La mañana siguiente llegó con una calma sospechosa.
Camila despertó con la sensación incómoda de haber dicho demasiado la noche anterior… y al mismo tiempo, no haber dicho nada. Escuchó ruidos en la cocina y supo, sin necesidad de mirar el reloj, que Julián ya estaba despierto.
Salió de su habitación con pasos lentos, todavía envuelta en esa especie de resaca emocional que dejan las conversaciones importantes.
—Buenos días —dijo Julián, girándose apenas.
—Buenos —respondió ella.
Se quedaron mirándose un segundo de más.
Luego, ambos apartaron la mirada al mismo tiempo.
—Hice café —dijo él—. Normal. Sin experimentos peligrosos.
—Gracias —dijo Camila—. Hoy no tengo energía para morir joven.
Compartieron el desayuno en silencio. No incómodo… pero tampoco cómodo. Cada movimiento parecía medido. Cada palabra, pensada dos veces antes de salir.
—Anoche… —empezó Julián, y se detuvo.
Camila levantó la vista.
—Anoche fue mucho —dijo ella—. Pero estuvo bien.
Julián asintió.
—Sí. Eso creo.
Y ahí quedó. Nada más. Nada menos.
El resto de la mañana transcurrió entre pequeñas coincidencias: ambos llegando a la cocina al mismo tiempo, ambos estirando la mano hacia el mismo cajón, ambos retrocediendo con una risa nerviosa.
Demasiado cerca.
Todo el tiempo.
Por la tarde, Camila se sentó en un banco de la universidad con el celular en la mano. Tenía la cabeza llena y el pecho apretado. Pensó en Julián. En la ex. En el rumor. En la reunión. En lo que sentía y en lo que no se atrevía a sentir.
Suspiró y abrió el grupo de WhatsApp de las chicas.
Escribió:
“Chicas, ¿café hoy? Necesito hablar de algo.”
No pasó ni un minuto.
Mía:
“¿ALGO? ¿QUÉ TIPO DE ALGO?”
Abril:
“Hora y lugar.”
Daniela:
“Respira. Vamos.”
Camila sonrió.
Al menos eso seguía siendo simple.
El café estaba lleno, como siempre, pero lograron una mesa en la esquina. Mía llegó primero, casi corriendo. Abril entró detrás, con su expresión de “ya sé lo que pasa”. Daniela fue la última, tranquila, como si trajera calma en los bolsillos.
—Bueno —dijo Mía apenas se sentaron—. Empieza. Estoy emocionalmente preparada… creo.
Camila se rió sin ganas.
—No es tan dramático.
—Eso es exactamente lo que dicen las personas antes de soltar una bomba —respondió Abril.
Camila habló. No todo. Pero lo suficiente.
Habló del rumor.
De la ex.
De Julián.
Del miedo.
—No sé qué somos —admitió—. Y eso me está cansando.
—Normal —dijo Daniela—. Estás en medio de algo que importa.
—Ajá —añadió Abril—. Y eso siempre da pánico.
Mía asintió con fuerza.
—Pero… ¿te gusta? —preguntó, directa.
Camila dudó un segundo.
—Sí.
Silencio.
—¡LO SABÍA! —exclamó Mía, levantando el brazo con tanta emoción que tomó el celular de Camila para enfatizar su punto—. ¡ESTO ES HISTÓRICO!
—¡Mía, espera! —dijo Camila.
Demasiado tarde.
El teléfono se le resbaló de las manos a Mía, cayó al suelo… y el sonido fue claro, definitivo, trágico.
CRACK.
Las cuatro miraron la pantalla.
Hecha añicos.
—… —Mía abrió la boca—.
—No fue mi culpa.
Camila cerró los ojos.
—Mía…
Abril, sin inmutarse:
—Mételo en arroz. Seguro se arregla.
—O ponle pasta dental —añadió, tranquila—. Lo vi en un video de YouTube.
—¡NO AYUDAS! —gritó Mía—. ¡EL PISO ME ODIÓ!
Daniela tomó el teléfono, lo examinó con calma.
—Respiren. Es un teléfono. No una amasacre.
Camila suspiró, derrotada.
—Está bien. Da igual.
Mía se levantó de golpe.
—No. No da igual. Me quedo con tu teléfono. Lo arreglo. Mañana te lo devuelvo. Juro que lo dejo mejor que nuevo.
—Mía… —empezó Camila.
—Es eso o me denuncias —dijo, seria—. Y creo que no quieres llenar papeles.
Camila sonrió, cansada.
—Está bien. Mañana.
Cuando volvió al departamento esa noche, Camila se sintió extrañamente ligera… y vulnerable. Sin celular. Sin distracciones.
Julián estaba en la sala.
—¿Todo bien? —preguntó.
—Sí —respondió ella—. Más o menos.
Se quedaron ahí, de pie, demasiado cerca otra vez.
—No tienes el teléfono —notó él.
—Mía lo rompió —dijo Camila—. Larga historia.
Julián sonrió.
—Eso suena muy Mía.
Camila asintió.
—Mañana me lo devuelve.
Silencio.
—Bueno —dijo Julián—. Si necesitas algo… estoy aquí.
Camila lo miró.
—Lo sé.
Y por primera vez, no sonó como una frase vacía.
Esa noche, al cerrar la puerta de su habitación, Camila pensó que tal vez…
solo tal vez…
todo estaba a punto de cambiar.
Y no estaba segura de estar lista.