La noche volvió a caer sobre el departamento con una calma engañosa.
Camila estaba sentada en el sofá, con las piernas dobladas debajo de ella, mirando la televisión sin realmente prestar atención. Las imágenes pasaban sin dejar rastro, pero su mente estaba en otro lugar. En el silencio. En Julián.
Él permanecía en la cocina, apoyado en la encimera, con un vaso de agua entre las manos. La observaba sin que ella se diera cuenta, como si intentara memorizarla en ese estado tranquilo, vulnerable, casi frágil.
—¿Quieres té? —preguntó al fin.
—Sí —respondió Camila—. Gracias.
Julián se movió con cuidado, como si cualquier gesto brusco pudiera romper algo invisible. Cuando le entregó la taza, sus dedos se rozaron apenas. Un contacto mínimo. Suficiente.
Camila levantó la mirada.
—Perdón —dijo él, demasiado rápido.
—No pasa nada —respondió ella, igual de rápido.
Se quedaron mirándose un segundo de más.
Ese segundo que ya empezaba a ser peligroso.
Julián se sentó a su lado, dejando un espacio prudente entre ambos. Camila notó el gesto. Antes no lo habría hecho. Ahora sí.
—Hoy estuviste muy callada —comentó él.
—No tenía el teléfono —dijo Camila, esbozando una sonrisa pequeña—. Es increíble lo mucho que uno piensa cuando no puede distraerse.
—¿Y pensaste mucho? —preguntó Julián con suavidad.
Camila dudó.
—Sí.
No dijo en qué.
No hizo falta.
El silencio no resultó incómodo. Era denso. Cargado de algo que se estaba formando sin palabras.
Julián respiró hondo.
—No quiero apurarte —dijo—. Pero tampoco quiero seguir fingiendo que esto es solo… convivencia.
Camila bajó la vista a la taza entre sus manos.
—Yo tampoco —admitió—. Solo… me da miedo arruinarlo.
Julián se inclinó un poco hacia ella. Despacio. Con cuidado. Dándole tiempo a apartarse si quería.
Ella no lo hizo.
—No creo que lo estemos arruinando —dijo él—. Creo que lo estamos cuidando.
Camila alzó la vista.
Estaban cerca.
Demasiado.
Podía sentir su respiración.
El calor que emanaba de su cuerpo.
La forma exacta en que Julián se detenía justo antes de tocarla, como si esa pausa fuera una promesa.
—Julián… —murmuró.
Él levantó la mano. Dudó un segundo. Y entonces apoyó los dedos con suavidad sobre la mejilla de Camila.
El roce fue leve. Íntimo.
Le erizó la piel.
Camila contuvo el aliento.
Los ojos de Julián descendieron hasta sus labios.
Los de Camila hicieron lo mismo sin querer.
Sus bocas estaban cerca.
Demasiado cerca.
Camila pudo distinguir el temblor casi imperceptible en su mandíbula, la sonrisa contenida, la pausa consciente… como si él estuviera dejando la decisión final en ella.
No se apartó.
Julián se inclinó un poco más.
Un centímetro.
Nada más.
El tiempo pareció estirarse. Camila sintió el golpe acelerado de su corazón, la forma en que sus labios se separaban apenas, preparados, esperando.
Y entonces—
—¡CAMI! ¡YA TENGO TU TELÉFONO!
La puerta se abrió de golpe.
El mundo regresó de golpe.
Camila se apartó sobresaltada. Julián cerró los ojos un segundo, exhalando lento, como si le acabaran de arrebatar el aire.
Mía apareció en la sala con el celular en alto, sonriente, completamente ajena… hasta que los vio.
Tan cerca.
Demasiado cerca.
—…
—Oh.
Silencio absoluto.
Camila se llevó una mano al rostro.
—Mía…
—Yo… —Mía levantó el teléfono—. ¿Interrumpo algo?
—No —dijo Julián al mismo tiempo que Camila decía:
—Sí.
Mía parpadeó.
—Perfecto —murmuró—. Como siempre.
Dejó el teléfono sobre la mesa y retrocedió un paso.
—Bueno… yo… me voy —añadió—. O me quedo. No sé. Decidan ustedes.
—Vete —dijeron Camila y Julián al unísono.
Mía levantó las manos.
—Ok, ok. Me voy. Pero… —sonrió— eso estuvo a punto de ser histórico.
Cerró la puerta detrás de ella.
El silencio volvió.
Pero ya no era el mismo.
Camila y Julián seguían ahí. Muy cerca. Demasiado conscientes el uno del otro.
—Lo siento —dijo Camila, con la voz apenas firme.
—No —respondió Julián—. No lo sientas.
Se miraron otra vez.
Esta vez, ninguno dio el paso.
—Supongo que… —empezó Camila— tendremos que esperar.
Julián sonrió despacio.
—Sí —dijo—. Pero ahora sé que vale la pena.
Camila asintió.
Porque aunque no se habían besado,
aunque Mía hubiera interrumpido,
algo ya había cambiado.
Y los dos lo sabían.