Mi Ex, Mi Roomie : Reencuentro Inesperado

Capítulo 12 – Celos con sonrisa

El lunes llegó con la misma violencia con la que llegan los chismes: sin permiso, sin aviso y con una energía que te deja sin defensa.

Camila caminaba por el pasillo de la universidad con una carpeta contra el pecho y una cara de “no me hablen” perfectamente practicada. Aun así, el universo insistía.

—¡Cami! —la llamó una chica de su clase, sonriendo demasiado—. ¿Es cierto lo de Julián?

Camila parpadeó.

—¿Lo de… qué? —preguntó, fingiendo inocencia, como si el mundo no supiera ya hasta el color de sus pensamientos.

—¡Que es tu novio! —dijo la chica, con emoción genuina—. ¡Qué fuerte! No me lo esperaba.

Camila tragó saliva. Genial. Ya tenía novio. Sin haber firmado contrato para eso.

—Sí… bueno —murmuró—. Digamos que… convivimos.

—Ay, eso es peor —intervino otra, apareciendo de la nada—. Convivencia es nivel “me sé tus manías”. Eso ya es serio.

Camila sonrió, apretando los dientes.

—Sí… serio como un examen de matemáticas. Horrible.

Las dos se rieron y siguieron su camino, encantadas. Camila se quedó un segundo quieta, intentando entender cómo había pasado de “roommate indeseado” a “pareja oficial” en menos de cuarenta y ocho horas.

—Genial —se dijo—. Ahora tengo un novio que no pedí y celos que tampoco pedí.

Fue entonces cuando la vio.

No era alguien de su círculo. No era alguien de su clase. Pero caminaba con esa seguridad incómoda de quien sabe exactamente dónde está, y de quien no tiene miedo de entrar en territorios ajenos.

Alta, cabello cuidado, maquillaje mínimo, ropa sencilla pero perfectamente elegida. No venía con cara de drama. Venía con cara de… control.

Y lo peor: venía directo hacia ella.

Camila sintió una especie de alarma interna.

La chica se detuvo frente a Camila con una sonrisa suave.

—¿Camila? —preguntó, como si confirmara una cita en una agenda.

Camila parpadeó, desconfiada.

—Sí… ¿Quién eres?

La chica ladeó un poco la cabeza, como si le diera gracia la rigidez de Camila.

—Soy Valeria.

El nombre le golpeó el estómago como un vaso de agua fría.

Camila no sabía por qué lo conocía… hasta que lo supo.

El mensaje.

El nombre que había visto en la pantalla del celular de Julián.

Camila se quedó inmóvil, pero su cerebro ya estaba corriendo una maratón.

Valeria sonrió un poquito más.

—Tranquila —dijo en tono casi amable—. No vengo a reclamarlo. Si lo hiciera, tendría que hacer fila.

Camila soltó una risa corta, involuntaria, como si su cuerpo se negara a permitirle llorar o gritar en público.

—Qué graciosa —respondió, con sarcasmo automático— Tienes más veneno que una suegra protectora un domingo familiar.

Valeria soltó una pequeña carcajada, como si apreciara la rapidez.

—Solo… quise pasar a saludar. Vi lo de “Julián tiene novia” y pensé que era mejor conocerte antes de que alguien me lo contara como si fuera una tragedia griega.

Camila cruzó los brazos.

—Qué considerada.

—Lo soy —admitió Valeria sin molestarse—. Y porque… me caes bien. Aunque no te conozca.

Eso sí que era sospechoso.

Camila alzó una ceja.

—Ajá. Suena totalmente real.

Valeria sostuvo la mirada sin flaquear.

—Mira, no voy a hacer una escena. Julián y yo… ya somos pasado. A veces hablamos. Ya está. —Se encogió de hombros con calma—. Lo único que quería decirte es…

Camila sintió que el aire se volvía más pesado.

Valeria bajó un poco la voz, sin perder esa sonrisa delicada.

—Julián es increíble al principio. Encantador. Divertido. Hasta cocina… aunque sea un peligro para la humanidad.

Camila hizo un gesto mínimo, casi una sonrisa, porque era cierto. Y odiaba que esa ex lo supiera igual que ella.

Valeria continuó, sin prisa, como quien pone una pieza exacta en el lugar exacto.

—Y cuando convive… se acelera. Se enamora rápido cuando siente que todo está “cómodo”. —Sus ojos brillaron con algo que no era maldad, sino experiencia—. Pero cuando empieza a sentir que alguien lo necesita de verdad…

Camila sintió el golpe antes de escucharlo.

—…se pone nervioso —terminó Valeria—. Y se va.

Silencio.

El pasillo seguía lleno de estudiantes, risas y pasos. Pero para Camila todo se apagó como si alguien hubiera bajado el volumen del mundo.

Valeria observó su expresión y suavizó un poco el gesto.

—No lo digo para asustarte. Lo digo porque… no quiero que pienses que es culpa tuya si un día pasa.

Camila tragó saliva. Su orgullo se encendió como gasolina.

—Gracias por el diagnóstico —dijo, seca—. ¿Algo más? ¿Algún manual de supervivencia para convivir con Julián?

Valeria sonrió, casi con ternura.

—Solo uno: no te vuelvas pequeña para que él no huya.

Camila sintió que esa frase le apretaba algo dentro. Odió que sonara como consejo. Odió que sonara como verdad.

Valeria dio un paso atrás, lista para irse, y añadió con ligereza:

—Ah, por cierto… dile que todavía me debe un libro. Siempre se va sin cerrar capítulos.

Camila soltó una carcajada breve, irónica y peligrosa.

—Se lo diré. Y si te interesa, yo también estoy escribiendo uno. Se llama: “Cómo no matarlo en la sala”.

Valeria rió.

—Me avisas cuando lo publiques.

Y se fue, sin mirar atrás, dejando a Camila con un nudo en el pecho y una sonrisa que no sabía si era de rabia o de pánico.

Esa tarde, Camila regresó al departamento como quien vuelve a una escena del crimen: intentando actuar normal, pero con la certeza de que algo ya había cambiado.

Julián estaba en la sala, sentado en el sofá, con una bolsa de pan en una mano y un gesto satisfecho en la cara.

—Buenas tardes, señora esposa —dijo con descaro, como si el universo no fuera un lugar peligroso—. Hoy me dijeron como cinco veces que soy un suertudo.

Camila dejó las llaves sobre la mesa con más fuerza de la necesaria.




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