La mañana entraba con fuerza por las ventanas del departamento. Camila se levantó con determinación inusual: una carpeta bajo el brazo, hojas impresas perfectamente alineadas y un bolígrafo listo para marcar la historia de la convivencia. Julián, aún medio dormido y despeinado, se apoyaba en el marco de la puerta de la cocina, entre bostezos y un café a medio terminar.
—¿Qué llevas ahí? —preguntó, intentando sonar serio, aunque la curva de su sonrisa delataba la diversión—. ¿Es un informe policial? ¿Una lista de compras?
—No —contestó Camila con tono solemne—. Esto es algo mucho más importante.
Sacó las hojas y las puso sobre la mesa con dramatismo—. Esto, señor Julián, es nuestro contrato de convivencia.
Julián arqueó una ceja, acercándose a la carpeta con curiosidad y fingiendo miedo.
—¿Contrato de convivencia? ¿Qué sigue, declaraciones juradas de cómo debemos respirar en la sala?
—Exactamente —replicó Camila, cruzándose de brazos—. Para evitar que este departamento se convierta en un zoológico… literal.
El guacamayo, Paco, revoloteaba en su jaula, moviendo la cabeza y observando la escena con ojos inteligentes y brillantes.
—¿Literal? —preguntó Julián, bajando un poco la voz mientras el ave lo miraba—. No me digas que el guacamayo ya tiene cláusulas en el contrato.
—Por supuesto que sí —dijo Camila mientras abría la carpeta—. Y empezamos.
Lectura del contrato:
Camila empezó a leer con seriedad exagerada, subrayando cada punto:
—Cláusula 1: Ningún calcetín será dejado en la sala más de diez minutos después de ser usado.
—Cláusula 2: Las visitas de amigos solo hasta las 11 p.m., salvo emergencias… o fiestas de unicornios, que deben aprobarse por escrito.
—Cláusula 3: El guacamayo permanecerá en su jaula y callado a partir de las 10 p.m.
—Cláusula 4: El uso del control remoto será compartido equitativamente.
—Cláusula 5: Prohibido invadir la cama del otro… y esto lo digo con sarcasmo.
—¡Ah! —interrumpió Paco desde la jaula—. ¡Cállate, Camila!
Camila dio un pequeño brinco, entre sorpresa y exasperación.
—Y también le devolveremos el guacamayo a Tomás —dijo con un suspiro, mientras Julián estallaba en carcajadas.
—Tendré que discutirlo con mi abogado —respondió él, divertido—. Eso no está en el contrato.
Camila rodó los ojos y continuó:
—Cláusula 6: Todas las comidas experimentales de Julián deben ser probadas aunque sean… digamos, peligrosas para la supervivencia humana.
—Cláusula 7: Camila no puede permanecer enojada más de veinte minutos seguidos, bajo pena de ser castigada con abrazos obligatorios.
Julián levantó la vista y, con una sonrisa traviesa, empezó a añadir cláusulas propias:
—Cláusula A: Camila deberá ver todas las películas de acción conmigo, aunque implique riesgo de saltos inesperados y gritos repentinos.
—Cláusula B: Está prohibido enojarse conmigo durante los desayunos improvisados que amenacen la integridad de la cocina.
Cada vez que Camila leía una cláusula seria, Paco aprovechaba para entrometerse:
—¡Mentira! ¡Eso no es justo!
—¡Exijo más almendras!
—¡Julián, NO FIRMES!
Entre risas, comentarios sarcásticos y miradas cómplices, el contrato fue firmado finalmente por ambos. Julián se inclinó hacia Camila y susurró, con un tono juguetón que la hizo sonrojarse:
—Por muchas reglas que hagas, el lío más grande siempre será este… nosotros.
Camila lo fulminó con la mirada, aunque por dentro su corazón latía con fuerza. Paco, el guacamayo, lanzó un último grito desde su jaula antes de quedarse en silencio:
—¡No me dejes fuera de la diversión!
—Ya basta, Paco —dijo Camila, riéndose mientras se recostaba—. Mañana vamos a devolverlo a Tomás.
Julián suspiró con fingida resignación:
—Contrato o no, sé que siempre vamos a terminar sonriendo y peleándonos… y probablemente con más caos del que podamos manejar.—dijo Julián, acercándose un poco.
En ese instante, Paco soltó con su voz chillona y descarada:
—¡Aquí hay amor!
Camila y Julián se quedaron congelados por un segundo, compartiendo una mirada incómoda pero imposible de ignorar. Julián, sin saber muy bien qué hacer, murmuró:
—Sí… llamaré a Tomás para que lo venga a buscar.
Camila se reía por dentro, divertida por la reacción de Julián, mientras él se pasaba la mano por la frente, completamente desarmado por la ocurrencia del guacamayo. El silencio que siguió estuvo lleno de una tensión ligera, cómica y, a la vez, reveladora de algo que ninguno de los dos había dicho todavía.