Mi Ex, Mi Roomie : Reencuentro Inesperado

Capítulo 9 – Visita sorpresa

Ya en la tarde Camila estaba recogiendo unos libros del suelo cuando escuchó el timbre. Frunció el ceño, pensando que Julián había comprado otra cosa para cocinar o que Mía había decidido hacer otra de sus visitas explosivas. Caminó hasta la puerta con precaución y abrió lentamente. Lo que vio la dejó sin palabras.

Delante de ella, ocupando todo el marco de la puerta, estaban sus padres. Su padre a la derecha, serio pero con esa mirada cálida que solo él sabía poner cuando se sentía orgulloso, y su madre a la izquierda, sonriendo como si hubiera traído consigo un rayo de sol. Entre ellos, Mía se encontraba con una sonrisa inocente y genuina, como si el caos que acababa de provocar fuera parte de un plan perfectamente ejecutado.

—¡Cami! —exclamó Mía con entusiasmo, casi saltando de emoción—. ¡Sorpresa!

Camila tragó saliva, mirando de un lado a otro, y en un impulso nervioso cerró la puerta de golpe, dejando a todos afuera.

—¡Cami, espera! —gritó Mía desde fuera, mientras los padres la miraban confundidos—. Solo queríamos pasar el día contigo.

Camila apoyó la frente contra la puerta, tratando de pensar en alguna manera de salvar la situación. Julián, que estaba detrás de ella, apareció de la nada con el cabello despeinado y los ojos aún somnolientos. Su presencia la hizo sentirse aún más atrapada.

—¡Ah, no! —susurró—. No estamos preparados para esto.

—Sí que lo estamos —respondió Julián con tranquilidad, pasando un brazo por detrás de ella—. O al menos, yo estoy listo para lo que sea que pase.

Camila suspiró y abrió la puerta de nuevo, intentando recomponerse. Los padres de inmediato comenzaron a hablar, y su madre, al ver a Julián, lo abrazó con un entusiasmo que Camila no esperaba.

—¡Julián! Qué alegría verte —dijo, acariciándole la mejilla como si fuera un hijo que no veía desde hacía tiempo.

—Hola, señora. Qué gusto —respondió Julián, un poco sorprendido pero sonriendo—. Me alegra que estén aquí.

El padre de Camila, con su habitual porte serio, asintió con respeto hacia Julián y luego dirigió su mirada al guacamayo Paco, imperturbable, ya había comenzado a explorar la sala y volar de aquí para allá.

—Vaya… parece que este lugar tiene compañía especial —comentó, mientras Paco soltaba un “¡Buenas tardes, pecadores!” con toda la naturalidad del mundo.

Camila se quedó quieta, sin saber si reír o disculparse. Mía, detrás de los padres, solo podía sonreír con satisfacción. Julián, por su parte, parecía disfrutar del momento y comenzó a interactuar con Paco, jugando con el ave y provocando risas de todos.

—Cami, ¿están casados? —preguntó la madre de manera directa, con esa mezcla de curiosidad y cariño que solo una madre podía tener.

—No… no estamos casados —dijo Camila, rápidamente—. Solo convivimos, eso es todo.

—Ajá —intervino Julián, con un tono burlón—. Sí, claro, convivimos… y también celebramos aniversarios secretos, ¿verdad? —guiñó un ojo, provocando una carcajada general—. Todo muy normal.

Camila rodó los ojos y trató de corregir la situación, pero su padre solo frunció el ceño de manera divertida y le dio un ligero codazo a Julián, como si aprobara el humor del muchacho.

—Bueno, al menos parece que se llevan bien —dijo su madre, mientras acariciaba el guacamayo Paco, que en ese momento soltó un “¡Qué guapo eres, Julián!”—. Me alegra verlos felices.

Camila se sonrojó, mientras Julián se inclinaba ligeramente hacia ella, con esa sonrisa traviesa que siempre la desarmaba. La tensión entre ellos era palpable, pero también cómica. Paco no dejaba de hacer comentarios inesperados, y cada vez que lo hacía, los padres se reían como si el loro fuera un miembro más de la familia.

—Mira, Cami —dijo Mía en voz baja, mientras el padre le daba consejos a Julián

sobre cómo ser un buen “acompañante de pareja”—. Todo bajo control.

Camila se frotó la frente intentando encontrar una estrategia para calmar la situación, pero cada segundo que pasaba, Paco parecía disfrutar más del caos. Saltaba de un hombro a otro, graznaba comentarios inesperados y, de vez en cuando, lanzaba un piropos directo a Julián que hacían que todos estallaran en risas.

—¡Julián, qué guapo estás hoy! —soltó Paco, posándose sobre la espalda del sofá y mirando al joven con una intensidad cómica que casi parecía real.

—Gracias, Paco… —respondió Julián, riéndose y rascándose la nuca—. No sé si halago o humillo a Cami con esto.

Camila se tapó la cara con las manos, pero no pudo evitar sonreír por dentro. Mía, en su esquina, solo reía y asentía como si todo el espectáculo fuera parte de su plan maestro.

La madre de Camila, sin perder la compostura, acariciaba a Paco mientras le hablaba a Julián:

—Me alegra tanto verte bien, hijo… quiero decir, Julián. Eres como un hijo para mí, y me hace feliz verte aquí con Cami.

—Gracias, señora —dijo Julián, sonriendo con sinceridad—. Me hace sentir parte de la familia.

El padre de Camila, con su habitual tono serio, pero cargado de afecto, intervino:

—Julián, recuerda que un buen compañero siempre escucha, respeta y… —miró a Paco y luego a su hija con una sonrisa—… incluso deja que los animales den consejos matrimoniales.

Todos estallaron en carcajadas nuevamente. Camila apenas podía creer que su padre estaba bromeando con un loro, y que Julián parecía tomarse todo con naturalidad.

—Entonces, Cami —dijo su madre con una sonrisa cómplice—. ¿Cuándo es la boda? —preguntó, con ese entusiasmo maternal que podía arruinar la concentración de cualquiera.

Camila abrió los ojos de par en par. Intentó explicarse rápidamente:

—No… no estamos casados. Solo convivimos, eso es todo.

—Ajá —intervino Julián, como si esperara ese momento—. Sí, convivimos… y bueno, a veces me pide que la bese y la abrace de madrugada. Paco, como si no pudiera dejar pasar la oportunidad, graznó: “¡Qué romántico!”

Los padres no pudieron contener la risa. Incluso el padre, que rara vez soltaba una carcajada tan abierta, asintió con aprobación hacia Julián.




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