DAWSON
Había sido un día catastrófico para mí, primero la discusión con Kurt, luego tener que lidiar con los pacientes; para culminar con broche de oro, golpeando a mi mejor amigo.
Lo único satisfactorio, había sido volver a ver a Anastasia. Esa tarde, mientras le enseñaba el hospital, me había contado que nació en San Petersburgo, fue entonces cuando recordé que la conocí en un viaje que hice con mi familia a Rusia.
La chica me agradaba, demostraba inteligencia y simpatía, además de que físicamente era perfecta. No recordaba la última vez que alguna chica me había atraído, con el trabajo en el laboratorio, y todos esos informes que tenía que entregar, no me quedaba tiempo de nada, mucho menos de tener una relación.
Ladeé la cabeza de un lado a otro tratando de relajar mi cuello, me dolía todo. Ingresé al área de los locker, metí la mano en el bolsillo de mi pantalón y saqué las llaves. Después de abrir, extraje la chaqueta de cuero y me la coloqué.
Cuando estaba a punto de cerrar la metálica puerta, me percaté de que algo se había caído, se trataba de una fotografía. Me incliné para tomarla y cuando la tuve entre mis manos divisé a mi madre sentada en la arena, a su lado estábamos Lizzie y yo, cuando solo éramos unos niños. Sonreí al recordar ese día tan maravilloso a la orilla de la playa; extrañaba tanto aquella época.
Volví a colgar la fotografía en el rígido metal y cuando cerré la puerta vi a Carol. Sujetaba algunas carpetas en una mano, e intentaba abrir la puerta del locker con la otra, apenas me vio, esbozó una sonrisa.
—Déjame ayudarte —comenté, ofreciéndole mis manos para sostener las carpetas, ella asintió.
—Tengo que cambiar esta bendita cerradura, siempre es lo mismo —se quejó, al tiempo que movía la llave en diferentes direcciones, sin que la puerta abriera—. Tu padre debería pagarme horas extras por el tiempo que invierto abriendo esta porquería. —Terminé riendo.
Conocía a Carol desde que era un niño, fue amiga de mi madre y tenía años trabajando en el área de oncología, todos en el hospital le tenían aprecio, incluso yo.
—Déjame intentarlo —le pedí, ella aceptó. Giré la llave con fuerza y algunos segundos después la cerradura cedió—. ¡Listo!
—No sabes cómo te lo agradezco, Dawson. —Guardó las carpetas en el interior de aquel pequeño compartimiento—. Digo... —Negó con la cabeza, arrepentida —. Dr. Schindler. Ya sabes, la costumbre.
—No es necesario, Carol —repuse—. No estamos frente a ningún paciente, además eres casi como una tía para mí. —Y cambiando de tema, agregué—: Y Norah, ¿cómo está?
—Bien —contestó, cerrando el locker—. Siempre te recuerda, deberías pasar a verla. En los momentos de lucidez se la pasa preguntando por ti, ¿cómo está mi niño? ¿Está comiendo bien? —Sonreí, recordándola—. Ya sabes cómo es ella, dice que siempre fuiste un niño de mal comer... Bueno, te dejó, tengo que irme.
—Carol...—Ella se detuvo—. Disculpa por cómo te traté, estaba molesto, verás, esto ha sido un cambio muy brusco para mí, no estoy acostumbrado a trabajar en este lugar.
—Tranquilo, no tienes porqué disculparte —respondió, dulcemente—. Puedo comprender perfectamente lo que estás sintiendo.
—Kurt, lo hace sólo por molestarme —agregué—. Ya lo conoces.
—No lo veas así, Dawson —musitó—. Aquí también es muy hermoso trabajar, se aprende cada día sobre el valor de la vida y el significado de la muerte. Y te daré un consejo, deja de pelearte con todos. —Levantó mi mentón que estaba hacia el suelo, e hizo que la mirara a los ojos—. Mira que la vida es muy corta para estar tan molesto. —Tuve la impresión de que era mamá la que me estaba hablando.
—Carol, yo...—intenté decir algo, pero no lo logré.
—Tienes que dejar ir esa rabia, Dawson, o terminará consumiéndote poco a poco. —No fui capaz de responderle nada, me limité a apretar los labios, dejando las palabras encarceladas en lo profundo de mi alma.
—Dale mis saludos a Norah —le pedí, tratando de cambiar de tema—. Dile que pronto iré a verla.
—Por supuesto... Ah, se me olvidaba decirte algo. Dentro de unas semanas será la fiesta de San Valentín. —me explicó—. Sí, la que se hace todos los años con los pacientes y el personal de oncología. Deberías ir, así aprovechas e invitas a una chica linda para que sea tu pareja. —Guiñó un ojo.
—No lo sé... —titubé, dubitativo—. No me gustan mucho esas cosas, además no sé si ese día esté ocupado.
—¡Anímate, muchacho! Es muy divertida, además no te gustaría ver a Ed intentando cantar en el karaoke ¿eh? Es catastrófico —rio, negando con la cabeza—. El año pasado tuve pesadillas.
—Está bien, lo pensaré —prometí, después de todo esa sería una buena oportunidad para invitar a Anastasia y distraerme un poco.
Después de despedirme de Carol, salí del hospital y me detuve en el estacionamiento. Froté mis manos para calentarme, estaba haciendo mucho frio. Subí en mi motocicleta, encendí sus motores y salí de allí rumbo a casa. Cuando llegué, entré a mi habitación y me senté al borde de la cama, medité sobre todo lo que me había dicho Carol y frustrado, entrelacé mis dedos en el cabello.
«¿Hasta cuándo, Dawson?»
«¿Hasta cuándo vas a soportar trabajar en un lugar que te trae tan dolorosos recuerdos?»
Dejé caer mi espalda sobre la cama y fijé mis ojos en el techo de machimbrado.
Resoplé.
—¡Debes estar contento! —increpó mi padre, entrando abruptamente a la habitación. Me senté y fruncí el ceño. "¿Ahora, qué demonios le pasa?"—. Soy el hazmerreír de todo el hospital. ¿¡Cómo se te ocurre ponerte a pelear con Edward!? Ambos son unos niños... ¡Unos completos inconscientes!
—¿Quién te fue con el chisme? —cuestioné, sarcásticamente—. ¿Tu hija prodigio?
—¿¡Qué!? —Gruñó, arrojando a la pared un vaso de vidrio —. ¡¿Qué quién me fue con el chisme?! ¡Todo el mundo lo sabe! Debería echarlos a los dos.