DAWSON
—Tu padre está furioso —declaró Ed, mientras yo firmaba algunos documentos en recepción. Esa mañana había llegado temprano, no quería tener más problemas con Kurt, ya era suficiente con todo lo que tenía que vivir en oncología, para también llenarme la cabeza de más preocupaciones —. Creo que esta vez exageramos.
—Ni me lo digas —le secundé, hice a un lado los documentos y me quedé viendo el diminuto hematoma a un lado de su ojo—. Anoche amenazó con echarme, mejor dicho, con echarnos. Pero no te preocupes, no lo hará, lo conozco demasiado para saber la clase de persona que es. Jamás admitirá que no puede controlar a su personal, y mucho menos a su hijo.
Entregué los documentos a la recepcionista, y le seguí los pasos a Ed.
—Esto es una locura, Dawson —afirmó mi amigo—. No podemos continuar así, o un día de estos vamos a terminar con algún hueso roto.
—Lo dices porque tengo la mano muy pesada ¿verdad? —formulé, presumido.
—No me hagas reír —dijo, mofándose de mi comentario, y acto seguido, dejó escapar una carcajada—. ¡Pegas como niña!
—Reunión con Díaz, a las once —interrumpió Sarah. Escrutó mi aspecto prolijo, y preguntó—: ¿Y a ti qué te pasó? Y no me refiero al golpe, que bien merecido te lo tienes, sino a la hora. Ah, ya sé, te caíste de la cama ¿verdad? —Tanto ella, como mi amigo, dejaron escapar una carcajada.
—¡Muy graciosa! —me quejé, fingiendo molestia.
Sarah Williams, era asistente en el departamento de Ensayos Clínicos, y novia de Ed desde hacía algunos años. Ambos se habían conocido jugando al tenis, cuando Ed por accidente, le golpeó la nariz con la pelota.
—A estas horas yo te hacia durmiendo —continuó, mientras nos llevaba el paso—. Dr. Schindler, esto no tendrá algo que ver con la nueva doctora que contrató tu padre, y que tiene a más de uno babeando ¿verdad?
—Por supuesto que no —respondí, firme.
—Sí, claro. —Se interpuso en nuestro camino, y mirándome con sus inquisidores ojos azules, declaró —: A mí ningún hombre me engaña, Schindler. Tanto arreglo para solo venir a trabajar, eso no me lo creo.
—Solo quería estar bien presentable, acaso no puedo ¿ah?
—Es por ella —afirmó, sacando sus propias conclusiones—. Estás enamorado de la nueva doctora.
—La he visto una sola vez, Sarah —repliqué, cruzándome de brazos—. ¿Cómo voy a estar enamorado?
—Pero... ¿te gusta? ¿Te parece bonita? —inquirió, dándole largas al interrogatorio.
—Sí, bueno...ella es hermosa —admití, dándome por vencido.
—Lo sabía, todos los hombres son iguales —manifestó, jugueteando con su platinada cabellera—. No pueden ver a una rubia sexy porque se vuelven locos ¿no es así, mi amor?
—Eso es muy cierto —la secundó su novio, mientras la atraía a su cuerpo, y terminaba besándola.
«¡Ay, no!, esto se está tornando demasiado empalagoso»
Cuando el beso concluyó, mí amigó abrazó a su chica por la espalda, y deteniendo su mirada en mí, añadió:
—Dawson Schindler, enamorado, ¡vaya, eso sí que sería una novedad! Aunque con el mal genio que te gastas, a ver si te aguanta.
—¡Tampoco exageres! —protesté, defendiéndome—. Cuando me lo propongo puedo ser agradable.
Ni siquiera yo creí aquella afirmación, así que todos terminamos riendo
—En este hospital nadie te soporta, Dawson. Sólo nosotros dos somos capaces de aguantarte —afirmó Sarah, dando a ambos un fuerte abrazo—. ¡Ahora vayan, muevan esos traseros que tienen que trabajar!
***
—... Los pacientes con cáncer de pulmón no microcítico han mostrado una mejoría del cuarenta por ciento más que con la quimioterapia estándar, además de verse reducidos los efectos secundarios de dicha quimioterapia —explicó el Dr. Díaz, mientras un grupo médicos lo escuchábamos—, y tener una tasa del cincuenta por ciento de supervivencia con más de un año de seguimiento. ¡Otro éxito para el Saint Rosemary Research Hospital! —voceó, haciendo que todos comenzaran a aplaudir.
Habíamos pasado parte de la mañana escuchando la ponencia de nuestro jefe, a quien se le atribuía el éxito del Novatticlon, un nuevo medicamento en contra del cáncer de pulmón, que estaba a punto de ser aprobado por la FDA.
Permanecí en mi asiento, mientras el grupo de médicos no se cansaba de elogiar al galeno. Cuando todos se marcharon, Ed se levantó a felicitarlo, y yo por no ser descortés, también hice lo mismo
—Bienvenido, Dawson —me saludó Díaz, extendiéndome la mano—. Ya eres parte de la tan nombrada Tocciocatmina.
—Gracias —respondí.
—Bueno, muchachos —continuó el director de Ensayos Clínicos Oncológicos —. Los hice llamar porque necesito que hagan algo.
—Usted dirá —intervino Ed, entusiasmado—. ¿En qué podemos ayudar?
—Quiero que trabajen con los efectos psicológicos de la Tocciocatmina —nos respondió, una vez que los tres tomamos asiento—. En resumidas cuentas, quiero que compartan con algún paciente durante el tiempo que permanezca aquí, y evalúen su aspecto emocional.
—¿¡Qué!? —exclamé, desconcertado—. ¡Eso es absurdo, no somos psicólogos! El departamento de psicología está en el primer piso. Además, no creo que sea necesario entablar una relación con los pacientes para lograr el éxito del ensayo.
—Puede ser una hora al día, una tarde, una comida, cualquier cosa —continuó, ignorando mi comentario—. Quiero saber cómo afecta el medicamento su estado de ánimo, ya saben; depresión, cambios de humores, etc.
—¡Esto es una locura! —gruñí, levantándome del asiento—. ¡Es normal que los pacientes estén deprimidos o de mal humor; están enfermos!
—Dawson... —murmuró Ed, haciendo un ademán para que me sentara—. Tranquilízate.
—¿Dr. Schindler, se considera usted un buen medico? —formuló mi jefe.
—Por... Por supuesto —respondí, dubitativo.
—No lo creo —aseveró—. Ser un buen medico es identificarse con el dolor ajeno, es ser solidario con el que sufre. Yo me pregunto, se ha detenido usted un instante en los ojos de alguno de sus pacientes, en la vida de alguno de ellos, qué clase de medico es usted, si ni siquiera es capaz de sentir empatía por ellos, de dar consuelo, de escuchar. Un buen médico no es solo el que cura el cuerpo, Dr. Schindler, sino el que es capaz de ver más allá y también poder curar el alma. Un médico que no es capaz de ver esas cosas, no se puede llamar a sí mismo un buen médico.