MELISSA
—Caso N°.3456, se trata paciente con cáncer de... en fase II, hace dos días fue su quinta sesión con Tocciocatmina —le explicó Carol—. No ha presentado vómitos, ni dolores en las articulaciones. Esta mañana tuvo algo de fiebre y se le aplicó un antipirético por vía intravenosa. —Dio algunos pasos hasta mi cama, tocó mi frente con la palma de su mano, y me preguntó—: ¿Cómo te sientes, hermosa?
—Mejor —contesté, esbozando media sonrisa.
—Me alegra.
Me fue inevitable no contemplar a su acompañante; era un chico alto, de aspecto desprolijo y que no dejaba de escribir en sus notas, así que en voz baja pregunté:
—¿Quién es?
—Es tu nuevo médico, el Dr. Schindler —contestó—. Se encargará de monitorear tu tratamiento, así que lo verás muy seguido.
—Pero... y el Dr. Suarez —Volví mis ojos hacia ella—. ¿Qué pasará con él?
—Lo han asignado a otro departamento —respondió.
—¿Qué edad tiene? —quise saber, se me hacía demasiado joven.
—Más de la que aparenta.
—¿Carol? —llamó el médico.
—¿Sí, doctor?
—Quiero nuevas resonancias —ordenó, levantando por fin su rostro de aquellas notas. Tenía hermosos ojos café, pero una mirada dura—. Y una hematología completa. —La enfermera asintió.
—¿Qué es esto? —formuló, tropezando con un lienzo sujeto de un caballete.
Lo vi detallar la pintura, ladeó su cabeza y la observó cuidadosamente. La base sobre el lienzo era azul, y sobre ella se dibujaban algunos trazos indefinidos que, comenzaban a dar forma al rostro de una mujer.
Había heredado el don artístico de mi abuela, ella me había enseñado toda la magia que representaba poder plasmar con pinceles; momentos, sentimientos e historias maravillosas.
Pintar me hacía libre y era una especie de refugio para mí, lo amaba. Mi abuela siempre decía que cuando haces lo que amas, eres un artista, te sientes mejor contigo mismo, además te vuelves más sensible, más humano; aprendes a conocer la verdadera belleza de la vida y das, sin esperar nada a cambio.
A pesar de las circunstancias en las que me encontraba, siempre trataba de verle el lado bueno a las cosas, porque la vida era eso, una verdadera obra de arte.
—Es una pintura doctor, es que ella... —intentó explicarle Carol.
—Sé lo que es una pintura, Carol —interrumpió, hoscamente—. Me refiero a qué hace esto aquí. —Tomó algunas acuarelas entre sus dedos—. La paciente no se puede exponer a esta clase de químicos, puede ser perjudicial para el estudio y traer consecuencias negativas en su tratamiento. ¿Acaso no se le informó de esto a la paciente cuando ingresó al hospital? —cuestionó, fijando su vista en la enfermera.
—Esas pinturas no son toxicas, yo misma las hago —intervine, logrando que por primera vez él, se percatara de mi existencia.
Frunció el ceño, me ignoró y volvió su mirada al lienzo.
—El Dr. Suarez debió haberlo olvidado —prosiguió Carol, intentando persuadirlo—. Doctor... Son sólo pinturas y como dice ella, no son toxicas, no le harán ningún daño, además eso le ayuda a distraerse.
—Esto no es un lugar de distracción —contraatacó—. Es un hospital. Y los hospitales tienen reglas.
—Lo siento, doctor, yo...
—Saque esto de aquí, Carol —exigió—. Quién sabe qué otras cosas más habrá olvidado el Dr. Suarez.
—No puedo apartarme de mis pinturas —me quejé.
Eso había rebasado los límites de mi paciencia, tenía que permanecer quién sabe cuánto tiempo encerrada en ese hospital, estar lejos de mi familia, de mis amigos y de mi hogar. Era fuerte y podía soportarlo todo, pero estar lejos de mis pinturas no, eso no lo iba a permitir.
Intenté bajarme de la cama, pero olvidé que tenía la vía conectada a una solución, así que cuando me moví, me la terminé dañando.
—Ah... —gemí, sintiendo una punzada en la mano—. Me duele.
—Déjame arreglarte eso. —Carol caminó rápidamente hacia mí y en cuestión de minutos me la cambió, y volvió a dejar todo en su lugar.
—¡Por favor, doctor! —imploré, en un último intento por convencerlo—. Al menos déjeme conservar el cuadro, prometo que no volveré a pintar, pero no se lo lleve.
—Señorita... —Buscó con su dedo índice mi nombre en sus notas—. Melissa... Melissa Cole, verá, existen una serie de normas al ingresar al área de oncología, sobre todo en lo que respecta a tratamientos experimentales. —Caminó hacia mí y me entregó dos hojas grapadas—. Léalas porque parece que no las conoce, ni usted, ni el personal que labora en este hospital. —En ese instante alguien tocó la puerta—. Adelante —escupió.
Otro doctor hizo su aparición, lo conocía, solía verlo conversar con el Dr. Suarez.
—Dawson...
—¿Qué pasa? —preguntó, tomando sus notas y escribiendo quién sabe qué—. Estoy ocupado.
—Tu padre te está llamando. —Dejó de escribir, respiró profundo e hizo la típica mueca de molestia.
—Quiero todo fuera de aquí para la tarde —sentenció, después se marchó.
Desconcertada, miré a la enfermera, ella era quien me había recibido el primer día que ingresé al hospital. Siempre estaba de buen humor y era muy atenta con los pacientes. Carol era un artista, no cabía duda que ella amaba lo que hacía.
—Ese doctor es un antipático —refunfuñé, acomodando mi cabeza en la almohada—. No sé cómo lo soportas, nada más mira cómo te trata... ¡Carol esto! ¡Carol aquello! —Esto último lo dije imitando su voz, ella terminó riendo.
—Hermosa —musitó, acariciando mi mano—. La primera impresión, no siempre es la correcta.