— Estoy feliz por mi pueblo, estaré bien padre — pero por la forma de mirar de Sextino, se demostraba lo que en realidad pasaba en su interior.
— Sabes que no puedes estar con ella, y si llegas a embarazarla y es un niño... — ojalá no se haya acostado con ella, pidió mentalmente el general.
— No la he tocado padre, sé que jamás podremos entrar juntos. No te preocupes, estare bien, voy a descansar.
En ese momento el Consejero conversaba con su hijo algo parecido.
— Ella se irá cuando terminen las negociaciones, no quiero que te atrevas a tocarla — ordenó tajante.
— No tienes que preocuparte padre, nos hemos llevado muy bien en este último tiempo, pero ya no quiero nada con ella en ese sentido, para mí es como si fuera... una hermana, nada más.
El hombre miró a su hijo por unos segundos, confuso, iba a decir algo, pero al final guardo silencio y se fue a su habitación.
La princesa, esa noche salió a mirar la luna al patio interior, ya que no podía dormir.
— Diosa Artemisa ¿Qué me pasa? Me debo a mi gente, pero... Sextino... no puedo dejar de pensar en él, no quiero dejar de verlo... quisiera... quisiera... no puedo, soy una amazona.... y princesa... EL ES MI ENEMIGO, PERO LO AMO — luego de llorar se fue a dormir, estaba tan concentrada en lo que le pasaba que no se dio cuenta que Aurelio estaba cerca y la escuchó.
Al otro día, un par de las embajadoras de la reina amazona tuvieron que salir urgente a la ciudad, una llegó casi agonizando, una serpiente la había mordido, y aunque le sacaron el veneno, su condición cada vez empeoraba más, tuvieron que ir a buscar un curandero para la enferma, pero una de las que salió no volvió directamente al palacio, fue a la casa del consejero Aurelio, donde llegó al amanecer, usaba una capa con caperuza que le tapando su cabeza.
— ¿Dígame señora? — preguntó el esclavo que le abrió.
— Necesito ver ahora a Aurelio.
— El Señor todavía está dormido.
— Muéstrale esto — le pasó un medallón con la imagen de Artemisa.
— Es que... — tenía miedo que su amo se enojará con él por despertarlo tan temprano.
— Ve, si sabe que estuve y no me dejaste verlo, te mandará matar.
El joven la miró fijamente, vio tanta decisión que la hizo pasar y fue a despertar a su señor.
— ¿Qué pasa? Si no es una emergencia juro que...
— Una señora me pidió verlo, que es urgente, me pasó esto para que se lo de— le pasó el medallón, con miedo a la reacción de su señor.
— Ella... ella... — dijo el hombre sin poder creer lo que veía — si es quien pienso, te daré la libertad por despertarme — sin decirle nada más al esclavo, se fue corriendo a la entrada de su casa.
— No puedo creerlo — abrazó y besó a la desconocida — vamos al patio, allí nadie nos escuchará.
Cuando estuvieron solos, la mujer dejó su cabeza descubierta.
— ¿Cómo pudiste venir Marpesia? Si te descubren te pueden matar, o dejarte prisionera.
— Quise arriesgarme, si no vuelvo ya está designada mi sucesora. Necesitaba ver como estaba mi hija, por eso me mezcle entre las que venían para pactar el rescate ¿Cómo esta ella?
— Bien, la he tratado como corresponde a su linaje.
— ¿Crees que el emperador la deje ir si firmamos un pacto?
— No lo sé, a él le conviene tenerla, pero también sabe que si no la suelta ustedes atacarán hasta que se la devuelvan, es una situación muy delicada ¿Quieres verla?
— Sí, por favor.
La llevó a la habitación de la joven.
— Oritia despierta — la mujer la remeció suavemente.
— Madre ¿Es un sueño? — la jovencita no podía creer lo que veía, no podía ser su mamá pensó.
— No hija, esto es real, vine entre las que van a ver al emperador.
— Es muy peligroso madre, si descubren que estamos las dos en Roma, nuestro reino...
— Lo sé, pero no podía estar un minuto más sin saber de ti, deje todo arreglado para que si nos pasa algo, haya una sucesora al trono.
— ¿Aurelio sabe que estás? — miró preocupada, si el consejero la encontraba podría entregarla.
— Él me dejó verte — al ver la mirada extrañada de su hija continua — luego te explicaré todo, ahora quédate tranquila, no dirá nada. Pronto volverás a casa.
Al escuchar eso los ojos de la joven se llenaron de lágrimas.
— ¿Qué te pasa mi niña? — que le hicieron estos hombres a mi pequeña se preguntaba angustiada la reina.
— Madre yo... yo... — lloró en sus brazos, no quería reconocer su debilidad al haberse enamorado.
— ¿Te enamoraste, verdad? ¿Del hijo del consejero? — dijo horrorizada la Reina.
— No, a él lo quiero como un hermano — estaba tan ensimismada en lo que le pasaba, que no se dio cuenta del gesto asombrado de su madre — yo estoy enamorada de Sextino, el hijo del general que me capturó.
— Mi niña, sabes que eso no puede ser — la madre acariciaba los cabellos de su hija, meditando.
— Lo sé, pero no puedo mandar en mis sentimientos. Ahora que vuelva tendré que participar en la Ceremonia de fertilidad, para dar una heredera a mi gente, aunque... no quiero estar con alguien que no sea él.
— Hija — le dio un abrazo.
— Sé que mi deber con mi gente es darles una heredera — se limpió los ojos — no te preocupes por mí, cumpliré con mi destino.
La mujer miró a su hija a los ojos.
— ¿Y él que siente por ti? — ojalá que no le corresponda pensó, eso sería lo mejor.
— Creo que también me ama... o eso creo, lo veo tan feliz a mi lado cuando estamos solos — la mujer mayor la miró seria — nunca me ha tocado.
— Aurelio — llamó suavemente la Reina.
El hombre apareció inmediatamente en la puerta.
— Apenas salga el sol, haz que traigan a un tal Sextino, quiero hablar con él lo antes posible.
Cuando Horacio lo fue a buscar, su amigo se fue inmediatamente a la casa del Consejero.
Editado: 12.04.2022