donde yo señale con la mirada, atento a cualquier cosa, dejándome de lado por si eso era un peligro. Actuando como un alfa suele hacer y que eso puedo tomarlo a mi favor. Me deshago de sus manos y corro, corro por mi vida, soy perseguida inmediatamente por Abdel que aprovecha su altura para alcanzarme más rápido.

Entro a mi habitación, salto por la cama y termino dejándolo lejos de mí, sus ojos me miran, entrecierra su mirada analizando el perímetro para poder atraparme.

Da tanto miedo esa actitud.

Cuando él salta hacia mí, yo me transformo en mi versión más esponjosa y adorable. Brinco escondiéndome debajo de la cama, huyendo con tanto miedo. Escucho los pasos de Abdel, son pesados y hacen que el piso tiemble, agudizo mi oído para estar precavida y corro hacia mi sillón escondiéndome debajo.

— Conejita —.

Usa una voz suave.

— No te ocultes, ven conmigo. Ya no te haré nada, te has salido con la tuya. Eres libre —.

Sus pasos se detuvieron, no pensaba salir ante nada, era peligroso y yo era una cobarde que no quería afrontar mis consecuencias.

— 1… 2… y 3… —.

El sillón desapareció de mi vista y en esta la mano de Abdel fue protagonista, me tomo en su mano sin apretarme. Me dirigió hacia él y solo temblé de miedo. Solo esperaría a que su enojo pasará, a que ya no estuviera pensando en jugarme una broma como yo, no quería acabar con kilos de harina sobre mí.

— Como una bola de nieve. ¿Estarás así hasta que se me olvide lo que me has hecho? —. Alce una oreja respondiendo a su pregunta.

Camino conmigo en su mano y se sentó, cerro sus ojos y tomo el puente de su nariz. Parecía pensar en algo y yo no caería tan fácil. Su mano bajo dejándome en su regazo y solo me quede quieta, percibo un aroma a galletas, este va cambiando y me alarmo, mis galletas se están quemando.

¡Por los santos de las galletas!

— Oh, qué tal, ¿Lo hueles?, parece que por primera vez tus galletas estarán horribles. Tienes suerte, a mí eso no me importa en absoluto —.

Me transformo de nuevo, Abdel sonrío como si eso hubiera querido que sucediera, camine con paso rápido hacia mi horno. Tome mis guantes y saque aquellas galletas, estaban más doradas de lo usual y eso afectaría a su sabor dulce.

— Fue tu culpa. Si no me hubieras perseguido, esto no ocurriría. Mis pobres galletas —. Suspire.

— ¿Mi culpa? Aquí la única culpable eres tú —.

Lo miro con una mirada de advertencia a que se mantenga lejos, pero no me hace caso, me toma de la cintura y me alza dejándome atrapada contra la encimera. Sus brazos se ponen en el contorno de mis caderas y me siento diminuta, mis nervios recorren mi cuerpo y tiemblo por lo que pueda pasar.

— ¿Quién tiene la culpa? —.

— Yo —me cruzo de brazos—. Solo estaba jugando, una broma, porque tienes que ser tan cruel —.

— No lo sería si alguien no fuera tan cobarde —.

Da gusto en donde más me duele.

— Eso no es cierto —.

Abdel toma mi cuello obligando a que lo mire, bajo mi mirada a sus labios y luego voy hacia sus ojos, estamos a pocos centímetros, algo que acelera mi pulso. Su agarre en mi cadera crece, siendo fuerte. Pareciera que no quiere que yo me aleje, detectando mis siguientes movimientos. Si fuéramos pareja no me alegaría, cerraría mis ojos siendo tan sumisa y esperando sus labios. Solo un sueño, algo falso que no sucederá y eso lo he entendido muy bien.

— Escuche… —.

— No, no escuchaste. Eso es mentira —interrumpe, parece haber leído mis pensamientos—. ¿Por qué no te dejas llevar? Solo una vez, Giovanna, ¿tienes miedo? —.




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