Mi Ex, Mi Roomie : Reencuentro Inesperado

Capítulo 7 – bromas, amigos y guacamayo metido

Camila abrió la puerta del departamento con cuidado, como si temiera que cualquier sonido desencadenara una catástrofe. El reloj marcaba la tarde, pero la luz del sol se colaba entre las cortinas, iluminando el caos sutil que ya se había instalado: un par de revistas caídas, una taza sin lavar y la manta del sofá arrugada. Julián estaba recostado sobre el sofá, con el celular en la mano, tecleando distraídamente.

—Hola… —dijo Camila, entrando con paso firme, aunque su corazón latía un poco más rápido de lo normal.

Julián levantó la vista, sonrió y guardó el teléfono.

—Hola, dormilona —bromeó—. Llegas justo a tiempo para… bueno, para ver mi destreza organizando el caos.

Camila frunció el ceño y caminó hacia él. En tono de broma, pero con un dejo de celos que no quería admitir, preguntó:

—Y eso… ¿quién te escribió anoche? ¿Alguien importante?

Julián arqueó una ceja, divertido por la manera en que lo decía, y respondió con naturalidad:

—Nada, solo diversión. —Hizo una pausa, sonriendo con picardía—. Es una de mis ex, pero no es nada del otro mundo. Solo hablamos a veces. No tienes que preocuparte… soy solo tuyo.

Camila sintió un leve calor en las mejillas. Por un momento, le costó hablar; entonces respondió con sarcasmo:

—¡Ah, claro! Solo tu diversión casual. Qué considerado de tu parte recordarme que soy la elegida.

—Exactamente —replicó él, riendo—. Además, alguien tiene que supervisar que no me vuelva un desastre completo. Y creo que esa persona eres tú.

El juego de bromas continuó durante unos minutos; se lanzaban comentarios irónicos y sonrisas cómplices, mientras el ambiente se llenaba de una tensión divertida, ligera, imposible de ignorar. Julián notaba un brillo diferente en los ojos de Camila, pero ella mantenía su postura, cruzando los brazos o apartando la mirada justo cuando su corazón quería traicionarla.

Justo en ese momento, se escuchó un golpe fuerte en la puerta del departamento.

—¡Entrada triunfal! —anunció una voz grave y confiada.

Bruno, Nico, Leo y Tomás habían llegado. Tomás entró con una sonrisa abierta y sobre su hombro se posaba un hermoso guacamayo, de plumaje brillante y ojos curiosos, que parecía medir la habitación con atención.

—Chicos, conozcan a Paco —dijo Tomás con orgullo—. Nueva mascota, nuevas reglas.

El ave movía la cabeza y, como si entendiera la situación, soltó una serie de palabras inesperadas:

—¡Te dije…!

—¡Vete a la mierda!

—¡Calla, Camila!

Todos estallaron en risas ante la audacia del guacamayo. Camila cruzó los brazos, divertida pero un poco avergonzada. Julián se inclinó hacia ella con la típica sonrisa traviesa.

—Parece que tenemos competencia en hablar sin filtro —dijo, guiñándole un ojo.

La conversación giró entre bromas sobre mensajes, relaciones pasadas y comentarios sobre la vida amorosa de cada uno. Nico lanzó su sarcasmo habitual:

—Ah, sí, porque fingir que eres feliz con tu ex en casa es totalmente normal.

Bruno intervino con su voz de líder confiado:

—Tranquilo, chicos… esto nunca puede salir mal… o al menos no demasiado.

Leo añadió su humor negro ligero:

—Si esto fuera un reality show, ya estaríamos nominados al capítulo más desastroso del año.

Camila escuchaba todo con atención, intentando mantener la neutralidad mientras su corazón latía un poco más rápido cada vez que Julián le lanzaba alguna mirada cargada de doble sentido. No quería admitir nada, ni siquiera para ella misma.

Finalmente, la reunión se terminó. Mientras los amigos salían, Camila miró alrededor del departamento y frunció el ceño: el desorden era evidente. Almohadas fuera de lugar, vasos sobre la mesa, papeles desordenados y, claro, un guacamayo charlatán que parecía disfrutar su territorio.

—¡Julián! —dijo Camila, cruzando los brazos—. Esto no puede seguir así.

Él la miró divertido, todavía con esa sonrisa confiada, mientras el guacamayo le susurraba algo incomprensible al oído.

—Tranquila… solo es nuestro pequeño caos —bromeó Julián—.

—¡Esto no es un caos! —replicó Camila—. Es un desastre. Mañana hago un contrato de convivencia para poner reglas claras en este departamento.

Julián se inclinó hacia ella y susurró con un tono travieso:

—Contrato o no, sé que siempre vas a terminar sonriendo y peleándome.

Camila lo miró, roja de frustración y emoción, sin poder negar la verdad de la frase. Y justo en ese momento, desde la jaula donde Tomás había dejado al guacamayo, una voz chillona tronó en la sala:

—¡Arrepiéntete, que Cristo viene!

Camila abrió los ojos como ciervo, mientras Julián soltaba una carcajada y se pasaba la mano por la frente. El loro, orgulloso de su intervención, batió las alas y añadió con descaro:

—¡Buenas noches, pecadores!

El silencio que quedó después solo fue interrumpido por la risa contenida de Julián y el bufido de Camila, que giró sobre sus talones dispuesta a marcharse antes de que el dichoso animal soltara otro sermón.




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