—No te puedes casar con ese hombre —dijo su madre apareciendo en el momento en que Amelia tomaba el ramo para ir al altar.
Confundida, la joven mujer alzó ambas cejas, hasta que vio a Dánae escondida detrás de la espalda de su madre. Bufó de mala gana cruzando los brazos, es seguro que su prima ya fue a inventarles una mentira, que su madre creyó sin siquiera dudarlo.
—Quítate ese vestido ahora mismo, Dánae será quien se case hoy.
—¿Ella se casará hoy? —repitió las palabras de su progenitora—. ¿Con quién? ¿Con el hombre que ella misma rechazó antes? ¿Ahora si te gusta? Pero prima, ¿no tienes edad para comportarte como una niña caprichosa? ¿O quieres o no quieres?
Fingió inocencia sabiendo la respuesta. Sabe que su prima ha quedado flechada por Heriberto Salazar en cuanto la vio. Si no fuera por el dinero, ella le dejaría su lugar sin dudar. Pero ya se vio obligada a renunciar a sus dos trabajos, e hizo un trato con Heriberto en donde él costeara sus estudios, y ya se ilusionó con la vida cómoda que tendrá al casarse con ese hombre. Podrá estudiar sin tener que trabajar doble jornada.
No hay forma que pueda cederle su lugar a su odiosa prima.
—No seas venenosa —habló su madre con tono severo ante la desobediencia de su hija—, quítate el vestido y deja de comportarte como una niña.
—¿Yo soy quien se comporta como una niña? —preguntó fingiendo sorpresa.
—Prima —Dánae le tomó ambas manos con tono suplicante—, me di cuenta de que no estaba siendo justa contigo. No puedo obligarte a casarte en mi lugar, por eso no puedo tolerar esta injusticia y asumiré lo que me corresponde.
Amelia se soltó de sus manos.
—Tú solo quieres ahora al novio porque es apuesto, porque si fuera feo no estarías pidiendo algo así de absurdo, ¿crees que es llegar y cambiar el nombre de la novia? Un juez del registro civil no está para ese tipo de juegos.
—La familia Salazar es poderosa, será un simple trámite que no impedirá el desarrollo de esta boda —dijo su madre cruzando los brazos, segura de que eso es posible.
—Bien, entonces —Amelia estiró su mano a su madre y prima—, indemnícenme, perdí mis trabajos y estoy a punto de perder mi cupo en la universidad porque debo pagar la matrícula en cinco días y me es imposible juntar el dinero estando cesante.
—¿De qué hablas? —preguntó su madre sin contener su rabia.
No hay forma que esa muchacha caprichosa quiera dar su brazo a torcer. Claro que el lugar como la esposa del hijo mayor de los Ibarra debería ser ocupada por alguien con clase y educación, como su joven sobrina. No alguien como su hija, rebelde, atrevida, sin un poco de cultura básica.
—Después que me case con Heriberto puedo ayudarte con tus gastos... —musitó Dánae incómoda. Es evidente que tener que pagarle por algo que originalmente era suyo no lo considera justo, pero no le queda otra—. Ahora entrégame el vestido, te pasaré el mío, incluso si lo vendes puedes ganar un buen dinero, es un vestido de diseñador.
Amelia arrugó el ceño, la verdad es que su vestido de novia vale mucho más que eso, y se supone que es un regalo que le hizo el anciano patriarca de la familia Ibarra, un vestido de una diseñadora alabada y respetada, un vestido con incrustaciones de diamantes, ¿cómo podría intercambiarlo con un vestido que de seguro no vale nada?
Tanto su familia como la de Dánae no está en una buena situación económica como para gastar dinero de esa forma.
—Pensándolo bien, no me parece un cambio muy conveniente —dicho esto volvió a tomar su ramo mientras ya se escucha al fondo la marcha nupcial.
Los golpes insistentes en la puerta hizo a las tres mujeres sobresaltarse. Al girar la cabeza, Amelia pudo ver a su padre entrar, nervioso y preocupado.
—¿Qué pasa que no sales? —le preguntó a su hija con severidad—, ¿no ves que todos están esperando?
Su mujer se adelantó colocándose entre ambos.
—Amelia ya no va a casarse —habló de forma resuelta sorprendiendo a su marido.
—¡¿Qué dices?! ¡¿Es que acaso quieres ofender a la familia Ibarra, mocosa, tonta?! —se giró reprendiendo a su hija.
Amelia levantó ambos brazos hacia arriba.
—A mí no me mires, fue idea de ellas, yo no he aceptado negarme a casar.
El hombre sin entender nada no parecía tener mucha paciencia esperando una explicación. Su mujer, al notar que comenzaba a molestarse, se apresuró mejor a hablar.
—Dánae quiere casarse con Heriberto Salazar, y es una opción mucho mejor que Amelia, que solo nos va a avergonzar si entra a esta familia. ¿Lo entiendes? Pero esta muchacha rebelde se opone a darle su lugar a mi sobrina, pese a que desde un inicio le perteneció a ella.
Ya entendiendo la situación, el hombre siguió aun así molesto, se masajeó las sienes como si estuviera a punto de perder la paciencia, y sin mirar a su hija le ordenó.
—Dale el vestido a tu prima y deja de darnos problemas —habló con tono ronco.
¿Por qué esto debería sorprenderle? La joven mujer bufó, si hubiera esperado algo de sus padres, ahora se hubiera desilusionado, por lo que nada de esto le afectó.
—¿Qué haces? ¿Quieres negarte? No te llevaré al altar, llevaré a Dánae —dijo su padre agitando la mano como si le hablara a un perro.
Antes de que la mujer pudiera responder, la puerta se abrió de par en par. La imagen del novio dejó a todos anonadados, no se esperaban verlo aquí cuando se supone que debería estar esperando en el altar.
—¡Ah! ¡Qué bueno que estás aquí! —Dánae corrió a su encuentro tomándolo del brazo—, Heriberto, mi prima no quiere cederme su lugar, si puedes darte cuenta, soy una mejor elección para entrar a la familia Ibarra, soy educada, bonita y tengo muchos talentos de los cuales mi prima carece. Ella es agresiva, grosera, mal educada, aunque no es su culpa, sus malas amistades la han hecho así y...
Heriberto entró furibundo dentro de la sala, ignorando a los padres de Amelia, y a su prima, Dánae, de la cual se soltó de su brazo de golpe. Sus ojos desde que entró solo han estado detenidos en Amelia, como si en aquella habitación solo estuvieran ellos dos.