El sol entraba por la ventana del departamento, iluminando cada rincón con una claridad que Camila no estaba segura de agradecer. Su primer día completo en el nuevo hogar había comenzado… y todo indicaba que el caos era el invitado principal.
Camila se levantó temprano, decidida a desayunar tranquila y empezar el día organizada, pero antes de encender la cafetera, un golpe seco desde la cocina la sobresaltó. Allí estaba Julián, con la camiseta arrugada y el pelo despeinado, intentando preparar café como si estuviera resolviendo un enigma antiguo.
—¡Hola, dormilona! —saludó él, levantando la taza con una sonrisa traviesa—. No prometo que el café sea bebible, pero sí entretenido.
—Entiendo —dijo Camila, cruzándose de brazos—. Entretenido y probablemente caliente.
Antes de que pudiera añadir algo, se escuchó la risa de Mía desde el pasillo:
—¡Cami! ¡Traje cereales, jugo y pan! —gritó, mientras sostenía las cajas como si fueran un trofeo—. Ups… perdón —murmuró, al ver que algunos cereales rodaban por el suelo—.
—Mía… —susurró Camila entre diversión y desesperación.
—Solo vine a ayudar un poco, no me quedo a vivir, prometo —dijo Mía, encogiéndose de hombros—. Solo quería asegurarme de que sobrevivieras a tu primer desayuno aquí.
El caos continuó: Julián intentaba “ayudar” y terminaba derramando café, Camila trataba de mantener la calma y organizar todo, y Mía tropezaba con una bolsa de pan, casi cayendo de bruces.
—¡Wow! —exclamó Julián, observando el espectáculo—. Este departamento se merece un premio por drama matutino.
—Si sobrevivo al desayuno, sobreviviré a todo —replicó Camila, con una media sonrisa.
Después de comer, cada uno se preparó para sus actividades diarias. Camila iba a la universidad, Julián a su trabajo a tiempo parcial, y Mía se retiraba con una sonrisa cómplice.
En la universidad, Camila se topó con alguien inesperado: Leo, amigo cercano de Julián y compañero de clases. Alto, carismático y con un humor negro moderado, era imposible no sentir cierta incomodidad al ser recibido con su sonrisa traviesa.
—¡Camila! Qué coincidencia verte aquí —dijo Leo—. Julián te habla mucho de… bueno, de todo.
Camila se sonrojó ligeramente. ¿Hablaba de ella o de alguna anécdota embarazosa?
—Ah… sí… hola, Leo —balbuceó, tratando de mantener la compostura.
—No te preocupes, no digo nada que pueda provocarte problemas —replicó él, guiñándole un ojo—. Pero creo que Julián estaría un poco celoso si supiera que hablamos.
Camila parpadeó, preguntándose cómo alguien podía provocar celos sin siquiera proponérselo.
De vuelta en el departamento, la tarde transcurrió entre limpieza ligera y organización del espacio, donde Julián y Camila chocaban constantemente. Él improvisando, ella ordenando; él relajado, ella perfeccionista. Cada roce accidental, comentario con doble sentido y mirada prolongada hacía que el aire entre ellos se cargara de electricidad.
—¿Sabías que poner los libros en el estante correcto puede salvar la humanidad? —preguntó Camila mientras reorganizaba su biblioteca improvisada.
—No, pero puedo intentar salvar la humanidad derramando menos café —bromeó Julián, haciendo que Camila rodara los ojos y sonriera al mismo tiempo.
Al caer la noche, Mía volvió brevemente a dejar unas cosas de Camila, provocando un último accidente gracioso: un vaso de agua derramado y un cable que casi hace caer la lámpara de pie.
—¡Adiós! —gritó Mía mientras salía—. Nos vemos mañana… o tal vez en las noticias, quién sabe.
Cuando la puerta se cerró, el silencio dejó a Camila y Julián solos por primera vez en toda la tarde. La cercanía era tangible. Él se recostó en el sofá, mirándola mientras ella acomodaba unas cajas.
—Bueno… —dijo Julián—. Sobrevivimos al primer día completo.
—Sí —respondió Camila, con una sonrisa que se negaba a desaparecer—. Pero creo que esto apenas comienza.
En ese instante, una pequeña chispa ocurrió: Camila dejó caer una caja y Julián se inclinó para ayudarla. Sus manos se rozaron accidentalmente. Ambos se quedaron congelados un segundo, y luego soltaron una risa nerviosa.
—Cuidado… —dijo Camila, apartando la mano, aunque sin mucha convicción.
—Sí… cuidado —repitió Julián, pero con una media sonrisa que decía todo lo contrario.
Mientras se preparaban para dormir, la noche quedó en silencio, solo interrumpida por los recuerdos de accidentes y bromas del día. Camila sabía que esta convivencia sería un desastre absoluto, entretenido y sorprendentemente romántico, lleno de malentendidos, bromas involuntarias y emociones que ninguno de los dos podía controlar del todo.
Y mientras cerraba los ojos, Camila no pudo evitar preguntarse si el universo realmente tenía un sentido del humor retorcido… o si era Julián simplemente su forma de tortura encantadora.