Amelia se dejó caer sentada sobre las escaleras. Si hubiera sabido que terminaría más cansada de estas clases que ir a sus dos trabajos, hubiera dudado en aceptar este supuesto matrimonio que iba a mejorar su vida.
—¡Joven señor, espere, ella aún no está lista!
La voz de la anciana que la ha estado torturando durante estos días llegó a sus oídos, pero antes de ponerse de pie vio a un hombre apuesto parado al final de las escaleras con su mirada detenidos en ella.
El encuentro, tal vez, hubiera sido algo para recordar a futuro. Sin embargo, la expresión asqueada del atractivo desconocido puso en alerta a la joven mujer.
—Eres tú... —señaló para luego torcer la mirada con desprecio—. No me casaré, no lo haré. Busquen otra opción.
Dijo esto último dirigiéndose a la anciana. Tensó la mirada y cruzó los brazos ante la negativa del ama de llaves. Y aunque ella lo mira con respeto y parece dolerle negarse a su petición, no cede.
—Usted sabe la condición de su abuelo y...
El hombre bufó de mala gana, volviendo a detener su mirada en Amelia, mirándola de pies a cabeza antes de soltar un suspiro lapidario.
—No sé qué tipo de artimañas sucias has usado para manipular a mi familia, y por mucho que me ames yo jamás te amaré a ti. Por mucho que nos casemos, eso no significa que te considere como mi esposa.
Amelia pestañeó confundida. "¿Quién es este tipo que le habla con tanta confianza?"
—Él es su futuro esposo, el joven señor Heriberto Salazar —respondió el ama de llaves como si hubiera entendido su gesto.
—No, no —la mujer bajó las escaleras con rapidez, dirigiéndose a la mujer—, me dijeron que mi esposo era un hombre feo y retrasado mental. Lo primero obviamente no es así, lo segundo aún sigue en duda...
—¿Feo? —aquel alzó ambas cejas al escucharla decir eso, luego sonrió con ironía—. Ya veo, finges no saber con quién vas a casarte, pero sé que de seguro me viste en algún lugar y pensaste que era tan apuesto que te querías casar conmigo usando la influencia de tu familia. No te creas que las cosas se harán a tu manera.
¿Su familia? La verdad es que su familia no tiene ni una pisca de influencia en nada. Son de esos típicos, clase media, que de repente tuvieron un golpe de suerte y se pasearon por los altos círculos empresariales, para luego volver a caer.
—¿De... cuál influencia me habla? —se sobó la barbilla, pensativa.
—¿Intentas burlarte de mí? —la señaló arrugando el ceño—. Quiero que te quede una cosa bien clara, nunca te amaré, así que no tengas esperanzas de que un día en verdad te quiera como mi esposa.
—Oh... está bien —musitó Amelia sin aún saber si esto es real o están jugándole una broma pesada.
—Apenas mi abuelo se recupere, te mandaré a volar lejos de aquí —dicho esto cruzó los brazos.
—Entiendo...
—Bien, quedamos en eso, mañana ya es la boda, es bueno que entiendas cuál será tu lugar de ahora en adelante.
Y sin decir más salió de la sala sin mirar atrás. La mujer mayor soltó un suspiro de alivio mientras en el rostro de Amelia se dibujaba una sonrisa incrédula señalando al tipo que acaba de irse.
—¿Quién es ese? —preguntó con gesto divertido.
—No señales, eso no es educado —la reprendió la anciana—, y "ese" es tu futuro marido.
—Pero él me señaló groseramente —soltó un bufido aún sorprendido—, ¿qué clase de tipo más exótico es ese?
Estas palabras parecieron molestar al ama de llaves. Que no dudó en levantarle la voz.
—¡Es tu futuro marido y debes respetarlo!
—¡Pero él...!
—Disculpe, señora —las interrumpió una mujer con una sonrisa dibujada en su rostro, entrando al lugar seguido por un grupo de personas—. Soy Anabella, la diseñadora de modas, vengo por la prueba de vestuarios.
Amelia sin entender nada, miró a ambas mujeres que comenzaron a hablar entre ellas, ignorando su presencia. Está pensando seriamente en huir de esta situación, cansada de estudiar etiqueta y educación, de ver que su marido es al parecer un tipo altanero y cabeza de agua, y una ama de llaves que no tiene ningún respeto por ella, pese a ser la futura señora de esta casa. ¿Valdrá la pena casarse por dinero y tolerar esto?
—Bien, entonces, señorita Díaz, sígame, le presentaré su vestido de novia —habló la mujer más joven con emoción—, es un vestido hermoso, avaluado en millones de dólares y...
—Espere un momento —incrédula detuvo las palabras de la mujer—. ¿Acaba de decir millones de dólares? ¿Acaso tiene diamantes adheridos o algo así?
—Por supuesto, los diamantes más bellos que pueda imaginar, es un regalo del patriarca para usted —respondió emocionada, para luego llevar el dorso de su mano a su propia barbilla y agregar preocupada—, no quiso escatimar gastos, es que supiera que desde que se comprometió con el joven señor el anciano ha estado muy feliz. Entre nos, ya corrían rumores que el señor bateaba para el otro lado.
—¿Qué quiere decir con eso? —preguntó Amelia con sabrosa curiosidad.
Que su futuro esposo sea gay, ¿no sería facilitarle las cosas? Ella podría convertirse en su pantalla social, y esconder todas sus aventuras amorosas. A cambio de eso viviría una vida cómoda rodeada de lujos.
—¡Qué tonterías son esas! ¿Cómo dudan de la virilidad del joven señor?
La diseñadora se comenzó a reír, y Amelia no supo si lo hizo por no saber que responder o porque todo no fue más que una humorada. De todas formas esa idea no desaparecería tan fácil de su cabeza.
Probarse ese hermoso y carísimo vestido la hizo sentirse en las nubes, solo con ese vestido tendría una vida relajada hasta la muerte. Ahora claro, ¿quién pagaría por un vestido tan caro y usado? Recortar los diamantes, ¿lo desvaloraría?
—¿Qué le parece? ¿Es hermoso, no es así? —dijo la mujer aplaudiendo emocionada mientras la mujer se miraba al espejo—. Ese vestido tiene mi sello único.
—¿Qué quiere decir?
—AB. MonLove —dijo entregándole su tarjeta de presentación.