Mi enemigo, mi amado

Parte 1

En la antigua Roma, el general Ticiano, debido a que el Emperador querían tener un camino más expedito para sus rutas comerciales, atacó la ciudad de Temiscira, la capital de las Amazonas, quienes mantenían su territorio con brazo de hierro, sin dejar que ningún extranjero transitará por allí, así que al ver las legiones llegar las guerreras salieron a expulsar a los intrusos.

Hubo pocas bajas en ambos bandos, pero la única mujer viva que lograron capturar los romanos fue un premio sorpresa para ellos, ella trato de suicidarse, pero le quitaron el cuchillo, y le amarraron las manos a la espalda.

— Eres la hija de la Reina Marpesia — Ticiano la miró orgulloso por haberla capturado viva.

— Soy la Princesa de las Amazonas, no me rendiré ante nadie, mátenme malditos hombres — escupió a los pies del general.

— De ninguna manera, eres una gran perla para nuestro imperio, el Emperador decidirá tu futuro.

La muchacha fue llevada a la capital, para evitar que comiera algo venenoso, o se arrojara por algún acantilado, iba amarrada y custodiada por diez legionarios. Cuando llegaron a Roma, el emperador iba a enviarla a la prisión más horrible que tenía, pero uno de sus consejeros, Aurelio, la solicito llevarla a su casa como "invitada especial", que era el término para los prisioneros de guerra que vivían en casas de nobles, estas personas eran usadas para mantener a sus pueblos bajo el poder romano, como rehenes.

— Es mucha responsabilidad querido amigo.

— Quiero que se la trate con mucha deferencia, si su Majestad quiere hacer algún tratado con la Reina de las Amazonas, que su hija haya sido tratada con consideración puede ser la diferencia entre un pacto a largo plazo o la guerra.

— No le tememos a un grupo de mujeres.

— Lo sé mi Señor, pero es preferible una alianza que se sustente sin pérdida de ninguno de los dos bandos.

Luego de un rato el gobernante habló, sereno.

— Por eso eres mi hombre de confianza, llévatela.

La muchacha tuvo que ser escoltada por muchos soldados, además de llevar las manos amarradas, porque si no trataba de golpear y robar una espada, para morir luchando. Cuando llegaron a una gran villa, el consejero le cortó las ligaduras.

— Te servirán mis esclavos, podrás moverte sin problema por todos lados, pero debes prometerme que no te trataras de suicidar, sino te mantendré atada. Además te aviso que si quieres escapar, hay soldados por todo el perímetro, tiene orden de capturarte, no matarte.

— Encontraré la forma de suicidarme, lo juro por Arte...

— ¿Qué ganarás con eso? Mejor piensa como salir de aquí, con vida, y por mientras lo consigues sé mi invitada. Si sales a tontas y locas solo conseguirás que te hieran, y si eso pasa, deberé devolverte a palacio, y te llevaran a una mazmorra, además según sé tu madre no tiene más hijas, si mueres tu linaje muere contigo.

— Hay más guerreras de sangre real que pueden tomar el reino.

— ¿Tu madre querría eso? Aquí podrías planear algo, y huir con mayor facilidad que de una celda.

La joven, a pesar de su rabia, entendió que el hombre tenía razón, se quedaría en paz hasta que logrará encontrar la forma de escapar con éxito.

— Prometo no intentar suicidarme. Lo de escapar...

— Lo sé, solo hasta que tengas un plan viable lo pospondrás.

— Lo prometo por Artemisa.

Esa noche el hijo de Aurelio, Horacio, llegó pasado de copas, nadie le había contado que su padre había vuelto con una visita tan especial, al pasar por el pasillo principal de su casa, vio a la Princesa sentada en el jardín, a la luz de la Luna, pensó que era una visión, la encontró tan bella que decidió aprovechar la ocasión, se le acerco por atrás para abrazarla.

"Tal vez desaparezca como humo cuando la toque".

Él pensaba que era una ninfa que salió del estanque, cuando ella sintió los brazos masculinos alrededor de su cuerpo, golpeó al muchacho, al ruido el dueño de la casa llegó corriendo.

— ¿Qué ocurre? — gritó angustiado al ver a su único hijo en el suelo, tuvo miedo que la amazona lo hubiera asesinado.

El consejero tuvo que tomar a la muchacha del brazo para evitar que siguiera pateando a su hijo.

— Pensé que mantendrías tu promesa que se me trataría como una invitada, pero veo que como cualquier hombre, no tienes palabra.

— Horacio, hijo ¿Qué pasó? — ya más relajado, el consejero se dirigió furioso hacia su primogénito.

— Padre, pensé que era una ninfa... — con lo ocurrido se le había espantado la borrachera.

— Es Oritia, una princesa, es nuestra invitada.

— Obligada — dijo con furia contenida la muchacha.

El muchacho parpadeó, vio la cara de molestia de su padre, y de furia de la jovencita.

— Lo siento mucho su alteza, mis disculpas — se fue zigzagueando a su habitación.

— Mis más profundas disculpas princesa, lamento la actitud de mi hijo, le prometo que esto no pasará de nuevo — se retiró atrás de su único retoño, para hablar seriamente con él

Apenas lo encontró le dio un puñetazo que lo termino de despabilar del licor que había tomado.

— Padre, de verdad no sabía quién era, yo respeto a las mujeres de nuestro nivel, en memoria de mi madre muerta.

— Ella es la hija de la Reina Marpesia.

— ¿La amazona? — ahora entendía porque no pudo defenderse, se dijo, aunque de guerrero no tenía nada.

— Así es hijo.

— ¿Cómo es que está aquí? Siempre escuche que antes que caer prisioneras, ellas se suicidaban.

Le contó lo que había pasado, y al trato que había llegado con la muchacha.

— Ahora quiero que me prometas que la trataras con el respeto que se merece — solicito el padre, serio.

— Solo es una prisionera, lo mejor que puedo hacer con ella es foll... — empezó a responder, con una sonrisa maliciosa.

De nuevo su padre le dio un puñetazo, que ahora lo dejó sentado en el suelo.



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En el texto hay: abandono, drama, amazonas

Editado: 12.04.2022

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