Mi Dulce Doctor

*7*

MELISSA

 

Golpeé seguidamente el suelo con mis converses blancos, tenía mi sesión de quimioterapia y esas cosas me ponían nerviosa. Llevé mi vista a los costados y vi a unas quince personas sentadas a mí alrededor, todos éramos tan distintos, pero con algo en común; teníamos cáncer.

Froté mis manos para calentarme, tenía mucho frio. Crucé mis piernas, e intenté tranquilizarme. Me pregunté qué secretos escondería el corazón de cada una de esas personas, si querrían cumplir sueños y metas, si tendrían esposos e hijos que los esperaran en casa. Era tan complicado ver como la vida se te escapaba de las manos, sin poder hacer más que esperar, esperar para vivir, o esperar para morir.

Dejé escapar un suspiro, sabía que tenía que ser fuerte, por mí y por los demás, pero en el fondo tenía mucho temor.

—Melissa Cole —llamó la enfermera, me levanté y caminé tras de ella—. Pasa por favor —añadió, conduciéndome a un pequeño cuarto.

En la sala de quimioterapia no dejaban entrar a nuestros acompañantes, la verdad lo agradecía, lo que menos deseaba era ver el rostro angustiado de mi madre durante cuatro horas seguidas.

Divisé a Carol preparando todo para aplicarnos la Tocciocatmina por vía intravenosa, según nos habían explicado los médicos, esa sustancia era menos agresiva que la quimioterapia estándar. El fármaco todavía estaba en fase experimental, es decir, éramos una especie de ratas de laboratorio que utilizaba el Saint Rosemary Research Hospital, para probar sus nuevos medicamentos.

Mientras Carol me colocaba el tratamiento, vi entrar a mi querido Dr. Antipatía. Su cabello estaba arreglado con gel, llevaba uniforme de camisa y pantalones azules, y desprendía un perfume que ponía a suspirar a cualquiera, en resumidas cuentas, se veía increíblemente guapo.

« ¡Stop!»

«Mel, sabes que tienes terminantemente prohibido detallar las cualidades de tu médico.»

Reí de mis pensamientos, y Carol que todavía estaba a mi lado, lo notó. Me sentí avergonzada, y respiré aliviada, cuando por fin me dejó sola. No tardó mucho en cruzar algunas palabras con el aludido, por primera vez lo vi relajar su rostro, parecía otra persona. En cuestión de segundos, volteó y se me quedó viendo.

«¿Las alucinaciones forman parte de los efectos secundarios de la Tocciocatmina, o lo que acabo de ver fue una sonrisa?»

—Dawson —escuché la voz de una mujer, me fue imposible no quedármele viendo: rubia, un metro setenta de altura, ojos azules y cuerpo perfecto.

«¿Qué hace un Ángel de Victoria's Secret trabajando en este lugar?»

—¡Anastasia! —La saludó con un beso en la mejilla y un efusivo abrazo. « ¡Hasta nombre de princesa tiene la condenada!» « ¿Por casualidad el apellido no es Romanov?»—. ¿Cómo estás? —le preguntó, dejando ver nuevamente su sonrisa, una que marcaba perfectamente los hoyuelos de sus mejillas.

—Excelente —respondió la rubia, dejando ver su entusiasmo—. Este lugar me encanta, es increíble. Además, todo el personal ha sido muy atento, especialmente tú.

«¿Le está coqueteando o son ideas mías?»

—Solo quería que te sintieras a gusto.

—¿Qué te parece si vamos a cenar hoy? —preguntó ella, moviendo su platinada melena—. Así podremos conversar un rato.

—Por supuesto —respondió él.

—Bueno, ya tengo que regresar —comentó, haciendo una mueca de tristeza—. Los pacientes me esperan.

—Vamos, te acompaño —Ofreció su brazo para escoltarla.

—Es guapo ¿verdad? —me preguntó Carol.

—¿Quién? —cuestioné, haciéndome la desentendida.

—El Dr. Schindler.

«Guapísimo»

—Algo... —Encogí los hombros, ella rio.

Cuando finalizó el tratamiento regresé a mi habitación, mi madre no estaba. Me deshice de mis converses y encendí la Tablet; revisé mis redes sociales y luego decidí leer.

Minutos después comencé a sentir náuseas, dejé la Tablet a un lado y me incorporé con rumbo al baño. La puerta de la habitación estaba abierta, así que mi guapo doctor entró sin previo aviso.

—¿Cómo se sintió durante el tratamiento? —formuló, mientras sostenía en sus manos un lapicero y sus peculiares notas—. ¿Ha sentido algún malestar?

—No —contesté, pero sin poder evitarlo comencé a vomitar, arcadas tras arcadas de aquel líquido asqueroso salía de mi boca sin parar.

Carol apareció y fue testigo de aquel espectáculo de bilis que estaba haciendo en suelo.

—¡Dios mío! —exclamó, precipitándose hacia mí, y recogiendo mi cabello mientras terminaba de vomitar.

El doctor en cambio, se quedó inmóvil.

—Dr. Schindler —le llamó Carol, pero él no se movió—. ¡Dawson! —gritó, haciendo que este reaccionara—. Pásame un pañuelo de la caja, por favor.

Él asintió, e hizo lo que se le pidió.

—Lo siento —sollocé, limpiándome con las manos, aun temblorosas—. Lo siento, tanto.

—Tranquila —me consoló la enfermera—. Es algo normal.

Mi médico negó varias veces con la cabeza, era como si algo lo atormentara. No fue capaz de pronunciar palabra alguna, solo emprendió el camino a la salida y se marchó.

—¿Qué le pasó? —quise saber.

—Nada, hermosa —contestó—. Ven, vamos a acostarte, tienes que descansar.

 

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