Camila suspiró mientras empujaba la maleta por el pasillo del edificio, sus tacones resonando contra el piso de madera como un ruido de mala suerte. Pensó que, después de meses de buscar un lugar barato y decente para vivir sola, finalmente había encontrado “el departamento perfecto”. Bueno, eso creía hasta que abrió la puerta y descubrió que el universo tenía un sentido del humor retorcido.
Allí estaba él. Julián. Su exnovio del instituto, el que la había dejado plantada en el baile de graduación, el que tenía una sonrisa capaz de destruir la paciencia de cualquier mujer en un radio de cinco metros. Y ahora… compartiendo el mismo piso que ella.
—¿Tú… qué haces aquí? —preguntó Camila, tratando de mantener la calma mientras su corazón latía a toda velocidad.
—Ah… hola, Camila —respondió Julián, encogiéndose de hombros con su típica sonrisa arrogante—. Supongo que tenemos intereses inmobiliarios en común.
Camila tragó saliva. Esa sonrisa siempre había tenido el poder de irritarla hasta niveles profesionales.
—Sí, claro… intereses inmobiliarios que me obligan a vivir contigo —dijo, mientras dejaba caer la maleta con un golpe que hizo temblar la lámpara—. Genial.
—Vamos, no puede ser tan terrible —replicó Julián, acomodando una taza de café sobre la mesa sin mirarla—. Bueno, tal vez sí, pero podemos sobrevivir… creo.
Camila rodó los ojos y cruzó los brazos.
—“Podemos sobrevivir”… ¿esa es tu versión de una bienvenida?
—Literal —respondió él con una ceja arqueada—. Sobrevivir significa que no nos matemos la primera semana.
El silencio que siguió fue incómodo, hasta que un golpe fuerte resonó desde la puerta del edificio. Camila se tensó.
—¿Quién será ahora? —murmuró.
—Probablemente el vecino cotilla —dijo Julián con una sonrisa traviesa—. Bienvenida al piso.
Un segundo golpe, más fuerte esta vez, y la puerta se abrió de golpe. Allí estaba Mía, la amiga de Camila, con una bolsa enorme de compras que parecía contener la vida entera. Tropezó apenas cruzó el umbral, y antes de caer, gritó:
—¡Cami! —y luego sus ojos se abrieron al reconocer a Julián—. ¡Es JULIÁN!
Camila se llevó las manos a la cara.
—¡Mía! ¿Qué haces aquí?
—Venía a ayudarte… y bueno, también a reírme un poquito —dijo Mía, mientras su bolso se desparramaba por el suelo y algunas cajas de cereales rodaban como pelotas—. Perdón… lo siento… ups —susurró, mientras Camila intentaba contener un gemido de desesperación.
Julián la miró, levantando una ceja, claramente disfrutando del espectáculo.
—Encantado de conocerte —dijo con tono irónico—. Y por lo que veo, mi mala suerte acaba de conseguir un aliado inesperado.
—Aliado o testigo —murmuró Camila, secándose el sudor imaginario de la frente—.
El ambiente estaba cargado de tensión y risas contenidas. Camila sabía que los próximos meses serían un desastre absoluto. Entre la convivencia forzada y sus recuerdos del pasado, cualquier cosa podía pasar: café derramado, maletas que bloquean la puerta, o simples miradas que provocan incendios invisibles en el corazón.
—Bueno… —dijo Julián, rompiendo el silencio—. Tal vez deberíamos organizarnos. Tú por un lado, yo por otro, y que nadie toque mis cosas.
—Tus cosas = todas las cosas —replicó Camila, mientras Mía se reía sin poder evitarlo, tropezando con la alfombra—.
—¡Ay! —exclamó Mía, levantándose rápidamente—. No fue mi intención, pero wow, esto va a ser divertido.
Camila lanzó una mirada fulminante a su amiga y luego a Julián. La combinación perfecta de caos, sarcasmo y recuerdos incómodos ya estaba servida.
De repente, un golpe desde la cocina interrumpió la escena: el café que Julián había puesto sobre la mesa se derramó sobre la encimera, esparciéndose hacia el suelo como un río rebelde.
—¡Perfecto! —dijo Camila, conteniendo un gritito de frustración—. Bienvenida al piso… y a nuestra guerra diaria.
—Parece que el universo decidió que no podremos aburrirnos —replicó Julián, mientras Mía lo miraba con ojos brillantes, sin darse cuenta de que su simple presencia ya había multiplicado el desastre por tres.
Camila suspiró. Entre sarcasmo, reencuentros incómodos y humor involuntario, sabía que su vida acababa de volverse mucho más interesante… y caótica.
Porque si algo estaba claro, era que esta convivencia no sería aburrida, y tal vez, solo tal vez, la línea entre odio y atracción sería más delgada de lo que cualquiera podía imaginar.