— Yo... yo.... la amo — declaró Sextino — le juro por Zeus que la he respetado.
— Ella me lo dijo.
La Reina y el Consejero se tomaron de las manos, y se besaron tiernamente, todos los presentes quedaron en silencio sin saber que decir.
— Sé que estás viviendo hija mía, pase por lo mismo hace años con un prisionero romano que finalmente fue liberado, quedé embarazada de él, tuve mellizos, rompiendo la regla no mate al varón, lo escondí y se lo envié a su padre con una medalla de Apolo.... yo me quede con una de Artemisa que él me hizo llegar.
— Padre — dijo el hijo del consejero, la historia se le hacía muy familiar — yo tengo una medalla de Apolo, dijiste que me la dejo mi madre, antes de morir.
— Así fue hijo, solo que ella no murió. Ese bebé, el hijo de la reina de las amazonas eres tú — Aurelio por fin contó su mayor secreto.
— Eres mi hermano Horacio — dijo la princesa emocionada y abrazó al joven.
— No quiero que mi hija pase por lo mismo que yo, el dolor de saber que no podemos estar juntos todavía me carcome el alma.
— Ahora entiendo por qué nunca participaste en el ritual de la fertilidad, madre.
— No podría estar con nadie que no fuera tu padre. Ahora debo irme a reunirme con las enviadas, les dije que trataría de ver a mi hija, aunque fuera de lejos, además Daila está muy grave, no creo que sobreviva, mañana a esta hora nos volveremos a reunir, para ver qué podemos hacer para que ustedes puedan estar juntos.
Dos noches más tarde, en la casa del Consejero se escuchó una alarma, por un lado, empezó un incendio, mientras los siervos trataban de apagarlo, una figura femenina corrió hacía el bosque cercano.
— Debe ser la princesa, deténganla — gritó el general a cargo de la seguridad de la casa.
La siguieron entre las ramas, ella parecía un ciervo, era muy rápida, pero al llegar cerca de un acantilado donde corría el río, los soldados llegaron justo para verla caer por la cascada al fondo del acantilado, desde esa altura, nadie podría sobrevivir.
— Trato de cruzar por un árbol caído, seguramente la humedad la hizo resbalar.
— Deberemos avisar al Consejero y al Emperador — dijo con miedo el general, por esto podría ser condenado a muerte.
Cuando éste último supo lo ocurrido, perdonó al general ya que solucionó su problema, había pensado en hacer un pacto con las amazonas, pero para asegurarse que lo cumplieran, quería que dejarán a la princesa en Roma, y eso la raza de guerreras había dejado muy claro que no lo permitirían jamás.
— Así que la mataron — dijo la jefa de la comitiva, furiosa.
— Ella intentó escapar, mis hombres tenían órdenes de no lastimarla, cayó a un río cuando corrió por un tronco, todavía no hemos podido encontrar el cuerpo.
— No nos iremos hasta que no le hagamos las exequias que corresponden a su linaje, prefirió morir tratando de escapar a que tuviéramos que pactar con ustedes — lo miró firme, de arriba abajo — luego nos iremos, espero que se respete nuestra salida y no quieran convertirnos en botín de guerra.
— Apenas lo encontremos y terminen con sus rituales, pueden ir en paz — ya habrá tiempo para conquistarlas pensó el gobernador.
Cuando el general Ticiano supo la noticia, le avisó a su hijo.
— No lo puedo creer padre.
El joven estaba triste, de pronto su mirada se puso firme, se deshizo del abrazo de su hermana y se fue a su cuarto, al rato busco a su padre.
— No quiero seguir en la ciudad — dijo calmado.
— ¿A dónde irás? — temía que el muchacho hiciera alguna locura, pero algo así nunca lo contemplo.
— Adonde sea, todo me la recuerda.
— La amabas de verdad.
— Sí, a pesar que su gente nos hubiera seguido para matarnos, me hubiera gustado hacer una familia con ella.
Una semana después encontraron el cuerpo de la princesa, estaba hinchado, deforme, por eso lo envolvieron en una manta.
Esa noche se quemó el cuerpo, además de las guerreras estaba el Consejero Aurelio, su hijo Horacio, Sextino y Lidia.
Las amazonas pusieron el cuerpo de su princesa en una barca, estaba envuelta en la tela de la seda más fina del lugar, su espada sobre su cuerpo, encendieron el barco, y lo dejaron ir por el río, igual hicieron con la integrante del grupo que había muerto también, esperaron para hacer las dos exequias juntas.
Al hundirse las naves, todos se fueron, al otro día la comitiva de mujeres se fue a su reino, y en Roma las cosas volvieron a la normalidad para todos, o casi.
Dos días después Sextino partió a Bretaña, allí haría su vida.
— Hijo ¿Estás seguro de lo que haces? — a pesar de los dolores de cabeza que le había dado el joven, no quería separarse de él.
— Sí, adiós padre — se abrazaron muy fuerte — gracias por dejar que Horacio se comprometiera con Lidia.
— Solo quiero que ella sea feliz, me confesó que estaba enamorada de él, además abogaste por tu amigo.
— Hermano, cuídate mucho — la joven sollozó por la pérdida de su hermano mayor, lo echaría de menos, pero ahora debía centrarse en su próximo matrimonio.
— Horacio es un gran hombre, y te ama de verdad, y si no te cuida como debe ser, juro que vendré de Bretania a patearle el trasero.
Se fue sin mirar atrás, todos sabían que ya no volverían a verse nunca más.
Un día más tarde, Sextino y su comitiva descansaron, él solo fue a un sector algo alejado, donde tres jinetes lo esperaban.
— Cuídala, dejó mucho por ti — le dijo Aurelio, serio.
— Lo sé, la amo y la respetaré, se lo prometo por Zeus.
— Adiós hermano, adiós padre, gracias por todo — Oritia se fue con el joven a quien amaba, a donde nadie la conociera.
La Reina le expuso su plan a Sextino, a éste le pareció perfecta, fue a la desembocadura del río Tiber, no tuvo que esperar mucho y el cuerpo de una joven apareció flotando en él, lo tomó y se lo llevó, lo arreglaron con ropa de la princesa amazona, cuando la verdadera pasó por el acantilado, tiraron al cadáver a la cascada, justo para que los guardias que la seguían lo vieran, luego lo ocultaron por unos días, para que, por la descomposición en el agua, fuera difícil distinguir sus rasgos.
Editado: 12.04.2022