Mi Ex, Mi Roomie : Reencuentro Inesperado

Capítulo 10 – La verdad entre risas y silencios

La noche había caído sobre la ciudad y el departamento todavía vibraba con la energía del día. El sofá estaba ocupado por los padres de Camila, que se habían apropiado de las mantas como si fueran los dueños del lugar. La madre, con la sonrisa dibujada, no paraba de comentar lo “encantadora” que era la convivencia entre su hija y Julián; el padre, aunque más serio, también parecía complacido, especialmente después de darle a Julián un par de consejos de pareja, como si fueran recién casados que necesitaban guía.

Camila, sentada en una esquina, escuchaba todo con una sonrisa forzada. Por dentro se retorcía. Cada vez que su madre decía frases como “¡qué lindos se ven juntos!” o “se nota que se apoyan mucho”, su estómago se encogía. Y cada vez que Julián no hacía nada para corregirlos, sino que asentía con cara de “culpable feliz”, su paciencia se iba resquebrajando más y más.

Mía, por supuesto, disfrutaba del espectáculo. Se movía de un lado a otro, ayudando en la cocina y espiando cada reacción de Camila, como si estuviera viendo su telenovela favorita. Paco, en cambio, no dejaba de ser Paco: interrumpía conversaciones, soltaba frases incómodas y, en un par de ocasiones, se había posado en el hombro de la madre de Camila, que lo adoraba como si fuera parte oficial de la familia.

Cuando terminaron la cena improvisada —que en realidad fue una mezcla de sobras, sándwiches y un arroz medio quemado cortesía de Julián—, los padres se quedaron charlando en el sofá. Paco se acurrucó en el respaldo, escuchando como un espía alado, y Mía desapareció con el pretexto de preparar té. Camila vio la oportunidad perfecta: tenía que hablar con Julián.

Se acercó, lo tomó del brazo y lo arrastró con paso firme hacia el pasillo. Julián, con esa expresión despreocupada, la dejó hacer, aunque sabía perfectamente lo que venía.

—Muy bien —empezó Camila, cruzándose de brazos, su voz cargada de reproche—. Quiero una explicación.

—¿Explicación de qué? —preguntó él con tono inocente, aunque sus ojos chispeaban travesura.

—No te hagas el tonto. ¿Por qué demonios le dijiste a mis padres que estábamos casados? —Camila lo miraba con el ceño fruncido, pero sus mejillas ya estaban encendidas.

Julián se encogió de hombros, como si no hubiera roto un plato.

—Porque… era más fácil y más divertido que explicar todo. Además, los vi tan felices con la idea. No podía arruinarles el momento.

Camila abrió los ojos con incredulidad.

—¿Más fácil? ¿Más divertido? ¡Ahora creen que vivo con mi esposo! ¡Y encima tú lo confirmaste con esa cara de cínico!

Él se inclinó un poco hacia ella, con una media sonrisa.

—Bueno… tampoco es tan descabellado. Quiero decir, convivimos, compartimos responsabilidades, y de vez en cuando… —pausó intencionalmente, disfrutando de la tensión—, me pides que te abrace en la madrugada.

Camila sintió un latigazo de calor en las mejillas.

—¡Eso fue por el frío! —espetó, demasiado rápido.

—Claro, claro… —contestó Julián, fingiendo credulidad—. Puro frío.

Ella apretó los labios, intentando mantener su postura, pero su corazón latía a mil. Detestaba cómo Julián lograba desarmarla con tan poco. Y lo peor: en el fondo, había algo de verdad en sus palabras.

El silencio se estiró unos segundos. Julián, más serio ahora, bajó un poco la voz.

—Entonces dime algo, Camila… si tanto te incomodó, ¿por qué no lo desmentiste en ese momento?

Camila parpadeó, sorprendida. Quiso responder de inmediato, pero las palabras se le atoraron en la garganta. Porque la verdad era que, por un instante, no había querido romper la ilusión de sus padres. Por un instante, le gustó la idea.

Antes de que pudiera decir algo, una voz chillona interrumpió el momento:

—¡Aquí hay amor!

Paco apareció desde la esquina, pavoneándose por el pasillo como si hubiera estado escuchando todo. Camila se tapó la cara con las manos, Julián soltó una carcajada ahogada y, por un segundo, la tensión se transformó en pura comedia.

—¡Paco, no es momento! —dijo Camila entre dientes.

Pero el guacamayo se subió a un estante y repitió, con más énfasis:

—¡Amor, amor, amor!

Los padres, desde el sofá, alcanzaron a escuchar y comenzaron a reír. La madre de Camila comentó algo como “¿ves? hasta Paco lo nota”, mientras el padre solo meneaba la cabeza con gesto serio, aunque claramente divertido.

Camila quería que la tierra se la tragara. Julián, en cambio, aprovechó la situación:

—Bueno, si hasta Paco lo dice, ¿quiénes somos nosotros para llevarle la contraria?

Ella le lanzó una mirada fulminante, pero su sonrisa nerviosa la delató.

El resto de la noche transcurrió entre pequeñas charlas y carcajadas. Los padres estaban encantados, Mía seguía observando como quien disfruta un buen drama, y Paco no dejó de soltar comentarios que incomodaban más a Camila que a nadie.

Cuando finalmente todos se fueron a dormir, Camila se quedó despierta en su habitación, con la mente hecha un torbellino. La “broma” de Julián seguía dando vueltas en su cabeza. ¿Por qué había sentido un cosquilleo en el estómago cuando él lo dijo? ¿Por qué, en el fondo, no había querido desmentirlo?

La respuesta aún no estaba clara, pero algo sí sabía: vivir con Julián no iba a ser simple. Y con Paco como testigo, mucho menos.




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