Mi Ex, Mi Roomie : Reencuentro Inesperado

Capítulo 11 – Paseo, despedidas y un encuentro incómodo.

La mañana del domingo comenzó más tranquila de lo esperado, aunque en el departamento todavía se respiraba un aire de caos organizado. Tomás llegó temprano para buscar a Paco, el guacamayo, que lo esperaba con un ánimo particular.

—¡Por fin alguien responsable! —chilló Paco apenas lo vio entrar, como si llevara horas practicando esa frase para hacer reír a todos.

Tomás levantó una ceja mientras Julián se reía a carcajadas.

—Ya veo que no te aburriste aquí, ¿eh, Paco? —dijo con paciencia, extendiendo el brazo para que el guacamayo subiera.

—¡Caos encantador! —repitió el ave, recordando lo que había escuchado el día anterior.

Camila escondió una sonrisa detrás de su taza de café. No podía negar que extrañaría los comentarios descarados de Paco, aunque también agradecía recuperar un poco de paz.

Después de despedirse con cierta solemnidad del guacamayo —porque, en esa casa, hasta las aves tenían despedidas oficiales—, la rutina de la mañana siguió su curso. Mía, con su sonrisa traviesa, se despidió prometiendo que volvería pronto a “supervisar que todo estuviera en orden”. Camila sospechaba que en realidad solo quería seguir atestiguando los enredos que surgían entre ella y Julián.

Los padres, por su parte, recogieron sus cosas con calma y regresaron a casa. Su visita había sido breve, pero lo suficientemente intensa para dejar a Camila con la mente dando vueltas. Entre las bromas, las insinuaciones y esa mirada curiosa de su madre hacia Julián, había quedado claro que no se le escapaba nada.

Cuando la puerta finalmente se cerró y el departamento recuperó el silencio, Camila soltó un suspiro tan largo que Julián no pudo evitar reír.

—¿Eso fue alivio o tristeza? —preguntó, mientras se dejaba caer en el sillón.

—Alivio, cien por ciento —respondió ella, aunque por dentro no estaba tan segura.

El resto de la mañana se escurrió entre ordenar un poco la casa y compartir un desayuno tardío. Pero con el paso de las horas, el aburrimiento empezó a asomar. Era domingo, el cielo estaba despejado, y quedarse encerrados no parecía la mejor opción.

—¿Salimos a caminar? —propuso Julián, con ese tono que sonaba más a reto que a invitación.

Camila lo miró, dudando. Sabía que aceptar implicaba más tiempo con él, más oportunidades de que algo inesperado ocurriera. Pero, al mismo tiempo, ¿qué daño podía hacer un simple paseo?

—Está bien, pero nada de aventuras raras —respondió, señalándolo con el dedo.

—Prometido —dijo él, aunque su sonrisa dejaba claro que las aventuras eran inevitables cuando estaban juntos.

La tarde los recibió con una brisa suave y un sol dorado que bañaba las calles. Caminaron sin rumbo fijo, disfrutando de la calma del domingo. Entre risas, pequeñas discusiones sobre tonterías y silencios cómodos, descubrieron que la ciudad podía sentirse diferente cuando no estaban pendientes del tiempo ni de las obligaciones.

En un momento, Julián señaló un puesto de helados y convenció a Camila de comprar uno, aunque ella insistía en que hacía demasiado frío para eso. Terminaron sentados en una banca del parque, compartiendo helados y anécdotas que parecían no tener fin.

—¿Ves? Esto es lo que llamo calidad de vida —dijo Julián, recostándose en el respaldo.

—Tú llamas calidad de vida a cualquier cosa que no implique trabajar —respondió ella, dándole una mordida exagerada a su helado.

Él se rió, pero antes de que pudiera contestar, Camila se quedó congelada. A lo lejos, entre la multitud tranquila del parque, distinguió una silueta demasiado familiar: Abril. Esa amiga de mirada inquisitiva, que siempre parecía llegar en los momentos menos oportunos.

El corazón de Camila dio un salto. Instintivamente, soltó la mano que tenía apoyada sobre la de Julián, como si ese simple gesto pudiera deshacer cualquier sospecha.

—No puede ser… —murmuró, llevándose la mano a la frente.

—¿Quién? —preguntó Julián, siguiéndole la mirada. Al ver a la joven acercarse, comprendió de inmediato—. Ah, entiendo.

Antes de que Camila pudiera sugerir huir o inventar una excusa, Abril ya estaba frente a ellos, sonriendo como si hubiera descubierto un secreto valioso.

—¡Camila! —exclamó con entusiasmo—. Qué sorpresa verte aquí.

—¡Abril! —dijo Camila, con una risa nerviosa—. Sí, je… sorpresa…

La mirada de Abril pasó rápidamente de Camila a Julián, y se detuvo con una intensidad que la hizo sonrojar.

—¿Y él? —preguntó con tono inocente, aunque la picardía en sus ojos lo decía todo.

Camila abrió la boca para contestar, pero Julián fue más rápido:

—Soy su novio —declaró con total naturalidad, como si se tratara de la verdad más obvia del mundo.

La mandíbula de Camila casi se le cayó.

—¡Julián! —exclamó, dándole un codazo en el costado.

Abril arqueó una ceja, sonriendo divertida.

—Oh… ya veo —dijo, alargando las palabras como quien disfruta cada segundo de la incomodidad ajena—. Entonces, eso explica muchas cosas.

—Exactamente —respondió Julián, encantado con la situación.

Camila intentó reír para suavizar el momento, pero solo consiguió enredarse más en su propia torpeza. Abril, en cambio, parecía disfrutarlo demasiado. Tras unos minutos de charla casual —donde Julián no perdió oportunidad de remarcar, con bromas, lo “felices” que estaban como pareja—, Abril se despidió con una sonrisa traviesa.

—Nos vemos pronto, Camila. Y tú… cuida bien de ella —dijo, mirando a Julián con complicidad.

Cuando finalmente se alejó, Camila se volvió hacia él, con las mejillas encendidas.

—¿Era necesario? —preguntó, cruzándose de brazos.

—Totalmente necesario —respondió Julián, incapaz de ocultar su satisfacción—. ¿Viste su cara?

—Sí, y ahora seguro piensa que… —Camila se detuvo, llevándose las manos al rostro.

—Que estamos juntos, que somos felices y que soy el mejor novio del mundo. ¿Dónde está lo malo?




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