Mi Dulce Doctor

*8*

DAWSON

 

—... Así que a mamá se le ocurrió la espléndida idea de que yo podía animar la fiesta tocando el violín. Ni te imaginas, todos estaban súper aburridos, y yo me sentía tan avergonzada. —Comenzó a reír, pero al notar que no le prestaba atención, añadió—: ¿Dawson, me estás escuchando?

La verdad era que yo no podía sacarme de la memoria la escena de aquella chica vomitando. Veía su rostro una y otra vez, como si se tratase de una película que no cansaba de repetirse. Todo aquello me devolvía años atrás, cuando mamá estaba enferma, y yo era un chico de dieciséis años que aun creía en los sueños.

Dolorosos recuerdo se removieron dentro de mí. Mil veces había visto a mi madre en la misma situación; acostada en una cama de hospital, pálida y triste. Sucumbiendo a esa maldita enfermedad que la apartó de mi lado, cuando más la necesitaba.

—Claro —respondí.

Esa noche habíamos ido a cenar al «Koldman Club», un pequeño, pero lujoso restaurant que quedaba en el centro. Anastasia estaba más hermosa que nunca; su rostro estaba ligeramente maquillado, su cabello liso caía como una cascada, hasta el final de su espalda, y sus labios rojos, se vislumbraban sumamente provocativos.

—Estás distraído ¿te pasa algo?

—No, es solo...

—Ah, ya sé —se adelantó, creyendo encontrar la respuesta—. Es por todo el trabajo que tienes ¿verdad? Me dijeron que el doctor Díaz es muy exigente, pero es lógico que sea así ¿no? Por algo es el director de Ensayos Clínicos Oncológicos. Si no fuese por todo lo que hace, el Saint Rosemary Research Hospital, no tendría el lugar que ocupa en innovación.

—Por supuesto —asentí, fingiendo que ella estaba en lo correcto.

En ese instante recordé que después del altercado que había tenido con mi jefe, caminé hasta la oficina que compartía con Ed, recogí todas mis notas y tomé las llaves de mi motocicleta, estaba furioso.

»— ¿¡Qué demonios te pasa!? —escupió mi amigo, impidiéndome el paso—. ¡¿Cómo se te ocurre hablarle así a Díaz?!

»—Me largo de aquí. ¡Apártate! —espeté, ciego de rabia—. No voy a ser parte de este circo.

»—Acaso no escuchaste lo que te dijo ¿eh? —preguntó, sin cumplir mis demandas— ¡Abre los ojos Dawson! Nos está poniendo a prueba ¿Quiere saber qué clase de médicos somos?

»—No tengo nada que probarle —repuse.

»—¡Por Dios, Dawson! —continuó— ¡Que bendita manía la tuya de llevarnos a todos la contraria! Tienes que aprender a ceder.

»—¿Llevarles la contraía? —inquirí, irónico—. ¿Yo? Yo que siempre termino haciendo lo que quieren los demás... Cuando era niño quería ser beisbolista, pero no, a papá le gustaba el fútbol, así que Dawson practicarás fútbol. Cuando crecí quería ser músico y ¿qué pasó? terminé siendo médico, y por lo que todos dicen, uno bien malo. Y ahora que le había agarrado gusto al laboratorio, Kurt tiene la brillante idea de mandarme para acá ¡Estoy harto! ¡Estoy cansado de hacer todo lo que los demás quieren!

»—Bien...si tanto te molesta lo que haces, vete. No se puede obligar a alguien a hacer algo que no quiere. Si quieres ser músico, ve y lucha por tu sueño, sabes que Sarah y yo siempre te apoyaremos. —Me cedió el paso—. Pero ya basta de comportarte como si todos tuviésemos la culpa de lo que te pasa, la culpa es tuya —increpó, apuntándome con su dedo índice—. Tú elegiste la vida que llevas, no entiendo el porqué de tanta rabia, por qué simplemente no tomaste tus maletas y te fuiste cuando tuviste la oportunidad ¿por qué? —volvió a preguntar.

»—¡Porque soy un cobarde! —reflexioné, golpeando la pared, y dejando escapar unas minúsculas lágrimas—. Soy un maldito cobarde.

»—Dawson —musitó mi amigo, apoyando su mano en mi hombro—. Tú no eres un cobarde, simplemente no sabes qué quieres en la vida. Es normal, todos hemos pasado por eso.

»—Quiero ser un buen médico —declaré—. Se lo prometí a mamá, y ni siquiera he sido de capaz de cumplir esa promesa.

»—No se trata de lo que prometiste, se trata de si realmente eso es lo que quieres. ¿Eso es lo que quieres? —formuló, me limité a asentir—. Entonces, comienza por ser un buen médico para ti mismo, primero tienes que sanar tus propias heridas ¿entiendes?

»—Es que... Me siento tan perdido —sollocé, dejando escapar un poco el dolor—. No sé quién soy, no sé a qué lugar pertenezco.

—Dawson —llamó Anastasia, devolviéndome de mis recuerdos—. Es mejor irnos de aquí.

—No, es solo que... —Traté de excusarme, pero no encontré las palabras, así que posé mi mano sobre la de ella y me desvié del tema—: ¿Te gustaría ir conmigo a una fiesta de San Valentín? —Una hermosa sonrisa hizo su aparición, devolviéndome la calma—. Será en el hospital, con personal y pacientes de oncología.

—Claro que sí —respondió, ilusionada—. Me encantará acompañarte.

Al terminar de cenar, la llevé hasta su casa y le pedí disculpas por no prestar mucha atención durante la comida. Como gesto tierno, ella me tomó de la mano y cuando estaba a punto de abrir la manilla de su puerta, se despidió de mí besando delicadamente una porción de mis labios. No sabía si lo había hecho a propósito, o se trataba de un error, pero aquello me gustó.

Cuando llegué a casa, abrí mi antiguo armario de madera, dentro estaba «Livvy Blue», la extraje y me senté con ella en el borde de la cama. Rocé sus cuerdas, acaricié su mástil y comencé a tocar una canción que yo mismo había compuesto.

Mi hermosa guitarra azul, ya hacía unos diez años que estaba guardada en ese armario, junto con todos mis sueños y esperanzas. Sólo cuando la saqué de allí y la coloqué entre mis brazos, volví a ser yo mismo; aquel muchacho que no tenía miedo a nada, que luchaba, que creía, que sonreía.

Fue entonces cuando comencé a comprender cuán equivocado estaba al dejar a un lado lo que tanto amaba; la música.

 

*****

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