Mi falsa esposa

Prólogo. Sin derecho a escapar

Cuando las luces del salón se apagan, la función no termina, no para quienes sabemos actuar sin un escenario. Y hoy, yo soy el protagonista en el papel del esposo perfecto. Una exhibición costosa, un público selecto, una nueva "esposa" a mi lado. Todo como debe ser. Estilizado. Sin margen para la falsedad. Porque yo no creo en el amor. Creo en los acuerdos.

Eva está de pie, como si estuviera hecha de cristal: hermosa, orgullosa, silenciosa. En su mirada hay más determinación que en la mayoría de los hombres con los que he tenido que lidiar. Y hay algo en esa tensión interna suya que me atrae. Como una mujer que se mantiene al borde, pero no se quiebra. Solo que yo sé que no está aquí por voluntad propia. Ella es parte del juego. Yo necesito una esposa. Ella necesita salvar a su hermano. Condiciones equitativas, ¿no es así?

—¿Eva? —le dije, cuando el silencio se prolongó demasiado. Mi prometida en las sombras parecía perdida en sus pensamientos, probablemente peligrosos. Tal vez buscando una salida. Pero no la hay. No hoy.

Ella se estremeció. Reconozco esa reacción, como si sacaras a alguien del agua cuando ya estaba a punto de rendirse. Interesante. No es tan simple como parece. Y eso es precisamente lo que me intriga.

—Disculpa —susurró. Su voz es suave, con un matiz de debilidad que intenta ocultar.

Yo observaba. No intervenía. Su lucha es asunto suyo. Si quiere parecer fuerte, que lo haga. Pero yo veo más allá. Miedo, determinación, dolor. No vino aquí por sí misma. Alguien es más importante para ella que su propia libertad. Y eso ya es una debilidad. Porque todo lo que tiene valor es algo que se puede controlar.

—Sí. Acepto —dijo al fin.

Claro. Seguro. Tal vez demasiado. Pero no me convence. Sé que su "sí" no es una promesa, sino una sentencia. Y ella la ha aceptado voluntariamente.

Me da igual. De verdad. No estamos jugando al amor.

La miré mientras la registradora pronunciaba mi nombre. Por primera vez, como el nombre de su futuro esposo. Suena curioso. Un poco amargo. Un poco emocionante. Pero no muestro nada de más. Ni un gesto innecesario. Eva debe saber que yo tengo el control.

—Sí —respondí.

Papel. Firma. Orden de acciones. Todo como en un acuerdo. Como en la vida. Y, como siempre, yo gano.

Mi letra es pequeña, recta. Siempre firmo igual, como si pusiera un punto final a otra decisión calculada. Pero esta mujer... No parece calculada. Parece herida. Frágil. Obstinada. ¿Es un problema o un desafío?

Su mano temblaba mientras firmaba el acta. Y por un instante me pareció que no estaba firmando un documento. Se estaba rindiendo. O fingiendo que se rendía.

—Pueden besar a la novia —dijo la mujer de gris.

Me giré hacia Eva. Sus ojos son profundos, con un toque de desesperación. Pero no aparta la mirada. Valiente. Quiere parecer orgullosa hasta el final.

Bueno, pues.

La tomé por la cintura, deliberadamente con firmeza. Y la besé. No con ternura. No con pasión. Sino como se sellan los acuerdos. Como se pone un sello: propiedad confirmada.

Y en ese momento sentí que no luchaba. Pero tampoco me pertenece. Todavía no. Y tal vez nunca.

Felicidades, Eva. Eres Kovalenko. En los papeles. Pero tu alma aún la tomaré.

Porque ahora eres mi esposa.

¿Ficticia? Tal vez. Pero vives en mi casa. Llevas mi apellido. Y cada paso tuyo está bajo mi mirada.

Me prometí a mí mismo que no permitiría que este matrimonio alterara mis planes.

Pero, por alguna razón, siento que ella sí alterará algo en mí.

Y, tal vez, ese será mi mayor error.

O, quizás, mi única oportunidad.




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