DAWSON
—¡Vaya, hasta que al fin te apareces! —espetó mi padre, estaba furioso, la vena de la frente parecía que le iba a estallar—. ¡Eres un irresponsable! —continuó—. ¡Son las diez de las mañana y ni siquiera te has presentado a tu puesto de trabajo!
«Y ahí va con el sermón de todos los días»
Resoplé.
—¿Para qué me mandaste a llamar? —formulé, mientras me colocaba la bata—. ¿Qué quieres?
—¿Dónde pasaste la noche? —indagó.
Mi padre era el director y propietario del Saint Rosemary Research Hospital, un reconocido hospital de investigación en la ciudad de Saint Rose. Era un hombre bastante autoritario y prepotente, que se creía el dueño y señor de mi vida, y de la vida de todos los que trabajábamos a su cargo.
—No voy a darte explicaciones —repliqué, sabía cuánto odiaba que le contestara así. Me incliné para trenzar los cordones sueltos de mis botas, y añadí—: Me parece que ya soy mayor de edad.
—Anoche fue la cena con tu tía Luciana —comentó, y al no obtener respuesta de mi parte, agregó—: ¿No piensas decir nada?
—¿Qué quieres que te diga? —Me encogí de hombros, detestaba a mi tía Luciana, no era más que una arrogante, y su marido no se quedaba muy atrás, se creía una eminencia, solo porque hacía algunos años había ganado un premio nobel en medicina. Pero lo cierto era que, aunque no me agradaban, no había faltado a propósito —. Lo olvidé.
—¡Eres un cínico! —bramó.
—¿¡Cínico!? —cuestioné. Quizás era un irresponsable, o un inmaduro como decía mi padre, pero no un mentiroso, si había alguien cínico, ese era él—. ¿Por decir la verdad?
—Mentí para no dejarte mal —afirmó, con un atisbo de culpabilidad que yo no me creí.
—No te lo pedí.
La verdad me daba igual lo que había hecho o no por mí. No mentía para ayudarme, lo hacía porque fingía ser un padre perfecto y le daba vergüenza admitir que no sabía dónde estaba su hijo, odiaba perder el control que intentaba ejercer sobre mí.
—Les dije que te había salido una cirugía de emergencia —continuó, esta vez bajando su tono de voz. Dibujé una sonrisa mordaz y negué con la cabeza, aunque yo era médico, no trabajaba directamente con pacientes, era un asistente en investigación, no un cirujano—. Gracias a Dios se lo creyeron. ¡Dawson, por favor tienes que sentar cabeza! —Esto último lo dijo a modo de súplica—. ¿Por qué no puedes ser como Lizzie? —«Y ahí va de nuevo»—. Puntual, responsable...
—Ya ¿sí? —lo interrumpí, estaba cansado de escuchar la lista de cualidades de Elizabeth—. Deja de compararme con mi hermana.
—Hijo, yo solo quiero tu bien.
—Te creo, Kurt —ironicé.
—Ya deja de llamarme así, ¡soy tu padre! —Esta vez regresó su tono molesto—. No sé en qué estaba pensando cuando te permití trabajar en el departamento de investigación. —Negó con la cabeza—. Te sigues comportando como un adolescente. —Observó mi atuendo de pantalones jean, franela negra y botas militares—. Vistes como un adolescente. ¡Eres una vergüenza para la familia! —Se levantó de la silla y apoyó sus puños en el escritorio.
—¿Eso era todo? —pregunté, rascándome la barbilla.
Sus ojos azules centellearon, giré sobre mis talones y caminé hasta la salida, no lo iba a seguir escuchando, ese día no.
—¿¡Dónde crees que vas!? —Su puño golpeó el escritorio—. No dejaré que un irresponsable como tú vaya a arruinar todo el trabajo que me ha costado tanto construir. —Fingí no prestarle atención y giré la manija de la puerta—. Dejarás el laboratorio. —Me detuve en el umbral de la puerta, no podía creer lo que estaba escuchando.
—¿De qué diablos estás hablando? —Volteé a verlo, él tomó asiento nuevamente.
Desde que era pequeño siempre había querido ser músico y esa afición me siguió acompañando hasta que crecí, pero me vi obligado a estudiar medicina; como mis abuelos, como mis padres, como mis primos.
Al principio fue difícil, odiaba la carrera, yo sólo deseaba tocar la guitarra e irme a recorrer el mundo en motocicleta. Pero pese a todo, estudié y me gradué en el menor tiempo posible. Mi padre me asignó al equipo de investigación del hospital y por primera vez sentí que estaba haciendo algo que me gustaba. La investigación de nuevos tratamientos se había convertido en mi pasión, y de nuevo Kurt arrojaría todo aquello a la basura.
—Irás a oncología.
— Pero... ¡te has vuelto loco! —repliqué, mientras caminaba hasta quedar frente a él —. No puedes hacerme esto.
—Claro que puedo —aseguró—. Y lo haré.
—Per... —titubeé, negando con la cabeza—. Si no culmino el año que me falta en el laboratorio, no podré ir a Alemania, el comité no lo aprobará.
—Te encargarás de los ensayos clínicos referentes a la Tocciocatmina, vas a monitorear los tratamientos —continuó, esta vez un poco más calmado, y hojeando una carpeta con papeles.
—Ed y Suarez se encargan de eso —traté de explicar.
—No —espetó—. Ahora tú y Ed se encargan de eso. —Sentí como una gota de sudor se deslizaba por mi sien, estaba furioso—. Suarez ocupará tu lugar en el laboratorio.
«Esto no puede ser cierto»
—No lo haré —sentencié, llevando hacia atrás algunos mechones de mi desprolija cabellera—. Sabes que odio trabajar en esa área, además no sé nada de la Tocciocatmina.
—Aprenderás. —La mandíbula se me tensó.
—No lo voy a hacer —recalqué.
—Si no quieres hacerlo, no lo hagas, pero tampoco irás a Alemania.
Hacía ya algún tiempo había conseguido una oportunidad en una de las más grandes casas de investigación farmacéutica en Berlín, ese lugar era el sueño para cualquier investigador y sólo tenía que adquirir tres años de experiencia en investigación para optar por un cargo. Eso era un gran reto para mí a nivel profesional y un gran logro a nivel personal, porque lejos de allí podría ser libre y hacer una nueva vida.